viernes, 5 de abril de 2019

Deja que estas 5 mujeres del Holocausto te enseñen lo que es ser fuerte


MICHAEL RENNIER | Marzo 28 de 2018

Se enfrentaron al peor mal imaginable, y salieron victoriosas

Las historias sobre personas que sufren heroicamente me impresionan, pero también me asustan. Me da miedo no poder ser nunca tan valiente. ¿Te has preguntado alguna vez, por ejemplo, si lo habrías arriesgado todo para esconder a un judío de los nazis o si habrías muerto en una cámara de gas para proteger a otra persona, como hizo Maximiliano Kolbe?

Me gusta mucho mi vida sencilla y libre de dolor. Cuando la peor parte del día es cuando se acaba el café en la oficina, sé que tengo una existencia notablemente cómoda. Hace que me pregunte de qué estoy realmente hecho y si de verdad tengo el carácter y la fortaleza que creo (¿espero?) tener. ¿Qué pasaría si tú y yo fuéramos a perderlo todo…? ¿Cómo responderíamos?

Existe un fenómeno psicológico conocido como “crecimiento postraumático” que significa que, a veces, el sufrimiento es bueno para nosotros. Lidiar con el trauma, de hecho, estimula el desarrollo personal y crea cambios vitales positivos. Esto implica que vivir la vida fácil, aunque tenga la ventaja de que es, bueno, fácil, no es siempre la mejor situación para encontrarnos a nosotros mismos. Los héroes solo se hacen en circunstancias desafiantes y las cualidades que demuestran quizás solo puedan nacer del sufrimiento.

La difunta Madre María Angélica de la Anunciación, fundadora de la televisión Eternal World Television Network (EWTN), explicó esto desde una perspectiva espiritual, escribiendo:

“Todo dolor que soportamos con amor, toda cruz cargada con resignación, beneficia a todo hombre, mujer y niño…”. Continúa diciendo que el sufrimiento confiere curación y crea crecimiento interior.

Aunque quizás no sea tan sano desearnos directamente el sufrimiento o buscarlo, puede ser alentador leer sobre los ejemplos de cómo otras personas, aparentemente corrientes como nosotros, no cedieron al miedo, sino que se fortalecieron ante el sufrimiento. Quizás estas cualidades estén ocultas en nuestro interior también, esperando a manifestarse.

Estas cinco mujeres se enfrentaron tal vez al peor mal imaginable, el Holocausto, y surgieron victoriosas:

1. Sophie Scholl

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Era miembro de un movimiento de resistencia anti-nazi en Alemania hasta que, a los 21 años, fue arrestada y ejecutada. Como estudiante antes del estallido de la guerra, a menudo era retratada como sonriente y divertida, pero el sufrimiento y el mal revelaron su valentía ante una muerte segura y su tranquila heroicidad en su defensa del bien. Hay dos películas sobre Sophie, La rosa blanca y Sophie Scholl: Los últimos días, y ambas representan el tenso horror circundante y su valentía en medio de la locura de los interrogadores nazis. Nosotros, que también parecemos corrientes y tranquilos, no deberíamos infravalorar la fuerza oculta en nuestro interior que solo espera al momento de revelarse.

2. Ana Frank

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Es famosa por el diario que escribió mientras se ocultó de los nazis. Con el tiempo, fue capturada y murió en un campo de concentración, pero a través de sus escritos salió victoriosa. Durante el período de dos años de su ocultación, su escritura crece en matices y madurez y Ana hace las paces con su hermana y su madre, con quienes antes tenía desacuerdos. A través de su sufrimiento, gana una sabiduría que supera su edad y se convierte en una escritora de talento ya a los 14 años. Se sincera sobre las relaciones humanas, la espiritualidad y se convierte en una especie de libro abierto, una obra de arte viviente. Los nazis le quitaron la vida, pero sus palabras valientes siguen leyéndose y estudiándose por los escolares de hoy día. Cuando reflexionamos sobre o nos enfrentamos a una situación difícil, nosotros también crecemos espiritualmente.

3. Edith Stein



Era una judía conversa al catolicismo y, aunque la guerra la encontró instalada en un monasterio carmelita, los nazis la consideraron judía. Terminó siendo arrestada junto a su hermana y enviada a un campo de exterminio. Allí perdió toda consideración por su propia comodidad y seguridad y se pasó los últimos días de su vida cuidando de las necesidades de otras personas. De joven, Edith Stein era inquieta y vacilante sobre su futuro y el significado de su vida, pero más tarde tuvo un despertar espiritual que quedó enormemente fortalecido por la persecución nazi. Llegó a ver su vida como un don que entregar y el sufrimiento que experimentó le dio la oportunidad de vivir su destino. El sufrimiento a menudo crea amor y compasión en nosotros.

4. Sofka Skipwith

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Empezó su vida en 1907 como princesa rusa, de nombre Sofia Dolgorouky. Después de la Revolución rusa de 1917, la vida de princesa ya no era segura, así que Sofka terminó emigrando y viviendo en varios lugares de Europa. Sin embargo, en mayo de 1940, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Mientras cuidaba de su madre en París, los nazis invadieron la ciudad y ella fue enviada a un campo de concentración. Estando allí, se enteró de que el avión de su marido había sido derribado por los nazis y que había muerto. Pero la tragedia no frenó su iniciativa, ya que Sofka elaboró numerosos planes ingeniosos para ayudar a escapar a otros prisioneros, como pasar mensajes secretos escritos dentro de cigarrillos y deslizar un bebé en una cesta debajo de un agujero en la valla. Ella fue responsable de la salvación de cientos de vidas durante su aprisionamiento. Si el sufrimiento crea empatía y abnegación, entonces nosotros emergeremos mejores y más fuertes.

5. Etty Hillesum

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Tuvo un despertar espiritual en el campo de concentración de Westerbork. Según escribió: “Estos dos meses tras los alambres de espino, que son los meses más intensos y más ricos de mi vida, que han confirmado los últimos y más profundos valores de mi vida. Me he encariñado tanto con este Westerbork”. Se negó a convertirse en víctima y, en el sufrimiento, encontró una nueva vida interior que nunca antes había conocido. Los tiempos de adversidad nos enseñan a confiar en nuestros recursos interiores y a desarrollarlos.

Fuente - Texto tomado de ES.ALETEIA.ORG:
https://es.aleteia.org/2018/03/28/deja-que-estas-5-mujeres-del-holocausto-te-ensenen-lo-que-es-ser-fuerte/#

San Vicente Ferrer - Predicador (año 1419) - Fiesta Abril 5


Nació en 1350 en Valencia, España. Sus padres le inculcaron desde muy pequeñito una fervorosa devoción hacia Jesucristo y a la Virgen María y un gran amor por los pobres. Le encargaron repartir las cuantiosas limosnas que la familia acostumbraba a dar. Así lo fueron haciendo amar el dar ayudas a los necesitados. Lo enseñaron a hacer una mortificación cada viernes en recuerdo de la Pasión de Cristo, y cada sábado en honor de la Virgen Santísima. Estas costumbres las ejercitó durante toda su vida.

Se hizo religioso en la Comunidad de los Padres Dominicos y, por su gran inteligencia, a los 21 años ya era profesor de filosofía en la universidad.

Durante su juventud el demonio lo asaltó con violentas tentaciones y, además, como era extraordinariamente bien parecido, varias mujeres de dudosa conducta se enamoraron de él y como no les hizo caso a sus zalamerías, le inventaron terribles calumnias contra su buena fama. Todo esto lo fue haciendo fuerte para soportar las pruebas que le iban a llegar después.

Siendo un simple diácono lo enviaron a predicar a Barcelona. La ciudad estaba pasando por un período de hambre y los barcos portadores de alimentos no llegaban. Entonces Vicente en un sermón anunció una tarde que esa misma noche llegarían los barcos con los alimentos tan deseados. Al volver a su convento, el superior lo regañó por dedicarse a hacer profecías de cosas que él no podía estar seguro de que iban a suceder. Pero esa noche llegaron los barcos, y al día siguiente el pueblo se dirigió hacia el convento a aclamar a Vicente, el predicador. Los superiores tuvieron que trasladarlo a otra ciudad para evitar desórdenes.

Vicente estaba muy angustiado porque la Iglesia Católica estaba dividida entre dos Papas y había muchísima desunión. De tanto afán se enfermó y estuvo a punto de morir. Pero una noche se le apareció Nuestro Señor Jesucristo, acompañado de San Francisco y Santo Domingo de Guzmán y le dio la orden de dedicarse a predicar por ciudades, pueblos, campos y países. Y Vicente recuperó inmediatamente su salud

En adelante por 30 años, Vicente recorre el norte de España, y el sur de Francia, el norte de Italia, y el país de Suiza, predicando incansablemente, con enormes frutos espirituales.

Los primeros convertidos fueron judíos y moros. Dicen que convirtió más de 10.000 judíos y otros tantos musulmanes o moros en España. Y esto es admirable porque no hay gente más difícil de convertirse al catolicismo que un judío o un musulmán.

Las multitudes se apiñaban para escucharle, donde quiera que él llegaba. Tenía que predicar en campos abiertos porque las gentes no cabían en los templos. Su voz sonora, poderosa y llena de agradables matices y modulaciones y su pronunciación sumamente cuidadosa, permitían oírle y entenderle a más de una cuadra de distancia.

Sus sermones duraban casi siempre más de dos horas (un sermón suyo de las Siete Palabras en un Viernes Santo duró seis horas), pero los oyentes no se cansaban ni se aburrían porque sabía hablar con tal emoción y de temas tan propios para esas gentes, y con frases tan propias de la Santa Biblia, que a cada uno le parecía que el sermón había sido compuesto para él mismo en persona.

Antes de predicar rezaba por cinco o más horas para pedir a Dios la eficacia de la palabra, y conseguir que sus oyentes se transformaran al oírle. Dormía en el puro suelo, ayunaba frecuentemente y se trasladaba a pie de una ciudad a otra (los últimos años se enfermó de una pierna y se trasladaba cabalgando en un burrito).

En aquel tiempo había predicadores que lo que buscaban era agradar a los oídos y componían sermones rimbombantes que no convertían a nadie. En cambio a San Vicente lo que le interesaba no era lucirse sino convertir a los pecadores. Y su predicación conmovía hasta a los más fríos e indiferentes. Su poderosa voz llegaba hasta lo más profundo del alma. En pleno sermón se oían gritos de pecadores pidiendo perdón a Dios, y a cada rato caían personas desmayadas de tanta emoción. gentes que siempre habían odiado, hacían las paces y se abrazaban. Pecadores endurecidos en sus vicios pedían confesores. El santo tenía que llevar consigo una gran cantidad de sacerdotes para que confesaran a los penitentes arrepentidos. Hasta 15.000 personas se reunían en los campos abiertos, para oírle.

Después de sus predicaciones lo seguían dos grandes procesiones: una de hombres convertidos, rezando y llorando, alrededor de una imagen de Cristo Crucificado; y otra de mujeres alabando a Dios, alrededor de una imagen de la Santísima Virgen. Estos dos grupos lo acompañaban hasta el próximo pueblo a donde el santo iba a predicar, y allí le ayudaban a organizar aquella misión y con su buen ejemplo conmovían a los demás.

Como la gente se lanzaba hacia él para tocarlo y quitarle pedacitos de su hábito para llevarlos como reliquias, tenía que pasar por entre las multitudes, rodeado de un grupo de hombres encerrándolo y protegiéndolo entre maderos y tablas. El santo pasaba saludando a todos con su sonrisa franca y su mirada penetrante que llegaba hasta el alma.

Las gentes se quedaban admiradas al ver que después de sus predicaciones se disminuían enormemente las borracheras y la costumbre de hablar cosas malas, y las mujeres dejaban ciertas modas escandalosas o adornos que demostraban demasiada vanidad y gusto de aparecer. Y hay un dato curioso: siendo tan fuerte su modo de predicar y atacando tan duramente al pecado y al vicio, sin embargo las muchedumbres le escuchaban con gusto porque notaban el gran provecho que obtenían al oírle sus sermones.

Vicente fustigaba sin miedo las malas costumbres, que son la causa de tantos males. Invitaba incesantemente a recibir los santos sacramentos de la confesión y de la comunión. Hablaba de la sublimidad de la Santa Misa. Insistía en la grave obligación de cumplir el mandamiento de Santificar las fiestas. Insistía en la gravedad del pecado, en la proximidad de la muerte, en la severidad del Juicio de Dios, y del cielo y del infierno que nos esperan. Y lo hacía con tanta emoción que frecuentemente tenía que suspender por varios minutos su sermón porque el griterío del pueblo pidiendo perdón a Dios, era inmenso.

Pero el tema en que más insistía este santo predicador era el Juicio de Dios que espera a todo pecador. La gente lo llamaba "El ángel del Apocalipsis", porque continuamente recordaba a las gentes lo que el libro del Apocalipsis enseña acerca del Juicio Final que nos espera a todos. Él repetía sin cansarse aquel aviso de Jesús:




"He aquí que vengo, y traigo conmigo mi salario. Y le daré a cada uno según hayan sido sus obras" (Apocalipsis 22,12)

Hasta los más empecatados y alejados de la religión se conmovían al oírle anunciar el Juicio Final, donde "Los que han hecho el bien, irán a la gloria eterna y los que se decidieron a hacer el mal, irán a la eterna condenación" (San Juan 5, 29).

Los milagros acompañaron a San Vicente en toda su predicación. Y uno de ellos era el hacerse entender en otros idiomas, siendo que él solamente hablaba su lengua materna y el latín. Y sucedía frecuentemente que las gentes de otros países le entendían perfectamente como si les estuviera hablando en su propio idioma. Era como la repetición del milagro que sucedió en Jerusalén el día de Pentecostés, cuando al llegar el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, las gentes de 18 países escuchaban a los apóstoles cada uno en su propio idioma, siendo que ellos solamente les hablaban en el idioma de Israel.

San Vicente se mantuvo humilde a pesar de la enorme fama y de la gran popularidad que le acompañaban, y de las muchas alabanzas que le daban en todas partes. Decía que su vida no había sido sino una cadena interminable de pecados. Repetía:

"Mi cuerpo y mi alma no son sino una pura llaga de pecados. Todo en mí tiene la fetidez de mis culpas"

Así son los santos. Grandes ante la gente de la tierra pero se sienten muy pequeñitos ante la presencia de Dios que todo lo sabe.

Los últimos años, ya lleno de enfermedades, lo tenían que ayudar a subir al sitio donde iba a predicar. Pero apenas empezaba la predicación se transformaba, se le olvidaban sus enfermedades y predicaba con el fervor y la emoción de sus primeros años. Era como un milagro. Durante el sermón no parecía viejo ni enfermo sino lleno de juventud y de entusiasmo. Y su entusiasmo era contagioso. Murió en plena actividad misionera, el Miércoles de Ceniza, 5 de abril del año 1419. Fueron tantos sus milagros y tan grande su fama, que el Papa lo declaró santo a los 36 años de haber muerto, en 1455.

El santo regalaba a las señoras que peleaban mucho con su marido, un frasquito con agua bendita y les recomendaba:

"Cuando su esposo empiece a insultarle, échese un poco de esta agua a la boca y no se la pase mientras el otro no deje de ofenderla"

Y esta famosa "agua de Fray Vicente" producía efectos maravillosos porque como la mujer no le podía contestar al marido, no había peleas. Ojalá que en muchos de nuestros hogares se volviera a esta bella costumbre de callar mientras el otro ofende. Porque lo que produce la pelea no es la palabra ofensiva que se oye, sino la palabra ofensiva que se responde.

Fuente - Texto tomado de EWTN.COM:
http://ewtn.com/spanish/Saints/Vicente_Ferrer.htm