sábado, 24 de agosto de 2019

San Luis IX - Rey de Francia Año 1270 - Fiesta Agosto 25



San Luis fue un hombre excepcional dotado por Dios de una gran sabiduría para gobernar, una enorme bondad que le atraía las simpatías de la gente, y una generosidad inmensa para ayudar a los necesitados, unido todo ésto a una profundísima piedad que lo llevó a ser un verdadero santo. San Luis tuvo la dicha de tener por madre a una mujer admirable, Blanca de Castilla, que se preocupó por hacer de él un cristiano fervoroso y un gobernante intachable. Esta mujer formidable le repetía a su hijo:
"Te amo muchísimo, pero preferiría mil veces verte muerto antes que saber que has cometido un pecado mortal"
Era hijo del rey Luis VIII de Francia, y nació en 1214. Toda su vida sintió una gran veneración por la Iglesia donde fue bautizado y allá iba cada año a darle gracias a Dios por haberle permitido ser cristiano. Una vez preguntó a un empleado qué preferiría, si cometer un pecado mortal o volverse leproso. El otro le respondió que preferiría el pecado. San Luis lo corrigió diciéndole:
"No, no hay desgracia ni enfermedad mayor ni más horrorosa que cometer un pecado grave"
A los 12 años quedó huérfano de padre, y su madre Blanca asumió el mando del país mientras el hijo llegaba a la mayoría de edad. Al cumplir sus 21 años fue coronado como rey, con el nombre de Luis IX.

Buen guerrero, pero generoso


San Luis fue siempre un guerrero hábil, inteligente y valeroso, pero supremamente generoso con los vencidos. Cuando él subió al trono muchos condes y marqueses, imaginándose que sería un joven débil y sin ánimos para hacerse respetar, se declararon en rebelión contra él. Luis organizó muy bien su ejército y los fue derrotando uno por uno. El rey de Inglaterra invadió a Francia, y Luis con su ejército lo derrotó y los expulsó del país. Pero estaba siempre dispuesto a pactar la paz con sus enemigos tan pronto como ellos lo deseaban. Decía que sólo hacía la guerra por defender la patria, pero nunca por atacar a los demás.

Amigo de la religión


Pocos gobernantes en la historia han sido tan amigos de la religión católica como el rey San Luis. Le agradaba mucho ir a los conventos a rezar con los religiosos y asistir con ellos a las ceremonias religiosas. Alguien le dijo que había gente que le criticaba por ser tan piadoso y asistir a tantas reuniones donde se rezaba, y él le respondió:
"De eso no me avergüenzo ni me avergonzaré jamás. Y esté seguro de que si en vez de ir a esas reuniones a orar, me fuera a otras reuniones a beber, bailar y parrandear, entonces sí que esas gentes no dirían nada. Prefiero que me alabe mi Dios aunque la gente me critique, porque por Él vivo y para Él trabajo, y de Él lo espero todo"
Padre y esposo


A los 19 años contrajo matrimonio con Margarita, una mujer virtuosa que fue durante toda su vida su más fiel compañera y colaboradora. Su matrimonio fue verdaderamente feliz. Tuvo cinco hijos y seis hijas. Sus descendientes fueron reyes de Francia mientras ese país tuvo monarquía, o sea hasta el año 1793 (por siete siglos) hasta que fue muerto el rey Luis XVI, al cual el sacerdote que lo acompañaba le dijo antes de morir:
"Hijo de San Luis ya puedes partir para la eternidad"
A sus hijos los educó con los más esmerados cuidados, tratando de que lo que más les preocupara siempre, fuera el tratar de no ofender a Dios.

Sus leyes especiales


San Luis se propuso disminuir en su país la nefasta costumbre de maldecir, y mandaba dar muy fuertes castigos a quienes sorprendían maldiciendo delante de los demás. En ésto era sumamente severo y fue logrando que las gentes no escandalizaran con sus palabras maldicientes. Otra ley que dio fue la prohibición de cobrar intereses demasiado altos por el dinero que se prestaba. En ese tiempo existían muchos usureros (especialmente judíos), que prestaban dinero al cinco o seis por ciento mensual y arruinaban a miles de personas. San Luis prohibió la usura (cobrar intereses exagerados) y a quienes sorprendían aprovechándose de los pobres en esto, les hacía devolver todo lo que les habían quitado. Un rico millonario mandó matar a tres niños porque entraban a sus fincas a cazar conejos. El rey San Luis hizo que al rico le quitaran sus haciendas y las repartieran entre la gente pobre.

La gran cruzada


Sabiendo que era un hombre extraordinariamente piadoso, le hicieron llegar desde Constantinopla la Corona de Espinas de Jesús, y él entusiasmado le mandó construir una lujosa capilla para venerarla. Y al saber que la Tierra Santa donde nació y murió Jesucristo, era muy atacada por los mahometanos, dispuso organizar un ejército de creyentes para ir a defender el País de Jesús. Ésto lo hacía como acción de gracias por haberlo librado Dios de una gran enfermedad. Organizó una buena armada y en 1247 partió para Egipto, donde estaba el fuerte de los mahometanos. Allí combatió heroicamente contra los enemigos de nuestra religión y los derrotó y se apoderó de la ciudad de Damieta. Entró a la ciudad, no con el orgullo de un triunfador, sino a pie y humildemente. Y prohibió a sus soldados que robaran o que mataran a la gente pacífica.

La hora del dolor y de la derrota


Pero sucedió que el ejército del rey San Luis fue atacado por la terrible epidemia de tifo negro y de disentería y que murieron muchísimos. Y el mismo rey cayó gravemente enfermo con altísima fiebre. Entonces los enemigos aprovecharon la ocasión y atacaron y lograron tomar prisionero al santo monarca. En la prisión tuvo que sufrir muchas humillaciones e incomodidades, pero cada día rezaba los salmos que rezan los sacerdotes diariamente.

Rescate costoso

Los mahometanos le exigieron como rescate un millón de monedas de oro y entregar la ciudad de Damieta para liberarlo a él y dejar libre a sus soldados. La reina logró conseguir el millón de monedas de oro, y les fue devuelta la ciudad de Damieta. Pero los enemigos solamente dejaron libres al rey y a algunos de sus soldados. A los enfermos y a los heridos los mataron, porque la venganza de los musulmanes ha sido siempre tremenda y sanguinaria. El rey aprovechó para irse a Tierra Santa y tratar de ayudar a aquel país de las mejores maneras que le fue posible. Él ha sido uno de los mejores benefactores que ha tenido el país de Jesús. A los cuatro años, al saber la muerte de su madre, volvió a Francia.

Obras de caridad admirables


En su tiempo fue fundada en París la famosísima Universidad de La Sorbona, y el santo rey la apoyó lo más que pudo. Él mismo hizo construir un hospital para ciegos, que llegó a albergar 300 enfermos. Cada día invitaba a almorzar a su mesa a 12 mendigos o gente muy pobre. Cada día mandaba repartir en las puertas de su palacio, mercados y ropas a centenares de pobres que llegaban a suplicar ayuda. Tenía una lista de gentes muy pobres pero que les daba vergüenza pedir (pobres vergonzantes) y les mandaba ayudas secretamente, sin que los demás se dieran cuenta. Buscaba por todos los medios que se evitaran las peleas y las luchas entre cristianos. Siempre estaba dispuesto a hacer de mediador entre los contendientes para arreglar todo a las buenas.

Agonía en plena guerra

Sentía un enorme deseo de lograr que los países árabes se volvieran católicos. Por eso fue con su ejército a la nación de Túnez a tratar de lograr que esas gentes se convirtieran a nuestra santa religión. Pero allá lo sorprendió su última enfermedad, un tifo negro, que en ese tiempo era mortal.

Su testamento


Dictó entonces su testamento que dice:
"Es necesario evitar siempre todo pecado grave, y estar dispuesto a sufrir cualquier otro mal, antes que cometer un pecado mortal. Lo más importante de la vida es amar a Dios con todo el corazón. Cuando llegan las penas y los sufrimientos hay que ofrecer todo por amor a Dios y en pago de nuestros pecados. Y en las horas de éxitos y de prosperidad dar gracias al Señor y no dedicarse a la vanagloria del desperdicio. En el templo hay que comportarse con supremo respeto. Con los pobres y afligidos hay que ser en extremo generosos. Debemos dar gracias a Dios por sus beneficios, y así nos concederá muchos favores más. Con la Santa Iglesia Católica seamos siempre hijos fieles y respetuosos"
Estos consejos dichos por todo un rey, son dignos de admiración.

Santa muerte

El 24 de agosto del año 1270 sintió que se iba a morir y pidió los santos sacramentos. De vez en cuando repetía:
"Señor, estoy contento, porque iré a tu casa del cielo a adorarte y amarte para siempre"
El 25 de agosto a las tres de la tarde, exclamó:
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"
Y murió santamente. El Sumo Pontífice lo declaró santo en el año 1297.

Quiera Dios enviarnos
muchos gobernantes
tan santos y tan caritativos
y buenos católicos,
como San Luis rey de Francia

Fuente - Texto tomado de EWTN:
http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Luis_8_25.htm

Triste y bello recordatorio: ¿Has visitado el lugar donde Jesús lloró?


En Jerusalén, una Capilla llamada "Dominus Flevit"

Narran los Evangelios que en el Domingo de Ramos, durante el cortejo de su entrada triunfal en Jerusalén, cuando pasaba en las proximidades del Huerto de los Olivos, Jesús se detuvo por un momento.

Tenía delante de sí un bello panorama, en el cual se destacaba el majestuoso Templo, cuyos portales habían cruzado a lo largo de los siglos tantas generaciones de fieles, y sobre todo Profetas, Reyes y grandes personajes bíblicos. Allí, de tantos modos, se manifestó el propio Dios.

En medio del silencio de la multitud, el Divino Maestro se detuvo para considerar aquel escenario, recordando las disposiciones de sus habitantes a lo largo de tres años de predicaciones.




¡Entonces, lloró!

Consideraba el empeño con que invitara al pueblo de Israel para trillar la vía de una profunda conversión, y el rechazo con que este llamado fue respondido. Rechazo que se consumaría con su condenación y crucifixión.



“Oh, si tú al menos en ese día que te es dado, conocieseis lo que puede traerte la paz. Pero no, eso está oculto a tus ojos. Vendrán sobre ti días en que tus enemigos te cercarán de trincheras, te sitiarán y te apretarán por todos lados”, exclamó Jesús (Lc, 19, 40)



“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas los profetas y apedreas aquellos que te son enviados! ¡Cuántas veces yo quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos debajo de sus alas… y tú no quisiste!” (Mt. 23, 37)

Dos mil años transcurrieron desde que esas lágrimas brotaron del rostro de Jesús. A lo largo de los años y de los siglos, la Iglesia viene recordando tal episodio en sus lecturas litúrgicas, sobre todo en la Semana Santa. Además, lo recuerda también un simple monumento, esto es, una Capilla edificada en el lugar donde se dio el llanto.


Kyle Sorkness - CC

El pequeño templo, concebido con el formato que evoca una gota de lágrima, fue edificado en 1950 sobre las ruinas de un pequeño oratorio de los primeros siglos de la era cristiana, del cual se conservan algunos trazos.

La Capilla es designada en latín con el título Dominus Flevit, que significa “El Señor Lloró”.

Una amplia ventana permite al sacerdote celebrante, así como a los fieles, contemplar a lo lejos la ciudad santa de Jerusalén, en la misma perspectiva que lo hizo el Divino Maestro hace dos mil años.

La posición de su altar -junto a una amplia y artística ventana semicircular- permite que el celebrante, como también el público, tenga delante de sí el mismo escenario de Jerusalén, contemplado antes por el propio Cristo.


Alvaro Bertelsen - CC

El altar de mármol ostenta un bello mosaico con la artística figura de una gallina protegiendo a sus pollitos debajo de las alas abiertas. Esa ave, tan común en los menús domésticos de los pueblos, fue elevada por Nuestro Señor en sus predicaciones, que la comparó a la protección de los padres a sus hijos. Por eso, en la decoración de un altar simboliza al propio Salvador, en su amor por la humanidad.

En una de sus homilías sobre el Domingo de Ramos, comenta monseñor João Clá, que “la realeza de Jesucristo proclamada en su solemne entrada en Jerusalén, se tornaría pretexto de su condenación. ¿Por qué? Por el odio de los que no quieren aceptar la invitación para un cambio de vida. Jesús venía predicando una nueva perspectiva del Reino de Dios, bien diferente de aquella que ellos tanto deseaban, y por eso fue rechazado. Vemos que si la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén precedía las humillaciones de su Pasión, esta, a su vez, preanunciaba la verdadera glorificación de Jesús, conforme sus propias palabras a los discípulos de Emaús, después de la Resurrección: “¿Por ventura no era necesario que Cristo sufriese para que así entrase en la gloria? (Lc 24, 26).

En el altar de la Capilla un mosaico evoca el deseo del Divino Maestro de acoger bajo su protección al pueblo de Israel, como la gallina acoge y protege sus pollitos.

Por Colombo Nunes Pires - Contenido originalmente publicado por Gaudium Press