martes, 16 de noviembre de 2021

Santa Isabel de Hungría - Viuda (1207 - 1231) - Fiesta Noviembre 17

Santa Isabel de Hungría
Princesa de Hungría y Duquesa de Turingia


Su padre, el rey Andrés II de Hungría, primo del emperador de Alemania, la había prometido por esposa a Luis, hijo de los duques de Turingia, cuando sólo tenía 11 años.

Isabel, princesa de Hungría y duquesa de Turingia, a los 15 años fue dada en matrimonio por su padre el Rey de Hungría al Príncipe Luis VI de Turingia, el matrimonio tuvo tres hijos. Se amaban tan intensamente que ella llegó a exclamar un día:


"Dios mío, si a mi esposo lo amo tantísimo, ¿cuánto más debiera amarte a Ti?"


Su esposo aceptaba de buen modo las santas exageraciones que Isabel tenía en repartir a los pobres cuanto encontraba en la casa. Él respondía a los que criticaban:


"Cuanto más demos nosotros a los pobres, más nos dará Dios a nosotros"




A pesar de que el matrimonio fue arreglado por los padres, fue un matrimonio vivido en el amor y una feliz conjunción entre la ascética cristiana y la felicidad humana, entre la diadema real y la aureola de santidad. La joven duquesa, con su austeridad característica, despertando el enojo de la suegra y de la cuñada al no querer acudir a la Iglesia, adornada con los preciosos collares de su rango:




"¿Cómo podría -dijo cándidamente- llevar una corona tan preciosa ante un Rey coronado de espinas?"


Sólo su esposo, tiernamente enamorado de ella, quiso demostrarse digno de una criatura tan bella en el rostro y en el alma y tomó por lema en su escudo, tres palabras que expresaron de modo concreto el programa de su vida pública:


"Piedad, Pureza, Justicia"


Una vez se encontró un leproso abandonado en el camino, y no teniendo otro sitio en dónde colocarlo por el momento, lo acostó en la cama de su marido que estaba ausente. Llegó éste inesperadamente y le contaron el caso. Se fue furioso a regañarla, pero al llegar a la habitación, vio en su cama, no el leproso sino un hermoso crucifijo ensangrentado.




Recordó entonces que Jesús premia nuestros actos de caridad para con los pobres como hechos a Él mismo. Juntos crecieron en la recíproca donación, animados y apoyados por la convicción de que su amor y la felicidad que resultaba de él eran un don sacramental:


"Si yo amo tanto a una criatura mortal -le confiaba la joven duquesa a una de sus sirvientes y amiga- ¿cómo debería amar al Señor inmortal, dueño de mi alma?"


A sus 15 años Isabel tuvo a su primogénito, a los 17 una niña y a los 20 otra niña. Cuando apenas tenía 20 años y con su hijo menor recién nacido, su esposo, un cruzado, murió en un viaje a defender Tierra Santa. Isabel casi se desespera al oír la noticia, pero luego se resignó y aceptó la voluntad de Dios. Rechazó varias ofertas de matrimonio y se decidió entonces a vivir en la pobreza y dedicarse al servicio de los más pobres y desamparados.

Cuando apenas hacía tres semanas había perdido a su esposo, muerto en una cruzada a la que se había unido con entusiasmo juvenil. Cuando quedó viuda, estallaron las animosidades reprimidas de sus cuñados que no soportaban su generosidad para con los pobres.




El sucesor de su marido la desterró del castillo de Wartemburg y tuvo que huir con sus tres hijos, desprovistos de toda ayuda material. Ella, que cada día daba de comer a 900 pobres en el castillo, ahora no tenía quién le diera para el desayuno. Pero confiaba totalmente en Dios y sabía que nunca la abandonaría, ni a sus hijos. Finalmente algunos familiares la recibieron en su casa, y más tarde el Rey de Hungría consiguió que le devolvieran los bienes que le pertenecían como viuda, y con ellos construyó un gran hospital para pobres, y ayudó a muchas familias necesitadas.

Un día, cuando todavía era princesa, fue al templo vestida con los más exquisitos lujos, pero al ver una imagen de Jesús crucificado pensó:


"¿Jesús en la Cruz despojado de todo y coronado de espinas, y yo con corona de oro y vestidos lujosos?"


Nunca más volvió con vestidos lujosos al templo de Dios.




Un Viernes Santo, después de la ceremonia, cuando ya habían desvestido los altares en la iglesia, se arrodilló ante uno y delante de varios religiosos hizo voto de renuncia de todos sus bienes y voto de pobreza, como San Francisco de Asís, y consagró su vida al servicio de los más pobres y desamparados. 

Cambió sus vestidos de princesa por un simple hábito de hermana franciscana, de tela burda y ordinaria, y los últimos cuatro años de su vida (de los 20 hasta los 24 años), se dedicó a atender a los pobres enfermos del hospital que había fundado. Se propuso recorrer calles y campos pidiendo limosna para sus pobres, y vestía como las mujeres más pobres del campo. Vivía en una humilde choza junto al hospital. Tejía y hasta pescaba, con tal de obtener con qué comprarles medicinas a los enfermos.

Tenía un director espiritual que para ayudarla en su camino a la santidad, la trataba duramente. Ella exclamaba:


"Dios mío, si a este sacerdote le tengo tanto temor, ¿cuánto más te debería temer a Ti, si desobedezco tus mandamientos?"


El pueblo la llamaba "la mamacita buena". Uno de los sacerdotes de aquella época escribió:


"Afirmo delante de Dios que raramente he visto una mujer de una actividad tan intensa, unida a una vida de oración y de contemplación tan elevada"


Algunos religiosos franciscanos que la dirigían en su vida de total pobreza, afirman que varias veces, cuando ella regresaba de sus horas de oración, la vieron rodeada de resplandores y que sus ojos brillaban como luces muy resplandecientes. El mismo emperador Federico II afirmó:


"La venerable Isabel, tan amada de Dios, iluminó las tinieblas de este mundo como una estrella luminosa en la noche oscura"


Cuando apenas cumplía 24 años, el 17 de noviembre del año 1231, pasó de esta vida a la eternidad. A sus funerales asistieron el emperador Federico II y una multitud tan grande formada por gentes de diversos países y de todas las clases sociales, que los asistentes decían que no se había visto ni quizá se volvería a ver en Alemania un entierro tan concurrido y fervoroso como el de Isabel de Hungría, la patrona de los pobres.


Una Historia


No faltó quien acusó a la princesa ante el propio duque de estar dilapilando los caudales públicos y dejar exhaustos los graneros y almacenes. El margrave Luis quería a su esposa con delirio, pero no pudo resistir, sin duda, el acoso de sus intendentes y les pidió una prueba de su acusación.





"Espera un poco -le dijeron- y verás salir a la señora con la faltriquera llena"


Efectivamente, poco tuvo que esperar el duque para ver a su mujer que salía, como a hurtadillas de palacio cerrando cautelosamente la puerta. Violentamente la detuvo y le preguntó con dureza:


¿Qué llevas en la falda?

Nada..., son rosas -contestó Isabel tratando de disculparse, sin recordar que estaba en pleno invierno-


Y, al extender el delantal, rosas eran y no mendrugos de pan lo que Isabel llevaba, porque el Señor quiso salir fiador de la palabra de su sierva.


Milagros


El mismo día de la muerte de la santa, a un hermano lego se le destrozó un brazo en un accidente y estaba en cama sufriendo terribles dolores. De pronto vio aparecer a Isabel en su habitación, vestida con trajes hermosísimos. Él dijo:


"¿Señora, usted que siempre ha vestido trajes tan pobres, por qué ahora tan hermosamente vestida?"


Y ella sonriente le dijo:


"Es que voy para la gloria. Acabo de morir para la tierra. Estire su brazo que ya ha quedado curado"


El paciente estiró el brazo que tenía totalmente destrozado, y la curación fue completa e instantánea.

Dos días después de su entierro, llegó al sepulcro de la santa un monje cisterciense el cual desde hacía varios años sufría un terrible dolor al corazón y ningún médico había logrado aliviarle de su dolencia. Se arrodilló por un buen rato a rezar junto a la tumba de la santa, y de un momento a otro quedó completamente curado de su dolor y de su enfermedad.

Estos milagros y muchos más, movieron al Papa Gregorio IX a declararla santa, cuando apenas habían pasado cuatro años de su muerte.


Santa Isabel de Hungría es patrona de la Arquidiócesis de Bogotá.


Oración


Oh Dios misericordioso, 
alumbra los corazones de tus fieles;
y por las súplicas gloriosas de Santa Isabel,
haz que despreciemos las prosperidades 
mundanales, y gocemos siempre
de la celestial consolación.
Por nuestro Señor Jesucristo.
Amén.


Fuente - Texto tomado de EWTN:

PSICOLOGÍA - El individualismo premia la vida de soltero



Por INFOVATICANA | 14 de Noviembre de 2021


(Correspondencia Romana)- El prestigioso centro de investigación Pew Research Center de Washington, publicó el análisis de los datos de un censo sobre el fenómeno de las personas que viven solteras en los Estados Unidos. El reporte nos informa que “en el 2019 alrededor de cuatro de cada diez adultos de una edad entre los 25 y 54 años (38%) […] no estaban casados ni vivían con una pareja”. En 1990 la cifra era del 29%. “El crecimiento de la población soltera está impulsado principalmente por la disminución de los matrimonios entre los adultos en primera edad productiva. Al mismo tiempo, ha habido un aumento en la proporción de convivientes, pero no ha sido suficiente para compensar la caída de los matrimonios, de ahí la disminución general de las uniones”. El aumento de solteros ha derivado solo en pequeña medida de personas que ya no están casadas (divorcio, separaciones, viudez), en la mayoría de los casos los solteros son personas que nunca han estado casadas.

El informe continúa afirmando que “los adultos sin pareja tienen en promedio ingresos más bajos que los adultos con pareja y tienen menos probabilidades de estar empleados o ser económicamente independientes. También tienen un nivel de educación más bajo y tienen mayores probabilidades de vivir con los padres. Otras investigaciones sugieren que, en términos de salud física, a los adultos casados y convivientes les va mejor que a aquellos que no tienen pareja”. Esta tendencia negativa se ha agudizado cada vez más desde 1990 hasta los días de hoy.

“La proporción de adultos de una edad entre los 25 y 54 años actualmente casados cayó del 67% en 1990 al 53% en el 2019, mientras que la proporción de convivientes se duplicó con creces durante el mismo período (del 4% en 1990 al 9% en el 2019). La proporción de aquellos que nunca han estado casados también está creciendo, del 17% al 33%. Todo esto ha llevado a un aumento significativo de la proporción de personas que no viven con una pareja”.

El secularismo, el nihilismo, el relativismo, el progresismo, las tendencias libertarias pueden también ser leídas a través del prisma del individualismo. Los solteros crecen porque crece el individualismo, el egoísmo, es decir, la soberbia que nunca muere y que nunca morirá. La persona es el centro del universo, un agujero negro que se traga toda la luz: los demás adquieren valor si son útiles al Ego, existen sólo en función del mismo. Incluso los principales fenómenos sociales vinculados a la moral natural encuentran su explicación eficaz si utilizamos el criterio del individualismo. Se recurre al aborto y a la anticoncepción porque se considera al hijo como un obstáculo a la felicidad. Por el contrario, se busca un niño a toda costa incluso en probeta únicamente o sobre todo porque constitutivo de mi realización personal. Lo mismo se aplica al uso de la maternidad subrogada. En el matrimonio a menudo se entiende al cónyuge como un socio que si no aporta resultados para la satisfacción personal es bueno olvidar, disolviendo la «sociedad» con el divorcio. El mismo motivo gobierna el “matrimonio” homosexual o las uniones civiles, instituciones jurídicas orientadas a la satisfacción de intereses personalísimos. La eutanasia, del mismo modo, es un instrumento promovido para proteger el propio bienestar, de una vida que ya no sería tal si se ve afectada por el dolor, por la imposibilidad de realizar algunas funciones, etc. El mínimo común denominador de todas estas prácticas es entonces el individuo que no quiere tener límites en el ejercicio de su «libertad»: un yo ilimitado preside todas estas elecciones.

Va de suyo que también los solteros crecen en número porque toda relación es entendida como un límite a sus espacios, tiempos, inclinaciones. El otro, como se mencionó, está allí siempre y cuando me sea útil. Es el mismo principio que gobierna la convivencia que encuentra en el fenómeno «soltero» su desarrollo natural, la conclusión perfecta de algunas premisas. Aquí está entonces la multiplicación de relaciones líquidas, deshilachadas, ocasionales, cada vez más marcadas por un hedonismo superficial y nunca comprometedoras.

Lo recuerda el Evangelio:


«Si el grano de trigo arrojado en tierra no muere, se queda solo» (Jn. 12, 24).


Es preciso que muera el propio egoísmo para no quedar solo. Quien en cambio presta culto al propio Yo –y las redes sociales expresan plásticamente el triunfo de esta nueva época narcisista– se hunde en un negro hoyo solipsista. Al principio esto es quizás satisfactorio, aunque de modo superficial, pero al final lleva a la muerte interior de la persona, hacia su nada. Narciso, como es sabido, enamorado de su propia imagen reflejada en el espejo de agua de un lago, morirá ahogado.




Su Yo fue su tumba...


Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:
https://infovaticana.com/2021/11/14/el-individualismo-premia-la-vida-de-soltero/




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