Una antigua tradición escrita en griego en el siglo VII cuenta lo siguiente acerca de Santa Bárbara:
Según la leyenda habría nacido en Nicomedia, cerca del mar de Mármara. Era hija de un tipo de tremendo malgenio llamado Dióscoro. Como ella no quería creer en los ídolos paganos de su padre, éste la encerró en un castillo, al cual le había mandado colocar dos ventanas. En ausencia de su padre, Bárbara es convertida al catolicismo.
La santa mandó a los obreros a que añadieran una tercera ventana para acordarse de las Tres Divinas personas de la Santísima Trinidad. Pero ésto enfureció más a su incrédulo papá.
El furioso Dióscoro, como su hija no aceptaba casarse con ningún pagano o no creyente, permitió que la martirizaran los enemigos de la religión, cortándole la cabeza con una espada.
Su martirio fue el mismo que el de San Vicente Mártir: habría sido atada a un potro, flagelada, desgarrada con rastrillos de hierro, colocada en un lecho de trozos de cerámica cortantes, quemada con hierros al fuego... Cada versión distinta cambia, añade o quita torturas.
Por eso la pintan con una espada, y con una palma (señal de que obtuvo la palma del martirio) y con una corona porque se ganó el reino de los cielos.
Y dice la antigua tradición que cuando Dióscoro bajaba del monte donde habían matado a su hija, le cayó un rayo y lo mató. Por eso a Santa Bárbara le reza la gente para verse libre de los rayos de las tormentas. Dicen que junto a ella fue martirizada su amiga Juliana, y que en su sepulcro se obraron muchos milagros.
También añade la antigua tradición que lo último que Santa Bárbara pidió a Dios fue que bendijera y ayudara a todos los que recordaran su martirio.
Se le llama "Damasceno", porque era de la ciudad de Damasco (en Siria).
Su fama se debe principalmente a que él fue el primero que escribió defendiendo la veneración de las imágenes.
Era hijo de un alto empleado del Califa de Damasco, y ejerció también el importante cargo de ministro de Hacienda en esa capital. Pero de pronto dejó todos sus bienes, los repartió entre los pobres y se fue de monje al monasterio de San Sabas, cerca de Jerusalén, y allí se dedicó por completo a leer y escribir. Juan se dio cuenta de que Dios le había concedido una facilidad especial para escribir para el pueblo, y especialmente para resumir los escritos de otros autores y presentarlos de manera que la gente sencilla los pudiera entender.
Al principio sus compañeros del monasterio se escandalizaban de que Juan se dedicara a escurrir versos y libros, porque ese oficio no se había acostumbrado en aquella comunidad. Pero de pronto cambiaron de opinión y le dieron plena libertad de escribir (dice la tradición que este cambio se debió a que el superior del monasterio oyó en sueños que Nuestro Señor le mandaba dar plena libertad a Damasceno para que escribiera).
En aquel tiempo un emperador de Constantinopla, León el Isaúrico, dispuso prohibir el culto a las imágenes, metiéndose él en los asuntos de la Iglesia, cosa que no le pertenecía, y demostrando una gran ignorancia en religión, como se lo probó en carta famosa el Papa Gregorio II. Y fue entonces cuando le salió al combate con sus escritos San Juan Damasceno. Como nuestro santo vivía en territorios que no pertenecían al emperador (Siria era de los Califas mahometanos), podía escribir libremente sin peligro de ser encarcelado. Y así fue que empezó a propagar pequeños escritos a favor de las imágenes, y estos corrían de mano en mano por todo el imperio.
El iconoclasta León el Isaúrico, decía que los católicos adoran las imágenes (se llama iconoclasta al que destruye imágenes). San Juan Damasceno le respondió que nosotros no adoramos imágenes, sino que las veneramos, lo cual es totalmente distinto. Adorar es creer que una imagen es un Dios que puede hacernos milagros. Eso sí es pecado de idolatría. Pero venerar es rendirle culto a una imagen porque ella nos recuerda un personaje que amamos mucho, por ejemplo:
Los católicos no adoramos imágenes (no creemos que ellas son dioses o que nos van a hacer milagros. Son sólo yeso o papel o madera, etc.) pero sí las veneramos, porque al verlas recordamos cuánto nos han amado Jesucristo o la Virgen o los santos. Lo que la S. Biblia prohíbe es hacer imágenes para adorarlas, pero no prohíbe venerarlas (porque entonces en ningún país podían hacerse imágenes de sus héroes y nadie podría conservar el retrato de sus padres).
San Juan Damasceno decía en sus escritos:
"Lo que es un libro para los que saben leer, es una imagen para los que no leen. Lo que se enseña con palabras al oído, lo enseña una imagen a los ojos. Las imágenes son el catecismo de los que no leen"
Dicen autores muy antiguos que el emperador León, por rabia contra San Juan Damasceno por lo bien que escribía en favor de las imágenes, mandó a traición que le cortaran la mano derecha, con la cual escribía.
Pero el santo que era devotísimo de la Santísima Virgen, se encomendó a Ella con gran fe y la Madre de Dios le curó la mano cortada y con esa mano escribió luego sermones muy hermosos acerca de Nuestra Señora.
El pequeño monstruo que se convirtió en Germán el Sabio,
por Fabrice Hadjadj
Por INFOVATICANA | 27 de Noviembre de 2021
¿Quién habría imaginado que las incomprensibles palabras de Hermannus Contractus serían escuchadas por papas y emperadores?
(Tempi)- Hoy en día no le dejarían nacer, ya sea por compasión forzada, ya sea porque una flor que no está destinada a abrirse no debe convertirse en un capullo. Dirían que su cuerpo expresa el rechazo al nacimiento. Con sus piernecitas plegadas como las de una rana, sus bracitos retraídos como alas de pollo, se encoge como si, fuera del vientre de su madre, quisiera conservar la posición fetal. «¿Por qué me dejaste salir?», acusa en silencio. «¡Mírame! Fui hecho para ser concebido en una calavera, similar a una idea que muere sin convertirse en algo en el mundo, similar a los proyectos que pasan como sueños…». Pero ocurre que la propia pesadilla se convierte en una feliz realidad. Aquí está, un montón de carne tirada en el establo de un monasterio en el lago de Constanza. Tiene quizás cuarenta años. Hace el gesto acordado para que el hermano Bertoldo lo lleve a su celda como si fuera un bebé. Ha escuchado en su interior las primeras palabras y notas de un cántico a la Virgen. Las dictará a través de la masa de una boca que forma más saliva que sílabas.
En el siglo XI no existían las ecografías, ese gravoso conocimiento de nuestro tiempo por el que pretendemos ver en el vientre de las madres como en una bola de cristal. El 18 de julio del año de gracia de 1013, cuando Hiltrude de Alsthausen dio a luz podía esperar cualquier cosa, incluso su propia muerte. Pero no se esperaba esta bolita morada con los muslos tan apretados que pasa un rato antes de que la comadrona declare con voz todavía vacilante: «Es un niño…».
Pronto se da cuenta de que nunca podrá caminar. A decir verdad, nunca será capaz de sentarse. Y sus labios crispados ante su primer grito emitirán sonidos que un oído poco atento tomará por gemidos a medio camino entre el bramido de un ciervo y el gruñido de un cerdo. Su madre no duda en sentirse unida a él. Aunque parece carecer de fuerza, ella le da el nombre de Hermann, que significa «el hombre fuerte». Su padre, el señor suabo Wolfrad, decide confiarlo a los monjes de Reichenau. Lo acogieron como un hombre pobre y, al mismo tiempo, como el hijo de un hombre rico. Es dura esta ley de Dios que obliga a reconocer a un hermano en semejante deshecho, es dura, pero se consuelan con el hecho de que Wolfrad paga por él una rica pensión. Nadie se imagina que el deshecho pronto demostrará ser una rara perla. ¿Quién iba a imaginar que Hermannus Contractus, Hermann el Contrahecho (o el Cojo) sería también llamado Germán el Sabio, y que tanto el papa León IX como el emperador Enrique III acudirían a él en busca de consejo?
«Sus miembros estaban tan rígidos», escribe Bertoldo, «que no podía moverse sin ayuda, ni siquiera ponerse de lado. Aunque su lengua estaba paralizada y solo era capaz de pronunciar palabras inconexas y apenas inteligibles, era, para sus alumnos, un maestro inspirado y entusiasta». Su sabiduría debió de ser profunda y gozosa para que tanta gente compitiera en la interpretación de la efervescencia de sus babas.
Como en el cuento, la rana se transformó en príncipe; pero a diferencia de él, conservó la apariencia de rana. Hermann es el inventor de un astrolabio, una calculadora, numerosos relojes y varios instrumentos de cuerda. En la biblioteca hay un tratado suyo sobre geometría, otro sobre los vicios (que Bertoldo define como jucundulus, es decir, «jovial»), y un tercero sobre música, ya que, silbando el «la» y batiendo el ritmo con el dedo meñique, es un gran maestro de coro. También está su Chronicon, una historia desde el nacimiento de Cristo hasta la época de Hermann, porque al fin y al cabo cada uno de nosotros constituye el final último del tiempo. Todos los hechos del pasado han confluido para que seamos nosotros, los encargados del presente, responsables de todo lo padecido y celebrado para llevarlo al día más allá de los días.
Por último, y lo más importante, Hermann escribió un epitafio para su madre, la que dio a luz al monstruo, y compuso la Salve Regina, la que dio a luz a Dios. Morirá un año después. Nace en él este canto: Salve Regina, mater misericordiæ… Madre de misericordia. Es casi redundante. «Misericordia» en hebreo se dice rahamim, que significa «entrañas», «vientre». Y la misericordia es para los miserables. Las entrañas de María son para las entrañas de Hiltrude. Poco importaría que el pequeño monstruo se hubiera convertido en un hijo pródigo. Si los labios de Hermann no hubieran sido más elocuentes que dos caracoles que no dejan ningún rastro, aun así el Verbo se haría carne por él y aún así toda la historia confluiría hacia su improbable nacimiento, para que la misericordia vuelva a agarrarnos por las entrañas.
Nacido el 18 de febrero de 1013 en Altshausen (Suabia), St. Hermann Contractus nació lisiado e incapaz de moverse sin ayuda. Fue una inmensa dificultad para él aprender a leer y escribir, sin embargo persistió y pronto se manifestaron su voluntad de hierro y su notable inteligencia.
Al descubrir la brillantez de la mente de su hijo, su padre, el Conde Wolverad II, lo envió a la edad de siete años a vivir con los monjes benedictinos en la isla de Reichenau al sur de Alemania.
Vivió toda su vida en la isla, tomando sus votos monásticos en 1043.
Estudiantes de todas partes de Europa acudieron en masa al monasterio de la isla para aprender de él, pero era igualmente famoso por sus virtudes monásticas y su santidad.
Hermann hizo una crónica de los primeros mil años del cristianismo, fue matemático, astrónomo y poeta, y también fue el compositor de la Salve Regina y Alma Redemptoris Mater, ambos himnos a la Virgen María.
Día Internacional de las personas con discapacidad
Diciembre 3
Reflexionemos:
Son hijos amados de Dios y nos dan fortaleza para luchar por ellos.
Seamos comprensivos y amables con ellos, nos enseñan mucho más de lo que pensamos.
Como dijo Nick Vujicic:
"El miedo es la más grande discapacidad de todas"
Recordemos las palabras de Jesús:
Lectura del Santo Evangelio
Según San Lucas 12, 1-7
1. Entretanto, habiéndose juntado alrededor de Jesús tanto concurso de gentes que se atropellaban unos a otros, empezó a decir a sus discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía.
2. Mas nada es tan oculto que no se haya de manifestar; ni tan secreto que al fin no se sepa.
3. Así es que lo que dijisteis a oscuras, se dirá en la luz del día; y lo que hablasteis al oído en las alcobas, se pregonará sobre los terrados.
4. A vosotros, empero, que sois mis amigos, os digo yo ahora: No tengáis miedo de los que matan al cuerpo, y esto hecho ya no pueden hacer más.
5. Yo quiero mostraros a quien habéis de temer: Temed al que, después de quitar la vida, puede arrojar al infierno, a éste es, os repito, a quien habéis de temer.
6. ¿No es verdad que cinco pajarillos se venden por dos cuartos, y con todo ni uno de ellos es olvidado de Dios?
7. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. Por tanto no tenéis que temer que Dios os olvide: más valéis vosotros que muchos pajarillos.