miércoles, 29 de mayo de 2019

Santa Juana de Arco - Virgen y Mártir (Año 1431) - Patrona de Francia - Fiesta Mayo 30


Historia

De todas las historias de los santos, la de Santa Juana de Arco es sin duda la más extraordinaria e increíble: una joven, campesina y sin estudios, a la cabeza de un ejército derrota a un aguerrido ejército, derriba fortalezas, corona a un rey y termina en la hoguera. Y todo en cuestión de dos años. Un acontecimiento unido a la historia de toda una Nación, coloreada con fuertes tintes patrióticos y místicos.

Esta santa a los 17 años llegó a ser heroína nacional y mártir de la religión. Juana de Arco nació en el año 1412 en Donrémy, Francia. Juana creció en el campo y nunca aprendió a leer ni a escribir. Pero su madre que era muy piadosa le infundió una gran confianza en el Padre Celestial y una tierna devoción hacia la Virgen María. Cada sábado la niña Juana recogía flores del campo para llevarlas al altar de Nuestra Señora. Cada mes se confesaba y comulgaba, y su gran deseo era llegar a la santidad y no cometer nunca ningún pecado. Era tan buena y bondadosa que todos en el pueblo la querían.

Su patria, Francia, estaba en muy grave situación porque la habían invadido los ingleses, que se iban posesionando rápidamente de muchas ciudades y hacían grandes estragos. A los 14 años la niña Juana empezó a sentir unas voces que la llamaban. Al principio, no sabía de quién se trataba, pero después empezó a ver resplandores y que se le aparecían el Arcángel San MiguelSanta Catalina y Santa Margarita y le decían:


"Tú debes salvar
a la nación y al rey"

Por temor no contó a nadie nada al principio, pero después las voces fueron insistiéndole fuertemente en que ella, pobre niña campesina e ignorante, estaba destinada para salvar la nación y al rey, y entonces contó a sus familiares y vecinos. Las primeras veces las gentes no le creyeron, pero después ante la insistencia de las voces y los ruegos de la joven, un tío suyo se la llevó a donde el comandante del ejército de la ciudad vecina. Ella le dijo que Dios la enviaba para llevar un mensaje al rey. Pero el militar no le creyó y la despachó otra vez para su casa.

Sin embargo, unos meses después Juana volvió a presentarse ante el comandante, y éste ante la noticia de una derrota que la niña le había profetizado, la envió con una escolta a que fuera a ver al rey. Llegada a la ciudad pidió poder hablarle al rey. Éste, para engañarla se disfrazó de simple aldeano y colocó en su sitio a otro. La joven llegó al gran salón y en vez de dirigirse hacia donde estaba el reemplazo del rey, guiada por las "voces", que la dirigían se fue directamente a donde estaba el rey disfrazado y le habló, y le contó secretos que el rey no se imaginaba. Ésto hizo que el rey cambiara totalmente de opinión acerca de la joven campesina.

Ya no faltaba sino una ciudad importante para caer en manos de los ingleses. Era Orléans. Y estaba sitiada por un fuerte ejército inglés. El rey Carlos y sus militares ya creían perdida la guerra. Pero Juana le pide al monarca que le conceda a ella el mando sobre las tropas. Y el rey la nombra capitana. Juana manda hacer una bandera blanca con los nombres de Jesús y de María, y al frente de diez mil hombres se dirige hacia Orléans. Animados por la joven capitana, los soldados franceses lucharon como héroes y expulsaron a los asaltantes y liberaron Orléans. Luego se dirigieron a varias otras ciudades y las liberaron también.

Santa Juana de Arco
Patrona de Francia
y Doncella de Orléans

Juana no luchaba ni hería a nadie, pero al frente del ejército iba de grupo en grupo, animando a los combatientes e infundiéndoles entusiasmo y varias veces fue herida en las batallas. Después de sus resonantes victorias, obtuvo Santa Juana que el temeroso rey Carlos VII aceptara ser coronado como jefe de toda la nación. Y así se hizo con impresionante solemnidad en la ciudad de Reims.

Pero vinieron luego las envidias y entonces empezó para nuestra santa una época de sufrimiento y de traiciones contra ella. Hasta ahora había sido una heroína nacional. Ahora iba a llegar a ser una mártir. Muchos empleados de la corte del rey tenían celos de que ella llegara a ser demasiado importante y empezaron a hacerle la guerra. Faltaba algo muy importante en aquella guerra nacional:

Conquistar a París, la capital, que estaba en poder del enemigo.

Y hacia allá se dirigió Juana con sus valientes. Pero el rey Carlos VII, por envidias y por componendas con los enemigos, le retiró sus tropas y Juana fue herida en la batalla y hecha prisionera por los Borgoñones. Los franceses la habían abandonado, pero los ingleses estaban supremamente interesados en tenerla en la cárcel, y así pagaron más de mil monedas de oro a los de Borgoña, para que se la entregaran y la sentenciaron a cadena perpetua. Los ingleses la hicieron sufrir muchísimo en la cárcel. Las humillaciones y los insultos eran todos los días y a todas horas, hasta el punto que Juana llegó a exclamar:
"Esta cárcel ha sido para mí un martirio tan cruel, como nunca me había imaginado que pudiera serlo"
Pero seguía rezando con fe y proclamando que sí había oído las voces del cielo y que la campaña que había hecho por salvar a su patria, había sido por voluntad de Dios. En ese tiempo estaba muy de moda acusar de brujería a toda mujer que uno quisiera hacer desaparecer. Y así fue que los enemigos acusaron a Juana de brujería, diciendo que las victorias que había obtenido era porque les había hecho brujerías a los ingleses para poderlos derrotar. Ella apeló al Sumo Pontífice, pidiéndole que fuera el Papa de Roma el que la juzgara, pero nadie quiso llevarle al Santo Padre esta noticia, y el tribunal estuvo compuesto exclusivamente por enemigos de la santa. Y aunque Juana declaró muchas veces que nunca había empleado brujerías y que era totalmente creyente y buena católica, sin embargo, la sentenciaron a la más terrible de las muertes de ese entonces: ser quemada viva.


Encendieron una gran hoguera y la amarraron a un poste y la quemaron lentamente.

Murió rezando y su mayor consuelo era mirar el crucifijo que un religioso le presentaba y encomendarse a Nuestro Señor.

Invocaba al Arcángel San Miguel, al cual siempre le había tenido gran devoción y pronunciando por tres veces el Nombre de JESÚS, entregó su espíritu.

Era el 29 de mayo del año 1431. Tenía apenas 19 años. Varios volvieron a sus casas diciendo:
"Hoy hemos quemado a una santa"
Veintitrés años después, su madre y sus hermanos pidieron que se reabriera otra vez aquel juicio que se había hecho contra ella. Y el Papa Calixto III nombró una comisión de juristas, los cuales declararon que la sentencia de Juana fue una injusticia. El rey de Francia la declaró inocente y el Papa Benedicto XV la proclamó santa en 1920 y la elevó al honor de los altares.



Juana de Arco:
Concédenos un gran amor
por nuestra patria

Fuente - Texto tomado de EWTN:

Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:

Las personas religiosas y de ambientes religiosos son más virtuosas (la psicología lo constata)



La clave para las virtudes está en el ambiente... especialmente el religioso. Las personas religiosas, y de ambientes religiosos, son más virtuosas: la psicología lo constata. Los estímulos externos positivos hacen que tomemos mejores decisiones morales.

Poli Sanchiz / ReL - 28 de mayo de 2018



En la España actual y también en otros países de occidente, padres que no son muy creyentes o incluso agnósticos, deciden enviar a sus hijos a colegios religiosos, grupos scouts cristianos e incluso a catequesis, aunque ellos no vayan a misa. ¿Por qué? Los padres quizá no tienen mucha fe pero creen que los niños crecerán allí en virtudes. 

Y tienen razón. El ambiente influye a la hora de tomar decisiones virtuosas y de formar personas virtuosas, y así lo ha demostrado la ciencia psicológica moderna. Y es algo que la Biblia, los filósofos antiguos y la sabiduría popular ya conocían.


El caso del olor a galletas

La virtud a menudo no depende tanto de nuestra convicción como de estímulos más prosaicos. Un estudio realizado en 1997 por el psicólogo social Robert Baron demostró que varias personas eran más propensas a ayudar a otras después de haber olido galletas recién horneadas o canela.

Ayudar a alguien, un acto bienintencionado, no parecía ser producto de la voluntad, sino del estímulo del azúcar y los carbohidratos. La gente es más simpática y tratable después de comer, o de tomar té con pastitas.

¿Determinados por nuestros estímulos?



La importancia de un buen ambiente, de un entorno que fomenta unas virtudes, ya la remarcaba la Biblia, según reflexiona un artículo de Christianity Today. Por ejemplo, utilizar el sentimiento de culpa para que alguien ayude a otros es algo que tanto padres de familia como sacerdotes han sabido hacer desde hace siglos. 

Un estudio del psicólogo Dennis Reagan demostró que las personas que se sentían culpables de haber realizado una mala acción son cuatro veces más propensas a ayudar a personas necesitadas. 

Quizá eso confirma la utilidad social de ir a misa cada domingo, y no solo de vez en cuando: que te regañen por actuar mal y te animen a actuar bien tiene una cierta eficacia si se administra en dosis regulares.

Estos estudios vienen a confirmar lo que la sabiduría popular ha enseñado siempre. La gente puede llegar a hundirse en los rincones más malvados del corazón humano, pero también volar por un cielo de santidad, si se apoya en el ambiente adecuado.

El carácter: vicios, virtudes y motivaciones

El filósofo Christian B. Miller está especializado en Ética y Filosofía de la Religión. Es autor también de uno de los últimos informes en psicología del comportamiento, el libro La escala del carácter ¿cuán buenos somos? (The Character Gap: How Good Are We?).

Miller es el director de The Character Project (www.thecharacterproject.com), financiada a su vez por la rica Fundación John Templeton. The Character Project lleva desde 2010 investigando sobre la conducta humana a nivel psicológico.

En su libro, Miller explica en primer lugar lo que la gente suele entender cuando habla de carácter. Normalmente, las personas conciben el carácter como una unión de virtudes (honestidad, compasión…) y vicios (ira, avaricia…).

Otro factor que añaden son los motivos que llevan a una persona a realizar una acción. Sin embargo, hacer buenas acciones para ser visto no le confiere a una persona un carácter virtuoso, da igual lo mucho que haya ayudado a otros.

Ayudando por el sentimiento de culpa



A continuación, Miller demuestra que no somos tan virtuosos como creemos, ni tan malos. En un estudio realizado en un supermercado, se hizo un seguimiento de 20 personas. Un actor pasó en algún momento de su compra delante o cerca de ellos con una bolsa de caramelos rota, de la que iban cayendo dulces al suelo. 

Tan solo tres de los veinte sujetos se ofrecieron a ayudarle (un 15%). El otro 85% no hizo nada. Esto cambió, sin embargo, en cuanto se hizo sentir culpables a los sujetos que se habían encontrado con el actor. La conclusión a la que llega Miller hilando distintos experimentos es que las personas rara vez son compasivas a no ser que se sientan culpables, que las hayan empujado a serlo o que sientan vergüenza. La gente está dispuesta a ser buena... pero necesita un empujoncito.



Por otro lado, la gente también puede ser de mucha ayuda. Cuando se pide a alguien que se ponga en la piel del otro, se consigue que tenga dos veces más disposición de ayudar que si no lo hace. Aún así, Miller concluye esta parte del libro de forma tajante. “Puede haber ciertos afortunados que tengan un carácter genuinamente virtuoso, pero la mayoría de nosotros tenemos un camino largo por recorrer en este sentido”, escribe.

El experimento de Milgram

Miller aporta otros datos que son más inquietantes. Con que solo se lo manden, la gran mayoría de personas puede causar dolor a otras. Así lo demostró en 1963 el doctor Stanley Milgram, psicólogo estadounidense y profesor universitario, que con el famoso “Experimento de Milgram” demostró que una persona puede causar daño a otras si una autoridad se lo manda.

El experimento consiste en que el investigador (V) persuade al participante (L) para que dé lo que éste cree son descargas eléctricas dolorosas a otro sujeto (S), el cual es un actor que simula recibirlas. Pese a que el actor les suplica que paren, la mayoría sigue aplicando descargas si les insiste el investigador.

“Los psicólogos son muy hábiles a la hora de provocar la ira de la gente en los laboratorios”, escribe Miller. Aparentemente, no cuesta mucho.

Tendemos al bien si no hay presiones

Pero no somos malvados. Según Miller, la mayoría de personas que saben que pueden causar un mal e irse de rositas, no lo hacen si no son presionadas. La gente cuenta mentiras piadosas, da cumplidos inmerecidos y tiende a mentir a veces para mantener relaciones amorosas o sociales. 



Además, existen pequeñas ventajas que pueden marcar la diferencia en el comportamiento de una persona. La gente tiende a comportarse mejor frente a un espejo, después de cantar una canción sobre buen comportamiento, o después de haber leído los Diez Mandamientos. “Nos podemos comportar de forma admirable en ciertas ocasiones, y luego ser tremendamente malos en otras”, explica Miller. Y, normalmente, todo depende de factores ambientales.

Al final Miller dice que no podemos hacer mucho por cambiar nuestro carácter...¡excepto ser religiosos! 

Ser religioso aumenta tus virtudes


Las personas religiosas, saben los psicólogos y sociólogos, tienen mejores puntuaciones en los tests de comportamiento. Son más generosas, más sociales y menos tendentes al crimen, a las adicciones o a otros vicios. Según Miller, que dedica todo un capítulo de su libro a la relación entre virtud y religiosidad, hay "literalmente cientos de estudios" que conectan ambas cosas: los religiosos son más virtuosos.

Miller plantea una pregunta: ¿es la religión la que convierte a personas normales en personas más virtuosas? ¿O son las personas virtuosas las que tienden a acudir a comunidades y actividades religiosas? Parte de la respuesta podría estar en el fenómeno que planteábamos al principio: los padres, que quizá no son muy virtuosos, sí apuntan a sus hijos a escuelas y actividades de grupos religiosos, porque saben que allí adquirirán virtud. Los no muy religiosos buscan -y esperan- virtud donde están los religiosos.

Tenemos ciertas tendencias al mal y a la vez queremos ser mejores personas de lo que somos capaces. Rodearnos con el bien, la virtud y la belleza (además de con gente que persigue estos valores) es nuestra mayor ventaja en un mundo en el que el ambiente influye de forma tan determinante.

Fuente - Texto tomado de RELIGIONENLIBERTAD.COM: