jueves, 7 de noviembre de 2019

Beato Juan Duns Escoto - Doctor Sutil - (1265‑1308) - Fiesta Noviembre 8



Fuente: Franciscanos.net 


Sacerdote, doctor sutil y mariano (1265‑1308). San Juan Pablo II aprobó su culto el 20 de marzo de 1993.

Juan Escoto nació en Duns, en Escocia, hacia 1265, entró en la Orden de los Hermanos Menores hacia 1280 y fue ordenado sacerdote el 17 de abril de 1291. Completó los estudios entre 1291 y 1296 en París. Luego enseñó en Cambridge, Oxford y París, como bachiller, comentaba las “Sentencias” de Pedro Lombardo. Tuvo que abandonar la universidad, por no haber querido firmar una apelación al Concilio contra Bonifacio VIII, promovida por Felipe el Hermoso, rey de Francia.

Regresó allí el año siguiente para obtener el doctorado, con una carta de presentación del Ministro general de la Orden, Padre Gonzalo Hispánico, que había sido su maestro, en la cual lo recomendaba como plenamente docto “sea por la larga experiencia, sea por la fama que se había extendido por todas partes, de su vida laudable, de su ciencia excelente y del ingenio sutilísimo” del candidato.

A fines de 1307 Juan Duns Escoto estaba en Colonia, donde enseñó. Quizás no hay doctor medieval más sobresaliente que este franciscano escocés, que estudió en Oxford, enseñó en París, fue expulsado por Felipe el Hermoso porque no quiso firmar la apelación antipapal y murió en Colonia, a la edad en que los otros filósofos comienzan a producir, como si la llama del pensamiento le hubiese quemado la juventud.






El título de “Doctor Sutil” que le dieron, dice toda su sublimidad. Sus teorías sobre la Virgen y sobre la encarnación obtienen después de siglos la confirmación en el Dogma de la Inmaculada Concepción y en el culto a la Realeza de Cristo.






Elabora el misticismo pensante de San Buenaventura. Escoto es un metafísico y un teólogo. Empleó su agudeza de ingenio en la sistematización de los grandes amores de San Francisco: Jesucristo y la Virgen Santísima. La posteridad también lo ha llamado “Doctor del Verbo Encarnado” y “Doctor Mariano”.

Tuvo numerosos discípulos y muy pronto llegó a ser y siguió siendo el jefe de la escuela franciscana, que se inició con el Beato Alejandro de Hales, se desarrolló con San Buenaventura, doctor Seráfico de la Iglesia, y llegó a su culminación en el Beato Juan Duns Escoto.

Su doctrina está en perfecta armonía con su espiritualidad.

Después de Jesús, la Virgen Santísima ocupó el primer puesto en su vida. Duns Escoto es el teólogo por excelencia de la Inmaculada Concepción.

El estudio de los privilegios de María ocupó un puesto importantísimo en su vida. En una disputa pública, permaneció silencioso hasta que unos 200 teólogos expusieron y probaron sus sentencias de que Dios no había querido libre de pecado original a la Madre de su Hijo.






Por último, después de todos, se levantó Juan Duns Escoto, tomó la palabra, y refutó uno por uno todos los argumentos aducidos contra el privilegio mariano; y demostró con la Sagrada Escritura, con los escritos de los Santos Padres y con agudísima dialéctica, que un tal privilegio era conforme con la fe y que por lo mismo se debía atribuir a la gran Madre de Dios. Fue el triunfo más clamoroso en la célebre Sorbona, sintetizado en el célebre axioma: “Potuit, decuit, ergo fecit (Podía, convenía, luego lo hizo)”.

En Colonia, donde enseñaba, murió el 8 de noviembre de 1308.


Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:
http://es.catholic.net/op/articulos/35620/juan-duns-escoto-beato.html

REFLEXIÓN - 5 Claves para seguir dando gloria a Dios cuando todo en tu vida sale mal




Hay ciertos momentos en nuestras vidas donde todas las puertas parecen cerrarse al mismo tiempo.

¿Qué hacer en esos momentos?


Por: Solange Paredes | Fuente: Catholic-link.com 


«Sé bien en quién he puesto mi confianza» (2 Tim 1, 12). Poderosa frase de san Pablo que aparece en la segunda carta que le envía a su amigo Timoteo desde la prisión. Por supuesto, esta no es una afirmación ligera, sino que tiene todo el peso y autoridad de un cristiano que está atravesando uno de los peores momentos de su vida, pues cuando escribe esto, Pablo está en Roma, aguardando su condena a muerte. Se encuentra solo, abandonado hasta por los creyentes. Aún así, le escribe a Timoteo para comunicarle su ánimo y total confianza en el Señor. 

¡Qué testimonio! ¡Qué fe! Cuánta razón tenía Pablo en señalar en esa misma carta: «He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe» (2 Tim 4, 7). Tal vez nosotros no estemos en prisión, esperando nuestra condena a muerte, pero solo Dios sabe de nuestros problemas y nuestro dolor, de su profundidad y complejidad, de la carga que cada uno lleva sobre los hombros… Probablemente (ojalá) la mayor parte del tiempo sea un dolor quieto, presente pero apenas perceptible. Sin embargo, hay ciertos momentos en nuestras vidas donde todas las puertas parecen cerrarse al mismo tiempo, donde distintas situaciones sofocan nuestra vida y parece que literalmente TODO sale mal y no hay salida. ¿Qué hacer en esos momentos?

Como sabemos, los santos no fueron extraños a este escenario. Su amor a Dios y su fe no los eximieron del sufrimiento, ni ellos tampoco pretendieron que así fuera. La diferencia entre ellos y nosotros es que los santos, a pesar de atravesar semejantes o peores vicisitudes, conocían a su Señor y confiaban en Él. Es por eso que, basados en ese testimonio, les ofrecemos 5 puntos de reflexión que pueden ayudarnos cuando nos sintamos abatidos o defraudados por la vida:


1. Un día a la vez




«No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le bastan sus propias preocupaciones» (Mateo 6,34)

De esta forma, nuestro Señor nos alienta a no vivir en el pasado (resentimientos) ni mortificarnos por cosas que todavía no suceden (preocupaciones). Como verdadero hombre, conoce nuestra naturaleza y sabe de qué pie cojeamos. Él nos insta a vivir en el presente, a enfocarnos en las herramientas que tenemos hoy para que con cabeza clara podamos trabajar en lo que nos compete. De lo contrario, seremos presa fácil de preocupaciones abrumadoras que nos llenan de desaliento y que en el peor de los casos pueden llevarnos a la desesperación.

Un buen antídoto frente a esto es la oración de santa Teresa de Ávila, Doctora de la Iglesia. Ella misma fue atribulada por enfermedades, problemas, persecución y calumnias. Sin embargo, su fe, aplomo y sabiduría hizo que esta mujer revolucionara la sociedad de su tiempo y fuera un verdadero regalo de Dios a su Iglesia. Esta es pues una oración escrita en medio de esas contradicciones:




«Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta: Solo Dios basta. Eleva tu pensamiento, al cielo sube, por nada te acongojes, nada te turbe. A Jesucristo sigue con pecho grande, y, venga lo que venga, nada te espante. ¿Ves la gloria del mundo? Es gloria vana; nada tiene de estable, todo se pasa. Aspira a lo celeste, que siempre dura; fiel y rico en promesas, Dios no se muda. Ámala cual merece bondad inmensa; pero no hay amor fino sin la paciencia. Confianza y fe viva mantenga el alma, que quien cree y espera todo lo alcanza. Del infierno, acosado, aunque se viere, burlará sus furores quien a Dios tiene. Vénganle desamparos, cruces, desgracias; siendo Dios tu tesoro nada te falta. Id, pues, bienes del mundo; id dichas vanas; aunque todo lo pierda, solo Dios basta» (Santa Teresa de Ávila, 1515-1582).


2. El sufrimiento/los problemas también son una oportunidad




«Bendita la crisis que te hizo crecer, la caída que te hizo mirar al cielo, el problema que te hizo buscar a Dios» (san Pío de Pietrelcina). Con esta corta frase, este gran santo italiano encapsula la sabiduría profunda de saber reconocer a Dios y su amor en medio de los problemas.

Podemos estar de acuerdo en que a veces nuestra propia terquedad, egoísmo, soberbia o incluso ignorancia hace que vivamos de espaldas a Dios, llevando vidas no malas necesariamente, pero bastante lejanas de ser santas. Es así que, sin darnos cuenta, podemos volvernos indiferentes con respecto a Dios, los sacramentos, el servicio a los demás o cualquier aspecto de la fe. Vivir así pone en peligro nuestra eternidad y Dios, como Buen Padre, intenta de todos los modos llamar nuestra atención, romper el estado zombi y catatónico de nuestra existencia para al fin abrirnos a Él.

El gran santo español, Juan de Ávila, también Doctor de la Iglesia, se refería a la sensación de ausencia de Dios como “noche del alma”. En el caso de los santos, la noche del alma no se refiere a momentos de crisis para que vuelvan a Dios, sino al tiempo prolongado de sequedad espiritual por el cual las almas devotas purifican su amor a Dios, de tal forma que lo amen no por lo que obtienen de Él sino por Él mismo. Ya sea que, nuestro caso sea uno u otro, creo que podemos identificarnos con la oración que San Juan de Ávila escribió estando injustamente preso acusado por sus propios hermanos. Edifica mucho que él celebre esta “noche oscura” pues sabe que es a partir de ella que el alma (la amada) y Dios (el Amado) se encuentran con redoblado amor:





«En una noche oscura, con ansias de amores inflamada, ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada, sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía. Aquella me guiaba, más cierta que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía. ¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche más amable que la alborada, Oh noche que juntaste amado con amada, amada en el Amado transformada!»

En medio de las dificultades y el desconcierto no hay otra luz que guíe sino la fe. Felices de nosotros si esa fe es como la que describe san Juan de Ávila: más cierta que la luz del mediodía.


3. Amar a Dios es confiar en Él




«Nos vienen pruebas de toda clase, pero no nos desanimamos. Andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados: perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no aplastados» (2 Cor 4, 8).

Una vez más citamos al gran apóstol san Pablo. Por medio de sus escritos y enseñanzas, no nos queda duda que conocía a nuestro Señor, que había experimentado Su amor y que, por eso, confiaba en Él. Como señalaba el Padre Bernardo Hurault: «Con la firme esperanza de la fe, el testigo de Cristo ha de mostrarse valiente y fuerte como mensajero de Cristo Vencedor. Convencerá por su propia convicción». Esa convicción será verdadera si nosotros, en medio de los problemas, no nos alejamos de Dios, sino que recurrimos más fervientemente a los sacramentos y a su Palabra que salva. En ese momento, experimentaremos la certeza de sabernos hijos amados de Dios y aunque andemos con graves preocupaciones, no caeremos en la desesperación, pues mientras estemos en gracia de Dios, nuestras vidas estarán en Sus manos.


4. ¿Voluntad de Dios?




Aunque a veces en el lenguaje cotidiano se suela atribuir cualquier cosa buena o mala a la voluntad de Dios, se puede caer en el error de creer que asesinatos, robos o cualquier tragedia sean algo que Él haya deseado. Como explicaba Madre Angélica, dentro de la voluntad de Dios, hay cosas que Él ordena, es decir cosas que desea para nosotros, y otras cosas que permite. Dentro de esta última categoría estarían los males ocasionados no por el bien, sino por la ausencia de Dios en la vida de las personas que los cometen. Sabemos que Dios respeta nuestra libertad, pues no somos robots que Él controla a su antojo (así de grande es su amor). Por lo tanto, a pesar de que Él no desee la muerte de alguien a causa de un conductor ebrio, por ejemplo, puede permitirlo sabiendo que en su omnipotencia «todas las cosas obran para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito» (Romanos 8, 28). La frecuencia de los sacramentos nos dará esta paz y certeza.

Más aún, en el evangelio, nuestro mismo Señor nos conforta y nos pide que no tengamos miedo. Nos habla una y otra vez del amor del Padre y de cuánto le importamos. Esto debería bastarnos para no dejarnos abatir por el peso de los problemas, pues Dios está en control de la historia:





«¿Acaso un par de pajaritos no se venden por unos centavos? Pero ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a ustedes, hasta sus cabellos están todos contados. ¿No valen ustedes más que muchos pajaritos? Por lo tanto, no tengan miedo» (Mt 10, 29-31)


5. Mirar la Cruz




¿Quién puede reclamar genuinamente acerca de las injusticias de la vida si fue el propio Jesucristo que experimentó la injusticia más grande de la historia? ¿Cómo ese Dios no va a entender nuestro padecimiento? ¿Cómo no hallaremos en Sus brazos consuelo? Mirar a Cristo crucificado en medio de nuestro dolor, llorar con Él frente al Santísimo, puede darnos el más dulce de los consuelos y la gracia de entender un poquito más el sentido salvífico del dolor. Mientras tanto, comparto con ustedes un extracto de «La Imitación de Cristo» de Thomas de Kempis:






«Tengo ahora muchos amantes de mi reino; pero pocos se preocupan por mi cruz. Muchos desean mis consuelos, pocos mis tribulaciones. Encuentro muchos compañeros de mi mesa, pocos de mi abstinencia. Todos quieren alegrarse conmigo, pocos quieren sufrir algo por mí. Muchos me siguen hasta la fracción del pan; pocos hasta beber el cáliz de mi Pasión. Muchos reverencian mis milagros, pocos se apegan a la ignominia de mi cruz. Muchos me aman mientras la prueba no les llega. Muchos me alaban y me bendicen mientras reciben algunos favores. Pero si me escondo y los dejo un instante, se quejan y caen en el más completo abatimiento. Al contrario, los que me aman por mí mismo y no en vista de algún interés particular, me bendicen en las pruebas y en las angustias del corazón, como en medio de las grandes alegrías».

Que nuestro Señor nos dé la gracia de los santos y aprendamos a amarlo, ofrecer nuestro sufrimiento por el bien de las almas y finalmente descansar nuestros corazones en el de Él. Así sea.


Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:

Psicología y temperamento de Jesús



Psicología y temperamento
de Jesús

Jesús como Hombre

Jesús ha sido, es, y será un personaje excepcional desde todos los puntos de vista.

Por: P. Antonio Rivero, L.C | Fuente: Libro Jesucristo 

En una palabra, Jesús era impecable, es decir, libre de toda imperfección y mancha moral ante Dios y los hombres. Nadie pudo sorprenderlo en mentira o falla. Por eso pudo decir:
"¿Quién me argüirá de pecado?"
Nadie pudo echarle en cara un pecado. San Pedro así afirmó:
"No hubo pecado en él, ni engaño en su boca" (1 Pedro 2, 22)
Impecable significa santo. Jesús era santo. Tal convenía que fuese nuestro Sumo Sacerdote:
"Santo, inmaculado, apartado de los pecados" (Hebr. 7, 26)
En todo semejante a nosotros, menos en el pecado.

En el concilio de Éfeso del siglo IV se afirma que Jesús nunca cometió pecado. Y en el segundo concilio de Constantinopla se condena a quien diga que Jesús tuvo pasiones desordenadas carnales. Esta herejía y esta profanación se ha vuelto a repetir en la famosa película "La última tentación de Cristo". Esta postura es inaceptable porque en Jesús hay equilibrio entre el mundo pasional y el racional. El desequilibrio se da en nosotros, por culpa del pecado original. Pero en Jesús no hubo pecado original. Nació sin pecado, así lo dijo el ángel a María. Jesús no tenía tendencia interior al mal, como nosotros. Y las tentaciones del desierto o la de Getsemaní son tentaciones extrínsecas, es decir, vienen de fuerzas exteriores, provocadas por el Maligno. Y Jesús las rechaza al punto, porque en su alma no había complicidad radical alguna con el mal. El "Apártate, Satanás" tantas veces pronunciado por Jesús, es el reflejo de la ausencia de complicidad pecaminosa en su interior.

El historiador Ranke escribió esto de Jesús:
"Nada más inocente, más sublime y más santa ha existido en la tierra que la conducta de Cristo, su vida y su muerte. En cada una de sus sentencias sopla el puro aliento de Dios. Son palabras de vida eterna. El género humano no tiene recuerdo alguno que pueda ni de lejos compararse con éste"
Así Jesús llega a ser el ideal ético de todos los tiempos y de todas las civilizaciones.

¿Qué decir de esas reacciones fuertes de Jesús?
¿No son accesos de ira y cólera
con los vendedores del templo
y con la clase dirigente de entonces?


Santidad y perfección moral no significa tener temperamento flemático, débil, apático, apagado. No. Jesús es un hombre con energía moral, de temperamento fuerte y apasionado. Y cuando está en juego la gloria del Padre y la honestidad y honradez no duda en airarse. No tolera la mentira, la falsedad, la doblez. Se indigna contra quienes quieren falsear la religión y se creen justos. Podemos imaginarlo con los ojos llameantes, los labios trémulos y las mejillas abrasadas, porque "el celo de la casa de su Padre le consume". Jesús no se queda en medias tintas. Su ira no va contra las personas, sino contra la actitud hipócrita y doble de esa gente dirigente.

Por tanto, su semblanza moral estaba enriquecida con estas joyas: mansedumbre y comprensión, exigencia y fuerza. No se excluyen. Es más, se complementan.

De Él se dijo:
"Nadie habló como Él"
Detrás de esta frase se esconde todo el mundo intelectual de Jesús.

¿Cómo era la inteligencia de Aquel
que a los 12 años dejó boquiabiertos
a los doctores de la ley?


¿Cómo era la inteligencia de aquel que cuando hablaban todos estaban pendientes de las palabras de gracia que salían de su boca? ¿Cómo era la inteligencia de quien pronunció el hermoso discurso o sermón de la montaña, jamás superado por nadie?


La gente de su tiempo estaba asombrado ante Jesús, hasta el punto de decir:
"¿De dónde le vienen a Éste tales cosas y qué sabiduría era esa que le había sido dada?"
Otros decían:
"¿Cómo es que sabe letras sin haberlas aprendido?"
¿Cómo era la inteligencia de aquel que nos describió lo más profundo y misterioso, el Reino de los cielos, con imágenes tan sencillas y asequibles como la buena semilla, el grano de mostaza, un poco de levadura, la perla preciosa, la red que se echa al mar?


La teología nos dice que Jesús
tuvo tres tipos de ciencia:

Ciencia beatífica intuitiva: por ser Dios, Él veía a Dios cara a cara. Veía todo el pasado, el presente y el futuro. Veía su vida, sus sufrimientos, sus trabajos, su apostolado, su muerte en la cruz, su triunfo en la resurrección. Veía las etapas de la Iglesia con todas las pruebas y vicisitudes. Veía a sus hermanos los hombres, sus avances y tropiezos, sus miserias y grandezas. Y todo esto le causaba un doble sentimiento: por una parte, alegría, por el bien que veía en muchos; y, por otra parte, pena, por el mal que muchos perpetraban a sus semejantes con guerras, crímenes e injusticias.

Ciencia infusa: es la ciencia que Dios da a los ángeles y a gente privilegiada, que sin haber estudiado, saben las cosas porque Dios se las infunde en su inteligencia y en su espíritu.

Ciencia adquirida o experimental: es la ciencia que vamos aprendiendo con el paso de los días, gradualmente. Así se entiende la frase del evangelio:
"El niño crecía en edad, sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres"
Jesús era verdadero hombre, por tanto, su conocimiento fue progresivo, como el conocimiento de todo hombre.

Jesús, pues, tenía una inteligencia brillante, intuitiva, clara, concreta, basada en la realidad, donde extraía los datos para su predicación. Era muy observador. Se fijaba en todo: en los lirios, en los pajarillos, en los campos, en las actitudes de los hombres. Sus ojos eran como una cámara de fotos.

Psicología y temperamento
de Jesús

Hay psicologías sanas, equilibradas, serenas, entusiastas, optimistas. Y hay psicologías enfermas, hipocondríacas, esquizofrénicas, megalómanas, amorfas, raras, depresivas, pesimistas, asustadizas y desequilibradas.

Hay temperamentos para todos los gustos: colérico, nervioso, apático, sentimental, apasionado, sanguíneo, superficial, profundo.

¿Cómo era Jesús?


Es un hecho: Jesús ha sido, es, y será un personaje excepcional desde todos los puntos de vista. Ha partido la historia en dos: antes de Cristo, después de Cristo.

A veces su modo de obrar es extraño, hasta el punto que sus mismos parientes creen que "ha perdido el juicio" (Mc 3, 21) y lo quieren llevar a su casa porque creen que compromete el honor familiar.

Los enemigos le acusan de estar poseído de un espíritu maligno, porque su obrar y doctrina rompen con los moldes recibidos del ambiente judaico (Mat 12, 24).


Otras veces su conducta parece un poco extraña: hace barro en el suelo con la saliva y unta los ojos de un ciego; o mete los dedos en los oídos de un sordo; o escribe con el dedo en el suelo o arroja airado a los mercaderes del templo. ¿No sufrirá una crisis nerviosa, no tendrá algún desajuste emocional o psicológico? ¿Quién es Éste que quebranta el sábado, que come y bebe con pecadores? ¿Ha perdido los estribos?


Un maestro un tanto singular: un maestro que no tenía lugar físico donde preparar sus clases; no tenía escuela, no llevaba libros debajo del brazo. Ni casa donde dormir.

¿Qué características podemos entresacar
del temperamento de Jesús,
a la luz del Evangelio?


Espíritu equilibrado: a pesar de que su vida se desarrolló en un ambiente de lucha y fricción, dado que su mensaje era innovador y chocaba constantemente contra las clases dirigentes de entonces, que le consideraban intruso, Jesús les desenmascara terriblemente, con espíritu decidido, costase lo que costase.

Y lo hace con espontaneidad, equilibrio, naturalidad, sinceridad... pero también con tono y palabras punzantes, con argumentos contundentes y serenos, hasta el punto que nadie se atreve a echarle mano (Jn 7, 45).

Cuando quisieron sus paisanos despeñarle, con toda naturalidad pasa en medio de ellos, sin nerviosismo ni excitación. En su vida no hay bruscas alternativas, ni depresiones nerviosas ni rectificaciones de conducta o de doctrina. Este equilibrio y serenidad es reflejo de una armonía y equilibrio de su alma segura y centrada en torno a una misión superior.

Dice un autor de Él:
"Hombre verdaderamente completo, hombre de un tiempo y de una raza apasionada de la que no rechazó sino las estrecheces de miras y errores. Tiene sus entusiasmos y sus santas cóleras. Conoce las horas en las que la fuerza viril se hincha como un río y parece desbordarse. Pero siempre permanece lúcido: nada de exageración, de pequeñez, de vanidad, ningún infantilismo, ningún rasgo de amargor egoísta e interesado. Agitadas, temblorosas, las aguas permanecen límpidas" (Grandmaison)
En sus desahogos de cólera, su centro es el celo de su Padre, que es el centro de su alma. Es una reacción en defensa de los intereses superiores del Reino de Dios. No busca sus intereses personales.

Espíritu lúcido y voluntad decidida: lucidez, pues sabía a qué había venido, conocía bien el plan que su Padre le había trazado. Lúcido en su hablar y predicar. No desvariaba, no perdía la memoria. Su hablar era coherente, reflexivo y brillante. Y al mismo tiempo, tenía una voluntad decidida. Nada de blandenguería, ni voluntad enfermiza o débil. Voluntad decidida, demostrada en términos tajantes:
"Si tu ojo... si tu mano... córtatelos...."
"Dejad a los muertos enterrar a los muertos...."

"Dejen todo y síganme"
Fue esta voluntad decidida, la que hizo que algunas veces los apóstoles no se atrevieran a preguntarle... estaban como sobrecogidos y con temor, a veces.
¡Qué decisión la de Jesús:
"Que nunca salga fruto de ti"!
Fiel a su misión: por eso rechazó las propuestas de Satanás en el desierto.


Por eso rechazó la propuesta de la gente para hacerle rey temporal. Por eso rechazó la propuesta de Pedro de quitarle la cruz y el sacrificio. Por eso, al final de su vida pudo decir:


 "Todo está cumplido"
Espíritu sincero y auténtico: en Cristo no cabían las mañas, la manipulación de la gente, el engaño, las palabras de doble sentido, la trampa.

Por eso, luchó a muerte contra el espíritu doble e hipócrita de los fariseos, a quienes trató duramente. No aguantaba la mentira. Por eso dijo:


"Vuestra palabra sea sí o no... no se puede servir a dos señores... la lámpara de tu cuerpo es tu ojo"
Jesús no tenía máscaras. Era transparente: por eso lloraba, sentía tedio y temblor, se compadecía, se enojaba... No era un estoico. Nada tenía postizo. Por eso, desenmascara las trampas de los fariseos:


"Mostradme el denario... dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios"
Espíritu realista, no idealista: Jamás se oyó decir de Cristo que tuvo éxtasis, es decir, momentos en que perdía el control de los sentidos, por estar en contacto con el mundo sobrenatural.

Nunca se desconectó del mundo sensible. Nunca estuvo fuera de sí, como estuvo San Pablo o Santa Teresa o San Juan de la Cruz, a quienes Dios les concedió estas gracias especiales.

Jesús era realista. Vivía a la intemperie. Nunca estuvo enfermo. Esto nos demuestra que tuvo un equilibrio orgánico y psíquico a prueba de todo. Quien anda en éxtasis se siente descoyuntado, molido, con dolores musculares y orgánicos.

Jesús vivía en la realidad. Y esa realidad era dura. Tanto que le creaba tensión con su misión:

"Tengo que recibir un bautismo de sangre... las raposas tienen madriguera... vamos a Jerusalén"
Jesús no fue un idealista ni un soñador. Pisa en tierra firme:


"Dadles de comer... estoy conmovido"
No es un sonámbulo. No tiene espasmos nerviosos. No tenía sugestiones ni fanatismos.

Jesús nada tiene de rarezas. Por eso, come, bebe, echa en cara, discute, reza, motiva, llama la atención, se enoja.

Sus mismas parábolas demuestran este espíritu realista: pescadores escogiendo los peces buenos; los agricultores sembrando la buena semilla; los obreros esperando en la plaza el contrato del día; la reacción de los que trabajaron más contra los más favorecidos; la preocupación de la mujer que perdió una dracma en la casa; la súplica de la mujer ante el juez inicuo; los amigos inoportunos que van de noche a pedir pan al amigo; el rico que no se preocupa del pobre; los fariseos que en las plazas hacen todo para ser vistos; la madre que va a dar a luz; los lirios del campo; los que entran al banquete sin llevar vestido de etiqueta... ¡Qué ojo tan realista y observador! Nada se le escapa. Con sus parábolas podríamos reconstruir el medio ambiente social de su época.

Espíritu sencillo: la sencillez es la no complicación ante Dios, los hombres y uno mismo. Es sinónimo de naturalidad, autenticidad, transparencia. Por eso, en Jesús encontramos una fluidez en la relación con su Padre. Y en el trato con los hombres no tenía gestos teatrales, ni tonos altisonantes ni espectacularidades para halagar a las masas.


No clamaba en las plazas. Su vocabulario era sencillo, natural, simple e imaginativo. No se iba a la abstracción; no se andaba por las ramas. No se daba a logicismos rabínicos eruditos. Natural, sin afectación; natural, sin rarezas; natural, sin formalismos. Por eso, pedía que los ayunos no se hiciesen en público, sino en privado. Por eso, iba a los convites con gente sencilla e incluso poco recomendable. No se complicaba. No se hacía líos. No cavilaba. No buscaba dobles intenciones a las cosas. Por eso, desenmascaraba a los fariseos, porque eran complicados de mente, retorcidos, maliciosos, malpensados. Todo en Jesús es transparente, auténtico, sincero:
"El ojo debe ser el espejo del corazón"
Sencillez. Sencilla fue la llamada de cada apóstol. Nada de truenos, ni de gritos, ni de espasmos. Nada de sueños ni de visiones:


"Ven y sígueme"
Sencillez. Por eso, todo lo decía de frente sin complicarse. Sencillez. Por eso, simplificó los 503 preceptos judaicos en uno solo:


"Amaos"
Espíritu original e independiente: A todos considera hermanos, no hay extraños ni extranjeros. Todos somos hijos del mismo Padre Celestial. En tiempo de Jesús imperaba un nacionalismo cerrado y de revancha contra el extranjero. Jesús habla de universalidad, de fraternidad, de unir Oriente y Occidente, donde se sentarán todos en el mismo banquete.

Original, también, al dar primacía y prioridad al valor ético, interior, espiritual y no a la letra, que a veces mata, si no está permeada de espíritu.


"Habéis oído que se dijo, pero Yo os digo..."
¡Qué postura tan valiente, gallarda, independiente! "Nadie habló como Éste".

Por este espíritu de independencia corrige la interpretación dada a las leyes antiguas, simplifica todo, perfila, matiza. Todo sonaba nuevo, original:


"Dar la otra mejilla, devolver bien por mal, amar al enemigo, no permitirse ni siquiera desear a la mujer del prójimo, perdonar, sólo los enfermos necesitan del médico, buscar lo perdido, lo que sale del corazón eso es lo que mancha..."
Por este espíritu original, no promete un mesianismo terreno, político, social, sino espiritual, donde los pobres, los afligidos, los humildes, los pacíficos, los perseguidos son quienes tendrán su recompensa. Por eso su doctrina, por ser nueva, pedía odres nuevos, corazones nuevos, mentes nuevas. Si no, se echaría a perder el vino de su mensaje.

Original y atrevido. Se considera superior a la ley, al templo, al sábado, y con toda independencia y libertad, cambia las antiguas costumbres que eran intocables:


"Habla con una mujer samaritana, come con pecadores, cura a extranjeros, se encara con esos maestros de la ley, quebranta el sábado para hacer el bien a los necesitados..."
Espíritu de mansedumbre, exento de blandos sentimentalismos: No ha habido temperamento más comprensivo y condescendiente con el prójimo que Jesús. Su espíritu de mansedumbre culmina en su silencio, en su porte digno al ser abofeteado. No es un silencio lleno de miedo e impotencia; sino un silencio lleno de dominio y contención de las pasiones irascibles. Jesús es una mezcla de majestad y dulzura. Sabe condescender sin rebajarse; entregarse sin perder su ascendiente; darse sin abandonarse.


Su dulzura y mansedumbre no significaba transigencia y aprobación de situaciones injustas o de actitudes erradas. Por eso, desenmascara la falsedad, la hipocresía, con frases duras y cortantes, de las clases dirigentes judaicas. No se alza contra la autoridad; al contrario, dice a los suyos que sigan sus instrucciones, pero no su conducta. Vigoroso y suave, seguro y condescendiente. En el equilibrio de ambas tendencias está el carácter perfecto.

Espíritu comprensivo y humano, sin concesiones a la demagogia: Jesús era intransigente con el pecado e indulgente con el pecador. Ahí tenemos a Jesús frente a la mujer adúltera (Juan 8, 1s) y frente a esos judíos que trajeron a esa mujer pública. Fue indulgente con ella, porque estaba arrepentida, pero fue intransigente con el pecado de la mujer:
"Vete y no peques más"
Y fue intransigente con esos judíos:
"El que de vosotros esté sin pecado, arroje la primera piedra"


Ahí tenemos a Jesús frente a esa mujer samaritana (cf. Juan 4). Jesús le puso ante su cara el pecado:



"Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido"
Pero la fue llevando al arrepentimiento. Jesús no tiraba las piedras contra los pecadores, como hacían los fariseos. Era comprensivo con la debilidad humana. Pero era intransigente con la mentira, la hipocresía, la falsedad, la ambición, la comodidad. Por eso no dudó de hablar duro a Pedro: 



"Apártate de mí Satanás"
Cuando Pedro quiso quitar del plan de Jesús la cruz, lo difícil (Mateo 16, 21-23).

Aún resuenan las terribles palabras contra la actitud de esos jefes religiosos:



"Fariseos, sepulcros blanqueados, raza de víboras"
Daban la impresión de una virtud interior que no tenían.

Comprensivo con el pecador humilde. Por eso perdonó al buen ladrón (cf. Lucas, 23, 39-43), a Zaqueo (cf. Lucas 19, 1-10). Pero esta comprensión con la debilidad humana, estaba muy por encima de la demagogia o condescendencia con las pasiones bajas de las turbas. Por eso, no lanza un programa o un mensaje facilitón, cómodo, de satisfacciones sociales en el orden terrenal; no promete bienes terrenales, sino persecuciones, dificultades. Por eso, a los que le siguen les pide renuncias terribles, negarse a sí mismo, tomar la cruz... amarla a Él más que a sus seres queridos.



Nada de concesiones a la sensualidad y a la animalidad del hombre. Primero están los valores del espíritu, que piden ascesis, trabajo, renuncia. Jesús no halaga, exige. Jesús no cede, exige. No contemporaliza, exige. Nada de demagogias facilitonas, como hacían otros mesías. Su mensaje era crudo: cruz, sacrificio, renuncia.



Y sin embargo, era el Pastor que busca esa oveja perdida y cuando la halla, se alegra, la pone sobre los hombros, hace fiesta.



Era ese Médico que curaba las heridas profundas del corazón de quien se acercaba humilde y arrepentido. Era ese Padre que se compadecía de esas turbas hambrientas de su Palabra, y les alimentaba sin prisas, aunque no tuviera Él tiempo para comer. Jesús, pues, era intransigente con el pecado, pero comprensivo con el pecador. Para ello se necesita tener un corazón noble, grande para amar y fuerte para luchar.

Espíritu austero: austero, no al estilo de Juan Bautista, que huye del mundo y de sus nobles alegrías. Jesús no es un anacoreta que vive aislado en el desierto, sin más compañía que la de los chacales. El anacoreta se desconecta de la vida social, de sus problemas y angustias. La misión de Jesús debía desarrollarse en el bullicio de las ciudades, conviviendo con sus conciudadanos y participando de sus preocupaciones. Los monjes anacoretas tenían este lema: "Huye, reza, llora". Jesús, no. Jesús quiere santificar la vida social en su propio ambiente, en contacto con las diversas clases sociales de su tiempo.

¿Dónde está, pues, su austeridad,
si tenía que vivir en medio del mundo?



En su vida personal había abrazado la más estricta pobreza. No tenía dónde reposar la cabeza. Tenía otro alimento distinto. Austeridad, como ese tener lo esencial, vivir con lo esencial; en comida, vivienda y vestido. Austeridad, como libertad interior. Cuanto menos se tiene, más libre se siente Jesús.

Su mensaje, por otra parte, exige austeridad, renuncia:



"No acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla corroe..."


"¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero...?"

"Una cosa es necesaria..."
Pide, pues, austeridad, para desembarazar el espíritu a fin de que vuele con mayor libertad hacia la santidad. Pide perder la vida material, para salvar el alma espiritual. Como el cirujano que amputa un miembro, para el bien del todo. Pide vender todo lo material para comprar la perla preciosa de su amistad, de su gracia, de su Reino.

Nada tiene valor para Jesús, sino en función de su dimensión religiosa y espiritual. Por eso lo material debe ocupar un lugar secundario en la vida del cristiano. Si no hay renuncia en la vida, no hay clima propicio para el desarrollo de los valores espirituales. Su mensaje, por tanto, supone un programa de renuncia. No nos hagamos ilusiones: para entrar en el Reino de los cielos hay que desprendernos. La austeridad nos ayuda a elevar la mirada a las cosas de arriba, y a desprendernos de las cosas, afectivamente, primero, y efectivamente, después.

Espíritu razonablemente afectivo: la actitud de austeridad y desprendimiento ante la vida en Jesús no está reñida con un temperamento afectivo, cálido, cordial.

Austeridad no significa adustez, insensibilidad, frialdad en el trato con los demás. La austeridad regula esa tendencia de todo hombre a tener más de lo necesario. La afectividad es una cualidad que todo hombre tiene que desarrollar en el marco de un equilibrio, y que le hace ser más hombre.

¿Cómo demostró Cristo su afectividad?



En los Evangelios se nos habla de su predilección por los niños, símbolo del candor y humildad, necesarios para entrar en el Reino. Con sus apóstoles fue afectuoso y el Evangelio no esconde que Jesús tuvo predilección con algunos: Pedro, Santiago y Juan. A pesar de la rudeza de aquellos pescadores, Jesús tuvo detalles de delicadeza y afectividad: cuando les vio cansados, los llevó a la otra orilla a pasar un fin de semana. En la Última Cena los llama: "hijitos míos" y les deja el testamento del amor, como sello de su pertenencia. Les lava los pies.



Cuando les manda al apostolado se preocupa de que no les falte nada. Fue compañero de fatigas y sinsabores, de alegrías y sobresaltos de esos doce íntimos. Con ellos desarrolló una afectividad sana, equilibrada y orientada al bien. La afectividad unida a la amistad crea lazos irrompibles, estrechos y duraderos.

Antes de partir al Padre, Jesús les conforta, les anima y les promete un Consolador, el Espíritu Santo. Les promete su asistencia hasta el final de los tiempos. Hoy diríamos: "Jesús tenía corazón".



Esto es la afectividad. La misma Eucaristía fue regalo de esta afectividad inigualable que desembocó en amor íntimo y oblativo.



Las lágrimas que Jesús derramó en varias ocasiones demuestran que Jesús no era una persona adusta o insensible, sino, al contrario, con una capacidad de afectividad fina. Le dolía que no le aceptaran como Mesías. Le dolía la suerte de su pueblo. Le dolía la injusticia, la explotación, el sufrimiento de su gente. Le dolía la ingratitud. Le dolía la terquedad de algunos.

CONCLUSIÓN



Hemos visto todo un mosaico de virtudes en Jesús. Virtudes en plena armonía, que forman la rica personalidad de Cristo, su mundo psicológico y afectivo. Estas virtudes las vivió Jesús de un modo sereno, límpido, natural, sin tensiones. Cristo representa el equilibrio, el ideal más puro de la Humanidad. A Él tenemos que mirar todos, por ser el Camino, la Verdad y el Modelo.



A modo de conclusión, hagamos un breve resumen de cuanto se ha dicho: 


¿Cómo era Jesús?



Ante su Padre: obediente, agradecido, atento, solícito, amoroso, delicado, respetuoso.



Ante los hombres: Demuestra un gran interés por el hombre, por cada hombre. Le ama con compasión, le habla con sencillez, le corrige con bondad y con exigencia amorosa para que se convierta; le urge la conversión del hombre. Quiere hacerle salir de su reducido mundo, abrirle horizontes, darle alas para que comprenda lo que es, lo que puede ser. Desea hacerle superar lo inmediato para que vea lo profundo de su vida y de su actuación. Usa términos absolutos: nadie, todos, perderse, salvarse; no se queda en las ramas, va a las raíces (Mc 8, 35; Mc 9, 43-44). Utiliza las narraciones o parábolas para iluminar las actitudes que el hombre debe tener en su vida, para enseñarle cómo debe actuar para ser mejor: el sembrador y su cosecha (Mt 13), obrero y trabajo (Mt 20, 1-16), servidor y señor (Lc 12, 45-47), ladrón (Lc 12, 39), padre e hijo (Lc 15, 11-32), administrador y el rico (Lc 16, 1-8); rico y pobre (Lc 16, 19-31), negociantes y casas de préstamo (Lc 19, 12-23), invitados a la boda (Lc 14, 8-12), gobernantes y súbditos (Mt 20, 25). También usaba paradojas y enigmas para hacerle pensar al hombre, animarle a buscar. Emplea el género apocalíptico para recordar la inseguridad del hombre, el juicio al que está sometido, la soberanía de Dios, su paciente espera, su justicia, la maldad del pecado, la necesidad de estar vigilante (Mt 24, 36; 24, 27-28; Mt 25).

¿Desde dónde enseña al hombre? Cualquier parte es púlpito: plazas, caminos, a orillas del lago, sinagoga, banquetes, templo, etc.

¿Cómo enseña? Con autoridad, con decisión, con paciencia y bondad.



Ante las cosas: amor y respeto por la naturaleza. Se ha fijado en todo: pájaros (Lc 9, 58; 12,6), los cuervos (Lc 12, 24), los lirios (Lc 12, 27), la hierba del campo (Lc 12, 28; Mt 6, 30), las vides y los sarmientos (Jn 15), las uvas y los espinos, los higos y los cardos (Mt 7, 16), los juncos e hierbas agitados por el viento (Lc 7, 24), las nubes en el cielo (Lc 12, 54), el viento (Jn 3, 80), la gallina (Lc 13, 34). Y todas las cosas las relaciona con el Padre, con el mundo espiritual. Todo es huella de Dios. Tiene en cuenta los hechos sociales, civiles y religiosos, cotidianos. Utiliza símbolos que transportan a una realidad profunda: sal, luz, candil, perfume, polilla, carcoma, viga, perla, roca, río, viento, casa, red, tesoro, grano de mostaza, grano de trigo, cizaña, etc. Todo le servía para predicar su mensaje divino. Jesús se da cuenta de las relaciones humanas, comerciales, política y religiosas, que se dan en la sociedad en que vive.

Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:
http://es.catholic.net/op/articulos/17587/psicologa-y-temperamento-de-jess.html