domingo, 5 de abril de 2020

Semana Santa: Lunes Santo - Abril 6 de 2020

Lectura del Santo Evangelio
según San Juan 12, 1-11




1. Seis días antes de la Pascua volvió Jesús a Betania, donde Lázaro había muerto, a quien Jesús resucitó.






2. Aquí le dispusieron una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con Él.






3. Y María tomó una libra de ungüento o perfume de nardo puro, y de gran precio, y derramólo sobre los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y se llenó la casa de la fragancia del perfume.

4. Por lo cual, Judas Iscariote, uno de sus discípulos, aquel que le había de entregar, dijo:

5. "¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios, para limosna de los pobres?"

6. Esto dijo, no porque él pasase algún cuidado por los pobres, sino porque era ladrón ratero, y teniendo la bolsa, llevaba o defraudaba el dinero que se echaba en ella.

7. Pero Jesús respondió:

"Dejadla que lo emplee para honrar de antemano el día de mi sepultura.


8. Pues en cuanto a los pobres, los tenéis siempre con vosotros; pero a Mí no me tenéis siempre"

9. Entretanto una gran multitud de judíos, luego que supieron que Jesús estaba allí, vinieron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.

10. Por eso los príncipes de los sacerdotes deliberaron quitar también la vida a Lázaro.

11. Visto que muchos judíos por su causa se apartaban de ellos, y creían en Jesús.


Palabra de Dios,
Gloria a Ti, Señor Jesús



Video - Semana Santa - Holy Week




Video tomado de YOUTUBE:

San Vicente Ferrer - Predicador (año 1419) - Fiesta Abril 5


Nació en 1350 en Valencia, España. Sus padres le inculcaron desde muy pequeñito una fervorosa devoción hacia Jesucristo y a la Virgen María y un gran amor por los pobres. Le encargaron repartir las cuantiosas limosnas que la familia acostumbraba a dar. Así lo fueron haciendo amar el dar ayudas a los necesitados. Lo enseñaron a hacer una mortificación cada viernes en recuerdo de la Pasión de Cristo, y cada sábado en honor de la Virgen Santísima. Estas costumbres las ejercitó durante toda su vida.

Se hizo religioso en la Comunidad de los Padres Dominicos y, por su gran inteligencia, a los 21 años ya era profesor de filosofía en la universidad.

Durante su juventud el demonio lo asaltó con violentas tentaciones y, además, como era extraordinariamente bien parecido, varias mujeres de dudosa conducta se enamoraron de él y como no les hizo caso a sus zalamerías, le inventaron terribles calumnias contra su buena fama. Todo esto lo fue haciendo fuerte para soportar las pruebas que le iban a llegar después.

Siendo un simple diácono lo enviaron a predicar a Barcelona. La ciudad estaba pasando por un período de hambre y los barcos portadores de alimentos no llegaban. Entonces Vicente en un sermón anunció una tarde que esa misma noche llegarían los barcos con los alimentos tan deseados. Al volver a su convento, el superior lo regañó por dedicarse a hacer profecías de cosas que él no podía estar seguro de que iban a suceder. Pero esa noche llegaron los barcos, y al día siguiente el pueblo se dirigió hacia el convento a aclamar a Vicente, el predicador. Los superiores tuvieron que trasladarlo a otra ciudad para evitar desórdenes.

Vicente estaba muy angustiado porque la Iglesia Católica estaba dividida entre dos Papas y había muchísima desunión. De tanto afán se enfermó y estuvo a punto de morir. Pero una noche se le apareció Nuestro Señor Jesucristo, acompañado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán y le dio la orden de dedicarse a predicar por ciudades, pueblos, campos y países. Y Vicente recuperó inmediatamente su salud

En adelante por 30 años, Vicente recorre el norte de España, y el sur de Francia, el norte de Italia, y el país de Suiza, predicando incansablemente, con enormes frutos espirituales.

Los primeros convertidos fueron judíos y moros. Dicen que convirtió más de 10.000 judíos y otros tantos musulmanes o moros en España. Y esto es admirable porque no hay gente más difícil de convertirse al catolicismo que un judío o un musulmán.

Las multitudes se apiñaban para escucharle, donde quiera que él llegaba. Tenía que predicar en campos abiertos porque las gentes no cabían en los templos. Su voz sonora, poderosa y llena de agradables matices y modulaciones y su pronunciación sumamente cuidadosa, permitían oírle y entenderle a más de una cuadra de distancia.

Sus sermones duraban casi siempre más de dos horas (un sermón suyo de las Siete Palabras en un Viernes Santo duró seis horas), pero los oyentes no se cansaban ni se aburrían porque sabía hablar con tal emoción y de temas tan propios para esas gentes, y con frases tan propias de la Santa Biblia, que a cada uno le parecía que el sermón había sido compuesto para él mismo en persona.

Antes de predicar rezaba por cinco o más horas para pedir a Dios la eficacia de la palabra, y conseguir que sus oyentes se transformaran al oírle. Dormía en el puro suelo, ayunaba frecuentemente y se trasladaba a pie de una ciudad a otra (los últimos años se enfermó de una pierna y se trasladaba cabalgando en un burrito).

En aquel tiempo había predicadores que lo que buscaban era agradar a los oídos y componían sermones rimbombantes que no convertían a nadie. En cambio a San Vicente lo que le interesaba no era lucirse sino convertir a los pecadores. Y su predicación conmovía hasta a los más fríos e indiferentes. Su poderosa voz llegaba hasta lo más profundo del alma. En pleno sermón se oían gritos de pecadores pidiendo perdón a Dios, y a cada rato caían personas desmayadas de tanta emoción. gentes que siempre habían odiado, hacían las paces y se abrazaban. Pecadores endurecidos en sus vicios pedían confesores. El santo tenía que llevar consigo una gran cantidad de sacerdotes para que confesaran a los penitentes arrepentidos. Hasta 15.000 personas se reunían en los campos abiertos, para oírle.

Después de sus predicaciones lo seguían dos grandes procesiones: una de hombres convertidos, rezando y llorando, alrededor de una imagen de Cristo Crucificado; y otra de mujeres alabando a Dios, alrededor de una imagen de la Santísima Virgen. Estos dos grupos lo acompañaban hasta el próximo pueblo a donde el santo iba a predicar, y allí le ayudaban a organizar aquella misión y con su buen ejemplo conmovían a los demás.

Como la gente se lanzaba hacia él para tocarlo y quitarle pedacitos de su hábito para llevarlos como reliquias, tenía que pasar por entre las multitudes, rodeado de un grupo de hombres encerrándolo y protegiéndolo entre maderos y tablas. El santo pasaba saludando a todos con su sonrisa franca y su mirada penetrante que llegaba hasta el alma.

Las gentes se quedaban admiradas al ver que después de sus predicaciones se disminuían enormemente las borracheras y la costumbre de hablar cosas malas, y las mujeres dejaban ciertas modas escandalosas o adornos que demostraban demasiada vanidad y gusto de aparecer. Y hay un dato curioso: siendo tan fuerte su modo de predicar y atacando tan duramente al pecado y al vicio, sin embargo las muchedumbres le escuchaban con gusto porque notaban el gran provecho que obtenían al oírle sus sermones.

Vicente fustigaba sin miedo las malas costumbres, que son la causa de tantos males. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión. Hablaba de la sublimidad de la Santa Misa. Insistía en la grave obligación de cumplir el mandamiento de Santificar las fiestas. Insistía en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del Juicio de Dios, y del cielo y del infierno que nos esperan. Y lo hacía con tanta emoción que frecuentemente tenía que suspender por varios minutos su sermón porque el griterío del pueblo pidiendo perdón a Dios, era inmenso.

Pero el tema en que más insistía este santo predicador era el Juicio de Dios que espera a todo pecador. La gente lo llamaba "El ángel del Apocalipsis", porque continuamente recordaba a las gentes lo que el libro del Apocalipsis enseña acerca del Juicio Final que nos espera a todos. Él repetía sin cansarse aquel aviso de Jesús:






"He aquí que vengo, y traigo conmigo mi salario. Y le daré a cada uno según hayan sido sus obras" (Apocalipsis 22,12)

Hasta los más empecatados y alejados de la religión se conmovían al oírle anunciar el Juicio Final, donde "Los que han hecho el bien, irán a la gloria eterna y los que se decidieron a hacer el mal, irán a la eterna condenación" (San Juan 5, 29).

Los milagros acompañaron a San Vicente en toda su predicación. Y uno de ellos era el hacerse entender en otros idiomas, siendo que él solamente hablaba su lengua materna y el latín. Y sucedía frecuentemente que las gentes de otros países le entendían perfectamente como si les estuviera hablando en su propio idioma. Era como la repetición del milagro que sucedió en Jerusalén el día de Pentecostés, cuando al llegar el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, las gentes de 18 países escuchaban a los apóstoles cada uno en su propio idioma, siendo que ellos solamente les hablaban en el idioma de Israel.

San Vicente se mantuvo humilde a pesar de la enorme fama y de la gran popularidad que le acompañaban, y de las muchas alabanzas que le daban en todas partes. Decía que su vida no había sido sino una cadena interminable de pecados. Repetía:


"Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura llaga de pecados. Todo en mí tiene la fetidez de mis culpas"


Así son los santos. Grandes ante la gente de la tierra pero se sienten muy pequeñitos ante la presencia de Dios que todo lo sabe.

Los últimos años, ya lleno de enfermedades, lo tenían que ayudar a subir al sitio donde iba a predicar. Pero apenas empezaba la predicación se transformaba, se le olvidaban sus enfermedades y predicaba con el fervor y la emoción de sus primeros años. Era como un milagro. Durante el sermón no parecía viejo ni enfermo sino lleno de juventud y de entusiasmo. Y su entusiasmo era contagioso. Murió en plena actividad misionera, el Miércoles de Ceniza, 5 de abril del año 1419. Fueron tantos sus milagros y tan grande su fama, que el Papa lo declaró santo a los 36 años de haber muerto, en 1455.

El santo regalaba a las señoras que peleaban mucho con su marido, un frasquito con agua bendita y les recomendaba:


"Cuando su esposo empiece a insultarle, échese un poco de esta agua a la boca y no se la pase mientras el otro no deje de ofenderla"


Y esta famosa "agua de Fray Vicente" producía efectos maravillosos porque como la mujer no le podía contestar al marido, no había peleas. Ojalá que en muchos de nuestros hogares se volviera a esta bella costumbre de callar mientras el otro ofende. Porque lo que produce la pelea no es la palabra ofensiva que se oye, sino la palabra ofensiva que se responde.


Fuente - Texto tomado de EWTN.COM:
http://ewtn.com/spanish/Saints/Vicente_Ferrer.htm

Santa Misa - Domingo de Ramos - Abril 5 de 2020








Santa Misa del Domingo de Ramos  (5 de abril de 2020)
desde la Basílica de San Pedro
en El Vaticano (Roma)

Video tomado de EWTN ESPAÑOL:

Domingo de Ramos - Abril 5 de 2020




Conmemoración
de la entrada del Señor
en Jerusalén


En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en Jerusalén para consumar su misterio pascual. Por esa razón, en todas las misas se hace memoria de esta entrada del Señor: por la procesión o entrada solemne antes de la Misa principal, o por la entrada simple antes de las restantes misas.


El Domingo de Ramos





La liturgia de este día expresa por medio de dos ceremonias, una de alegría y otra de tristeza, los dos aspectos del misterio de la Cruz.

Se trata primero de la bendición y procesión de las Palmas en que todo respira un santo júbilo, el cual nos permite, aún después de veinte siglos, revivir la escena grandiosa de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.

Luego viene la Misa, cuyos cantos y lecturas se relacionan exclusivamente con el doloroso recuerdo de la Pasión del Salvador.


Bendición de los ramos
y procesión




En Jerusalén, y en el siglo IV, se leía en este domingo, y en el lugar mismo en que se realizó, el relato evangélico que nos pinta a Cristo aclamado por las turbas como rey de Israel, y tomando posesión de la capital de su reino. Y, en efecto, Jerusalén era imagen del reino de la Jerusalén celestial.

Luego, el obispo cabalgando sobre un jumento, iba desde la cima del Monte de los Olivos hasta la Iglesia de la Resurrección, rodeado de la muchedumbre que llevaba en la mano ramos y cantaba himnos y antífonas.

Semejante ceremonia iba precedida de la lectura del paso del Éxodo, relativo a la salida de Egipto. El pueblo de Dios, acampado a la sombra de las palmeras, junto a las doce fuentes en que Moisés les prometió el maná, era figura del pueblo cristiano que corta ramas de palmeras y manifiesta que su Rey, Jesús, viene a liberar las almas del pecado y a conducirlas a las fuentes bautismales para alimentarlas después con el Maná eucarístico.

La iglesia romana, al adoptar su uso tan bello hacia el siglo IX, añadió los ritos de la bendición de los Ramos. En esa bendición, la Iglesia implora sobre «los que moran en las habitaciones en que se guardan, la salud del alma y cuerpo».

Este cortejo de cristianos que, con palmas en la mano y entonando triunfantes hosannas, aclama todos los años en el mundo entero y a través de todas las generaciones la realeza de Cristo.

"Viendo por la fe ese hecho y su significación roguemos al Señor que, lo que aquél pueblo hizo exteriormente, nosotros lo cumplamos también espiritualmente, ganando la victoria sobre el demonio"

Conservemos religiosamente en nuestras casas uno de los ramos bendecidos. Este sacramental nos alcanzará gracias, por virtud de la oración de la Iglesia, y afianzará nuestra fe en Jesús vencedor del pecado y de la muerte.


Semana Santa

Holy Week








Fuente - Texto tomado de EWTN.COM:

Domingo de Ramos - Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo 26, 14-75, 27, 1-66




14. Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a verse con los príncipes de los sacerdotes, y les dijo:





15. "¿Qué queréis darme, y yo le pondré en vuestras manos?"

Y se convinieron con él en treinta monedas de plata.

16. Y desde entonces andaba buscando coyuntura favorable para hacer la traición.

17. Instando el primer día de los ázimos, acudieron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

"¿Dónde quieres que te dispongamos la cena de la Pascua?"

18. Jesús les respondió:

"Id a la ciudad en casa de tal persona, y dadle este recado:

El Maestro dice: Mi tiempo se acerca; voy a celebrar en tu casa la Pascua con mis discípulos"

19. Hicieron, pues, los discípulos lo que Jesús les ordenó, y prepararon lo necesario para la Pascua.

20. Al caer de la tarde, púsose a la mesa con sus doce discípulos.

21. Y estando ya comiendo, dijo:

"En verdad os digo que uno de vosotros me hará traición"

22. Y ellos, afligidos sobremanera, empezaron cada uno de por sí a preguntar:

"¡Señor!,  ¿soy acaso yo?"

23. Y Él en respuesta dijo:




"El que mete conmigo su mano en el plato para mojar el pan, ése es el traidor.

24. En cuanto al Hijo del hombre, Él se marcha, conforme está escrito de Él, pero ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre será entregado; mejor le fuera al tal si no hubiese jamás nacido!"


25. Y tomando la palabra Judas, que era el que le entregaba, dijo:

"¿Soy quizá yo, Maestro?"

Y respondióle Jesús:




"Tú lo has dicho, tú eres"

26. Mientras estaban cenando, tomó Jesús el pan y lo bendijo y partió y dióselo a sus discípulos diciendo:






"Tomad y comed, éste es mi cuerpo"

27. Y tomando el cáliz dio gracias, le bendijo, y dióselo, diciendo:

"Bebed todos de él.

28. Porque esta es mi sangre, que será el sello del nuevo testamento, la cual será derramada por muchos para remisión de los pecados.

29. Y os declaro que no beberé ya más desde ahora de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con vosotros de el nuevo cáliz de delicias en el reino de mi Padre"

30. Y dicho el himno de acción de gracias, salieron hacia el monte de los Olivos.


31. Entonces díceles Jesús:


"Todos vosotros padeceréis escándalo por ocasión de mí esta noche, y me abandonaréis. Por cuanto está escrito: Heriré al Pastor, y se descarrilarán las ovejas del rebaño.

32. Mas en resucitando, Yo iré delante de vosotros a Galilea, donde volveré a reuniros".

33. Pedro, respondiendo, le dijo:

"Aún cuando todos se escandalizaren por tu causa, nunca jamás me escandalizaré yo, ni te abandonaré".


34. Replicóle Jesús:





"Pues Yo te aseguro con toda verdad, que esta misma noche, antes que cante el gallo, me has de negar tres veces"


35. A lo que dijo Pedro:


"Aunque me sea forzoso el morir contigo, yo no te negaré"


Eso mismo protestaron todos los discípulos.



36. Entretanto llegó Jesús con ellos a una granja llamada Getsemaní, y les dijo:





"Sentaos aquí, mientras Yo voy más allá y hago oración"


37. Y llevándose consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, empezó a entristecerse y angustiarse.



38. Y les dijo entonces:


"Mi alma siente angustias mortales; aguardad aquí y velad conmigo"


39. Y adelantándose algunos pasos, se postró en tierra, caído sobre su rostro, orando y diciendo:





"Padre mío, si es posible, no me hagas beber este cáliz; pero, no obstante, no se haga lo que Yo quiero, sino lo que Tú"


40. Volvió después a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro:


"¿Es posible que no hayáis podido velar una hora conmigo?




41. Velad y orad para no caer en la tentación. Que si bien el espíritu está pronto, mas la carne es flaca"


42. Volvióse de nuevo por segunda vez, y oró diciendo:





"Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que Yo le beba, hágase tu voluntad"


43. Dio después otra vuelta, y encontrólos dormidos, porque sus ojos estaban cargados de sueño.



44. Y dejándolos, se retiró aún a orar por tercera vez, replicando las mismas palabras.



45. En seguida volvió a sus discípulos y les dijo:


"Dormid ahora y descansad; he aquí que llegó ya la hora, y el Hijo del hombre va luego a ser entregado en manos de los pecadores.

46. Ea, levantaos, vamos de aquí; ya llega aquel que me ha de entregar".

47. Aún no había acabado de decir esto, cuando llegó Judas, uno de los doce, seguido de gran multitud de gentes armadas con espadas y con palos, que venían enviadas por los príncipes y sacerdotes y ancianos o senadores del pueblo.


48. El traidor les había dado esta seña:


"Aquel a quien yo besare, ése es; aseguradle"



49. Arrimándose, pues, luego a Jesús, dijo:

"¡Dios te guarde, Maestro!"


Y le besó.



50. Díjole Jesús:




"¡Oh, amigo!  ¿a qué has venido aquí?"


Llegáronse entonces los demás y echaron la mano a Jesús, y le prendieron.



51. Y he aquí que uno de los que estaban con Jesús, tirando de la espada, hirió a un criado del príncipe de los sacerdotes, cortándole una oreja.



52. Entonces Jesús le dijo:


"Vuelve tu espada a la vaina, porque todos los que se sirvieren de la espada por su propia autoridad, a espada morirán.

53. ¿Piensas que no puedo acudir a mi Padre, y pondrá en el momento a mi disposición más de doce legiones de ángeles?

54. Mas ¿cómo se cumplirán las Escrituras, según las cuales conviene que suceda así?"


55. En aquella hora dijo Jesús a aquel tropel de gentes:


"Como contra un ladrón o asesino habéis salido con espadas y con palos a prenderme; cada día estaba sentado entre vosotros enseñándoos en el templo, y nunca me prendistéis"

56. Verdad es que todo esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras de los profetas".


Entonces todos los discípulos, abandonándole, huyeron.



57. Y los que prendieron a Jesús le condujeron a casa de Caifás, que era sumo pontífice en aquel año, donde los escribas y los ancianos estaban congregados.



58. Y Pedro le iba siguiendo de lejos hasta llegar al palacio del sumo pontífice. Y habiendo entrado, se estaba sentado con los sirvientes para ver el paradero de todo esto.



59. Los príncipes, pues, de los sacerdotes, y todo el concilio andaban buscando algún falso testimonio contra Jesús para condenarle a muerte.



60. Y no le hallaban suficiente para esto como quiera que muchos falsos testimonios se hubiesen presentado. Por último aparecieron dos falsos testigos.



61. Y dijeron:


"Este dijo: Yo puedo destruir el templo de Dios y reedificarlo en tres días".


62. Entonces, poniéndose en pie el sumo sacerdote, le dijo:


"¿No respondes nada a lo que deponen contra ti?"


63. Pero Jesús permaneció en silencio. Y díjole el sumo sacerdote:


"Yo te conjuro de parte de Dios vivo que nos digas si tú eres el Cristo o Mesías, el Hijo de Dios"


64. Respondióle Jesús:


"Tú lo has dicho: Yo Soy. Y aún os declaro, que veréis después a este Hijo del hombre, que tenéis delante, sentado a la diestra de la majestad de Dios, venir sobre las nubes del cielo".


65. A tal respuesta, el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo:


"Blasfemado ha: ¿qué necesidad tenemos ya de testigos?  Vosotros mismos acabáis de oír la blasfemia con que se hace Hijo de Dios.

66. ¿Qué os parece?"


A lo que respondieron ellos diciendo:


"Reo es de muerte"


67. Luego empezaron a escupirle en la cara y a maltratarle a puñadas; y otros, después de haberle vendado los ojos, le daban bofetadas.



68. Diciendo:

"Cristo, profetízanos, adivina ¿quién es el que te ha herido?"


69. Mientras tanto Pedro estaba sentado fuera en el atrio, y arrimándose a él una criada, le dijo:


"También tú andabas con Jesús el galileo"


70. Pero él lo negó en presencia de todos, diciendo:


"Yo no se de qué hablas"


71. Y saliendo él al pórtico, le miró otra criada, y dijo a los que allí estaban:


"Este también se hallaba con Jesús Nazareno"


72. Y negó segunda vez, afirmando con juramento:


"No conozco a tal hombre"


73. Poco después se acercaron los circundantes, y dijeron a Pedro:


"Seguramente eres tú también de ellos, porque tú misma habla de galileo te descubre"


74. Entonces empezó a echarse sobre sí imprecaciones y a jurar que no había conocido a tal hombre. Y al momento cantó el gallo.



75. Con lo que se acordó Pedro de la proposición que Jesús le había dicho:


"Antes de cantar el gallo renegarás de mí tres veces"

Y saliéndose fuera, lloró amargamente.



1. Venida la mañana, todos los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo tuvieron consejo contra Jesús para hacerle morir.



2. Y declarándole reo de muerte, le condujeron atado y entregaron al presidente o gobernador, Poncio Pilato.



3. Entonces Judas, el que le había entregado, viendo a Jesús sentenciado, arrepentido de lo hecho, restituyó las treinta monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos.



4. Diciendo:


"Yo he pecado, pues he vendido la sangre inocente"


A lo que dijeron ellos:


"A nosotros ¿qué nos importa?  Allá te las hayas"





5. Mas él, arrojando el dinero en el templo, se fue y echándose un lazo, desesperado, se ahorcó.



6. Pero los príncipes de los sacerdotes, recogidas las monedas, dijeron:


"No es lícito meterlas en el tesoro del templo siendo como son precio de sangre"


7. Y habiéndolo tratado en consejo, compraron con ellas el campo de un alfarero para sepultura de los extranjeros.



8. Por lo cual se llamó dicho campo HADÉLDAMA, esto es, CAMPO DE SANGRE, y así se llama hoy día.



9. Con lo que vino a cumplirse lo que predijo el profeta Jeremías, que dice:


"Recibido han las treinta monedas de plata, precio del puesto en venta, según que fue valuado por los hijos de Israel.

10. Y empleáronlas en la compra del campo de un alfarero, como me lo ordenó el Señor".


11. Fue, pues, Jesús presentado ante el presidente, y el presidente le interrogó diciendo:





"Eres tú el rey de los judíos?"


Respondióle Jesús:


"Tú lo dices, lo Soy".


12. Y por más que le acusaban los príncipes de los sacerdotes y los ancianos, nada respondió.



13. Por lo que Pilato le dijo:


"¿No oyes de cuántas cosas te acusan?"


14. Pero Él a nada contestó de cuanto le dijo; por manera que el presidente quedó en extremo maravillado.



15. Acostumbraba el presidente conceder por razón de la fiesta de la Pascua, la libertad de un reo, a elección del pueblo.



16. Y teniendo a la sazón en la cárcel a uno muy famoso, llamado Barrabás.



17. Preguntó Pilato a los que habían concurrido:





"¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás, o a Jesús, que es llamado el Cristo, o Mesías?"


18. Porque sabía bien que se lo habían entregado los príncipes de los sacerdotes por envidia.



19. Y estando él sentado en su tribunal, le envió a decir su mujer:




"No te mezcles en las cosas de ese justo, porque son muchas las congojas que hoy he padecido en sueños por su causa"


20. Entretanto, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos indujeron al pueblo a que pidiese la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.



21. Así es que preguntándoles el presidente otra vez, y diciendo:


"¿A quién de los dos queréis que os suelte?"


Respondieron ellos:


"A Barrabás"


22. Replicóles Pilato:


"¿Pues qué he de hacer de Jesús, llamado el Cristo?"


23. Dicen todos:


"¡Sea crucificado!"


Y el presidente:


"Pero ¿qué mal ha hecho?"


Mas ellos comenzaron a gritar más, diciendo:


"¡Sea crucificado!"


24. Con lo que viendo Pilato que nada adelantaba, antes bien, que cada vez crecía el tumulto, mandando traer agua, se lavó las manos a la vista del pueblo, diciendo:





"Inocente soy yo de la sangre de este justo, allá os lo veáis vosotros"

25. A lo cual respondiendo todo el pueblo, dijo:


"Recaiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos"


26. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó en sus manos para que fuese crucificado.



27. En seguida los soldados del presidente, cogiendo a Jesús y poniéndolo en el pórtico del pretorio o palacio de Pilato, juntaron alrededor de Él la cohorte, o compañía, toda entera.


28. Y desnudándole, le cubrieron con un manto de grana.


29. Y entretejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y una caña por cetro en su mano derecha; y con la rodilla hincada en tierra le escarnecían diciendo:





"Dios te salve, Rey de los judíos"


30. Y escupiéndole, tomaban la caña y le herían en la cabeza.






31. Y después que así se mofaron de Él, le quitaron el manto, y habiéndole puesto otra vez sus propios vestidos le sacaron a crucificar.






32. Al salir de la ciudad encontraron un hombre natural de Cirene, llamado Simón, al cual obligaron a que cargase con la cruz de Jesús.



33. Y llegados al lugar que se llama Gólgota, esto es, lugar del Calvario, o de las calaveras.



34. Allí le dieron a beber vino mezclado con hiel; mas Él, habiéndolo probado, no quiso beberlo.



35. Después que le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes. Con esto se cumplió la profecía que dice:




"Repartieron entre sí mis vestidos, y sortearon mi túnica"


36. Y sentándose junto a Él, le guardaban.



37. Pusiéronle también sobre la cabeza estas palabras, que denotaban la causa de su condenación:






"ESTE ES JESÚS EL REY DE LOS JUDÍOS"









38. Al mismo tiempo fueron crucificados con Él dos ladrones, uno a la diestra y otro a la siniestra.






39. Y los que pasaban por allí le blasfemaban y escarnecían, meneando la cabeza y diciendo:


40. "¡Hola!, tú que derribas el templo de Dios y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz"


41. De la misma manera también los príncipes de los sacerdotes, a una con los escribas y los ancianos, insultándole, decían:


42. "A otros ha salvado, y no puede salvarse a si mismo; si es el rey de Israel, baje ahora de la cruz y creeremos en él"


43. Él pone su confianza en Dios, pues si Dios le ama tanto, líbrele ahora, ya que Él mismo decía:


"Yo soy el Hijo de Dios"


44. Y eso mismo le echaban en cara aún los ladrones que estaban crucificados en su compañía.






45. Mas desde la hora sexta hasta la hora de nona quedó toda la tierra cubierta de tinieblas.



46. Y cerca de la hora nona exclamó Jesús con una gran voz, diciendo:


"ELÍ, ELÍ, ¿LAMMA SABACTANI?"


Esto es:





"DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS DESAMPARADO?"


47. Lo que oyendo algunos de los circunstantes, decían:


"A Elías llama éste"


48. Y luego, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, empapóla en vinagre, y puesta en la punta de una caña, dábasela a chupar.



49. Los otros decían:


"Dejad, veamos si viene Elías a librarle"


50. Entonces Jesús, clamando de nuevo con una voz grande y sonora, entregó su espíritu.






51. Y al momento el velo del templo se rasgó en dos partes, de alto abajo, y la tierra tembló, y se partieron las piedras.






52. Y los sepulcros se abrieron, y los cuerpos de muchos santos que habían muerto resucitaron.



53. Y saliendo de los sepulcros después de la resurrección de Jesús, vinieron a la ciudad santa, y se aparecieron a muchos.






54. Entretanto el centurión y los que con él estaban guardando a Jesús, visto el terremoto y las cosas que sucedían, se llenaron de grande temor, y decían:





"Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios"


55. Estaban también allí, a lo lejos, muchas mujeres, que habían seguido a Jesús desde Galilea para cuidar de su asistencia.



56. De las cuales eran María Magdalena, y María madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo.



57. Siendo ya tarde, compareció un hombre rico, natural de Arimatea, llamado José, el cual era también discípulo de Jesús.



58. Éste se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús, el cual mandó Pilato que se le entregase.



59. José, pues, tomando el cuerpo de Jesús, envolviólo en una sábana limpia.



60. Y lo colocó en un sepulcro suyo que había hecho abrir en una peña, y no había servido todavía; y arrimando una gran piedra, cerró la boca del sepulcro, y fuése.



61. Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas enfrente del sepulcro.



62. Al día siguiente, que era el de después de la preparación del sábado, o el sábado mismo, acudieron junto a Pilato los príncipes de los sacerdotes y los fariseos.



63. Diciendo:


"Señor, nos hemos acordado que aquel impostor, estando todavía en vida, dijo: Después de tres días resucitaré"


64. Manda, pues, que se guarde el sepulcro hasta el tercero día; porque no vayan quizás de noche sus discípulos y lo hurten, y digan a la plebe:


"Ha resucitado de entre los muertos; y sea el postrer engaño más pernicioso que el primero"


65. Respondióles Pilato:


"Ahí tenéis la guardia; id y ponedla como os parezca"


66. Con eso, yendo allá, aseguraron bien el sepulcro, sellando la piedra y poniendo guardas de vista.



Palabra de Dios
Gloria a Ti, Señor Jesús