domingo, 21 de julio de 2019

3 condiciones de la amistad... los que tienen un amigo de verdad lo saben muy bien



Por: Fernando Pascual, L.C. | Fuente: Catholic.net 

Aristóteles hablaba, hace ya muchos siglos, de tres condiciones para que exista la amistad.

La primera condición:

Querer el bien del otro, apreciarle por lo que es en sí mismo y desear que sea feliz, que triunfe, que se realice plenamente.

Esto parece algo sencillo, pero no resulta tan fácil. El mismo Aristóteles ponía el ejemplo del vino: un aficionado a los buenos vinos puede “amar” una botella, cuidarla, guardarla en el mejor lugar de la casa. Pero, en el fondo, todo su cariño queda explicado por la sencilla razón de que un día esa botella le podrá dar un gran placer. Ha amado la botella por lo que esperaba a conseguir de ella, no porque ella fuese digna de un amor desinteresado.

En otras palabras, no hay verdadero amor de amistad si éste se funda en el interés (“me puedes ayudar”) o sólo en la búsqueda de una satisfacción egoísta (“me haces sentir cosquillas en la barriga...”).

La segunda condición:

Que el otro quiera mi bien, me ame a mí como yo le amo a él.

Aquí las cosas se ponen más difíciles, pues es posible que yo ame a otro, pero el otro no tenga prácticamente el menor interés por mí. Es algo que ocurre muchas veces en el mundo de los enamorados: Francisco ama apasionadamente a Isabel, pero Isabel se siente como ante un poste de luz cada vez que encuentra o mira a Francisco. La amistad verdadera no puede ser unidireccional: tiene que ir de un lado a otro, y viceversa.

La tercera condición:

Puede parecer banal que haya conocimiento del mutuo afecto, que se sepa por las dos partes que hay amor.

Porque pasa, no sólo en novelas o películas, que un chico ame a una chica, que esa chica ame también al chico, y, sin embargo, por mucho tiempo no se dicen una palabra: les falta el valor para dar el primer paso que permite construir el puente sobre el que pueda pasar la corriente del amor descubierto y correspondido.

Son tres condiciones sencillas, que pueden llevar a preguntarnos: ¿tenemos muchos amigos verdaderos, profundos, incondicionales?

Volvamos a escuchar a Aristóteles. Para él, no es verdadera la amistad basada en el placer, como tampoco lo es la que se construye sobre la utilidad.

Porque, y no hay que ser filósofos para darnos cuenta de ello, el placer cambia como cambia el viento: hoy me produce placer una persona y mañana otra. Por eso fracasan tantos matrimonios y tantas amistades de artificio.

Tampoco hay verdadera amistad en las alianzas que buscan un beneficio mutuo. En este caso sólo habría unión de esfuerzos en tanto en cuanto sirven para los intereses mutuos. Lograda la meta, se rompe el motivo de la aparente amistad, que no era sino una alianza de egoísmos. Luego, cada quien sigue su camino, a no ser que se haya descubierto en la otra parte (en el “socio”) algo nuevo: no sólo me puede ayudar en un trabajo o negocio, sino que es bueno, que vale la pena amarlo por sí mismo.

Lo propio del amor verdadero consiste, por lo tanto, en ir a fondo, al centro del otro. Tiene que saber respetarlo con sus defectos y sus cualidades, apreciarlo por lo que es, aunque los años hayan cambiado el pelo, la piel o la silueta del esposo o de la esposa...

El camino para lograr la verdadera amistad que todos desearíamos es difícil y arduo. Inicia cuando uno deja de ser el centro de su vida y empieza a girar en torno al otro. Cuando uno, como repetía Aristóteles, llega a ser “virtuoso”, bueno, desinteresado, capaz de dejar egoísmos o avaricias para ganar y ser más gracias al amor.

El programa es difícil, pero vale la pena. Los que tienen un amigo de verdad lo saben muy bien. Quizá no son muchos, pero pueden serlo muchos más de los que imaginamos. Basta con que cada día dejemos de pensar en el propio bienestar, en los intereses coyunturales, para empezar a darnos, para amar y dejarse amar. El resto depende del tiempo y de la fidelidad, que es la corona del amor.

Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:
http://es.catholic.net/op/articulos/8131/tres-condiciones-de-la-amistad#

Santa María Magdalena - Discípula de Cristo - Fiesta Julio 22


"La historia de María de Magdala recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por Él, y le ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo de la potencia de su amor misericordioso, que es más fuerte que el pecado y la muerte" - Benedicto XVI (Julio 23 de 2006).

La historia de María Magdalena es una de las más conmovedoras del Evangelio y también de las más enigmáticas. Se debate si la mujer que relatan varios pasajes del Evangelio es una o tres mujeres:
  1. La pecadora: que unge los pies del Señor (Lc. VII, 37-50).
  2. María Magdalena: la posesa liberada por Jesús, que se integró a las mujeres que le asistían (Lc. VIII; Jn. XX, 10-18) hasta la crucifixión y resurrección.
  3. María de Betania: la hermana de Lázaro y Marta (Lc. X, 38-42).
La liturgia romana, siguiendo la tradición de los Padres Latinos (incluyendo a Gregorio Magno), identifican los tres pasajes del Evangelio como referentes a la misma mujer: María Magdalena. El santoral litúrgico actual celebra a una sola: María Magdalena utilizando las referencias a su encuentro con Jesús resucitado.

La pecadora que unge
los pies del Señor en Galilea



San Lucas hace notar que era una "pecadora pública", pero no especifica que haya sido una prostituta.

Cristo cenaba en la casa de un fariseo donde la pecadora se presentó y al momento se arrojó al suelo frente al Señor, se echó a llorar y le enjugó los pies con sus cabellos. Después le ungió con el perfume que llevaba en un vaso de alabastro. El fariseo interpretó el silencio y la quietud de Cristo como aprobación del pecado y murmuró en su corazón. Jesús le recriminó por sus pensamientos. Primero le preguntó en forma de parábola cuál de los dos deudores debe mayor agradecimiento a su acreedor: aquél a quien se perdona una deuda mayor, o al que se perdona una suma menor. Y descubriendo el sentido de la parábola, le dijo directamente:
"¿Ves a esta mujer? Al entrar en tu casa, no me diste agua para lavarme los pies, pero ella me los ha lavado con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; en cambio ella no ha cesado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza y ella me ha ungido los pies. Por ello, te digo que se le han perdonado muchos pecados, pues ha amado mucho. En cambio, aquél a quien se perdona menos, ama menos"
Y volviéndose a la mujer, le dijo:
"Perdonados te son tus pecados. Tu fe te ha salvado. Vete en paz" (Lc. 7)
La discípula de Jesús,
liberada de siete demonios



En el capítulo siguiente, San Lucas, habla de los viajes de Cristo por Galilea, dice que le acompañaban los apóstoles "y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios" (Lucas 8:2). Lucas no especifica ni niega que sea la misma pecadora que unge a Jesús, pero ciertamente se trata de una pecadora y es la misma persona que en Marcos 16:9 es testigo de la Resurrección.

La hermana de Marta y Lázaro,
residentes de Betania


Más adelante Lucas narra que, en "cierta población", el Señor fue recibido por Marta y su hermana María. Probablemente las dos hermanas se habían ido a vivir a Betania con su hermano Lázaro, a quien el Señor había resucitado a petición de ellas. Dada la mala reputación que tenía María en Galilea no sería extraño que los tres hermanos se mudaran a Betania (Judea).

Marta se ocupaba con afán de atender al Señor y le pide que dijese a su hermana que le ayudase, pues María estaba a los pies de Cristo para escuchar cuánto decía. El Señor respondió:
"Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas y sólo hay una necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada" (Lc. 10:41)
Segunda unción con perfume



San Juan en el Cap. 12 (Cf. Mat., XXVI; Mc., XIV) identifica claramente a María de Betania como la mujer que, en la víspera de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, le ungió los pies y los enjugó con sus cabellos, de manera que "la casa se llenó del olor del perfume". Ésto ocurrió cuando Jesús cenaba con la familia de Lázaro en Betania. San Juan nos dice que Jesús los amaba.

¿Es María de Betania también la protagonista de la primera unción ocurrida en Galilea? Creemos que sí porque un capítulo antes de que ocurra la unción en Betania, es decir en Jn. 11,2, San Juan se refiere ya a esta María como "aquella que ungió los pies del Señor" (he aleipsasa).

Si es así, María la pecadora se había convertido en contemplativa a los pies del Señor, escogiendo la mejor parte. San Juan pone de relieve el poder transformador de Jesucristo sobre las almas. La que era posesa ahora es contemplativa. Una profunda enseñanza sobre la misión de Jesucristo quien ha venido a perdonar y salvar a los pecadores.

Tampoco faltaron críticas en la segunda unción. Judas se escandalizó, no por generosidad con los pobres, sino por avaricia, y aún los otros discípulos interpretaron la conducta de María como un exceso. Pero el Señor reivindicó esta unción como había hecho la anterior:
"¡Dejadla en paz! ¿Por qué la molestáis? Buena obra es la que ha hecho conmigo. Porque a los pobres siempre los tendréis con vosotros, pero a Mí no me tendréis siempre. Esta mujer ha hecho lo que ha podido, adelantándose a ungir mi Cuerpo para la sepultura. En verdad os digo que dondequiera que se predique este Evangelio sobre la faz de la tierra, se dirá lo que ella ha hecho por Mí" (Mt. 26)
San Juan Crisóstomo comenta: "Y así ha sucedido en verdad. Por dondequiera que vayáis oiréis alabar a esta mujer... Los habitantes de Persia, de la India, ... de Europa, celebran lo que ella hizo con Cristo".

Al pié de la Cruz



En la hora del Calvario, mientras casi todos abandonan a Jesús allí estaba María Magdalena. ¡Cuánto se lo agradecería Jesús y la Virgen María!  "Junto a la Cruz de Jesús estaban Su Madre y la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena". Juan 19:25.

Entre las que siguieron
a Jesús en Galilea
ahora siguen a Jesús
al Calvario

"Había allí muchas mujeres mirando desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo". Mateo 27:55-56.

Sentada en el sepulcro



Después que José de Arimatea entierra a Jesús y se fue, María Magdalena quiso quedarse. "Estaban allí María Magdalena y la otra María, sentadas frente al sepulcro". Mateo 27:61.

Es coherente pensar que quién tuvo el amor y la valentía de exponerse para lavarle al Señor los pies con su cabello, fuese capaz de estar con Él en la Cruz y después permanecer amorosamente ante su Cuerpo yacente.

Da testimonio de Cristo Resucitado



María Magdalena con la otra María fueron las primeras en ir al sepulcro el domingo de Resurrección: "Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro" (Mateo 28:1). Iban con los perfumes para embalsamarlo... Descubrieron así que alguien había apartado la pesada piedra del sepulcro del Señor.

"Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios" (Marcos 16:9).

María Magdalena, la pecadora convertida en contemplativa, fue la primera que vio, saludó y reconoció a Cristo Resucitado.

Jesús la llamó:


"¡María!"
Y ella, al volverse, exclamó:
"¡Maestro!"
Y Jesús añadió:
"No me toques, porque todavía no he subido a mi Padre. Pero ve a decir a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn. 20:17)
El hijo de Dios quiso enseñarnos el alcance de su amor y de su poder redentor santificando a una pecadora, adentrándola en su infinita misericordia y enviándola a anunciar la Resurrección a los apóstoles. María Magdalena es un gran ejemplo para todos. No se dejó paralizar ni por sus pecados del pasado ni por las opiniones humanas. Creyó de todo corazón en las promesas del Señor y alcanzó la meta. Aquella de quien Jesús dijo que se adelantó para "ungir su Cuerpo para la sepultura", no puede ahora ungir Su cadáver porque ha Resucitado. Aquella de quien dijo que "dondequiera que se predique el Evangelio se dirá lo que ha hecho por Mí", no podía ahora ser excluida del Evangelio, porque es la primera persona testigo de su principal evento: La Resurrección del Señor. A la que mucho amó, mucho se le perdonó y mucho continuó amando hasta llegar a participar en la gloria del Señor.


Lectura del Santo Evangelio
Según San Juan 20, 1-2; 11-18

1. El primer día de la semana, al amanecer, cuando todavía estaba oscuro, fue María Magdalena al sepulcro, y vio quitada de él la piedra.

2. Y sorprendida echó a correr, y fue a estar con Simón Pedro y con aquél otro discípulo amado de Jesús, y les dijo:
"Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto"
11. Entretanto María Magdalena estaba fuera llorando, cerca del sepulcro. Con las lágrimas, pues, en los ojos se inclinó a mirar al sepulcro.

12. Y vio a dos ángeles, vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera, y otro a los pies, donde estuvo colocado el cuerpo de Jesús.

13. Dijéronle ellos:
"Mujer, ¿por qué lloras?
Respondióles:
"Porque se han llevado de aquí a mi Señor; y no se dónde le han puesto"
14. Dicho ésto volviéndose hacia atrás, vio a Jesús en pie; mas no conocía que fuese Jesús.

15. Dícele Jesús:
"Mujer, ¿por qué lloras?;  ¿a quién buscas?"
Ella suponiendo que sería el hortelano, le dice:
"Señor, si tú le has quitado, dime dónde le pusiste; y yo me le llevaré"
16. Dícele Jesús:
"María"
Volvióse ella al instante, y le dijo:
"Rabboni" (que quiere decir, Maestro mío)
17. Dícele Jesús:
"No me toques, porque no he subido todavía a mi Padre; mas anda, ve a mis hermanos, y diles de mi parte:
Subo a mi Padre y vuestro Padre; a mi Dios y vuestro Dios"
18. Fue, pues, María Magdalena a dar parte a los discípulos, diciendo:
"He visto al Señor, y me ha dicho esto y esto"
Palabra de Dios.
Gloria a Ti, Señor Jesús


Fuente - Texto tomado de CORAZONES.ORG: