jueves, 29 de noviembre de 2018

Así puedes lograr un amor para siempre



Si el amor humano es puente al amor a Dios, y el amor a Dios seguro y pilar de nuestro amor humano.

Carlos Padilla Esteban - 8 de octubre de 2015

Leía el otro día unas palabras sobre el amor, unas palabras sencillas: “Amar a una persona significa: aceptar no entender todo de ella, estar dispuesto a cambiar y por lo tanto a sufrir, renunciar a algo por ella”.

Amar significa estar dispuesto a no comprenderlo todo de la persona amada, de la vida, de Dios. Significa aceptar vivir con dudas e interrogantes. Con preguntas sin respuestas.

El amor a una persona, a aquella que Dios pone en nuestra vida para formar una familia, forma parte del camino que recorremos. Así como en la vida cada paso sigue a otro paso, sin saber todo el futuro. Así en el amor cada gesto de amor es una entrega total, sin medir, sin esperar lo mismo a cambio.


El sacerdote alemán José Kentenich, nos invita a permanecer fieles al amor primero: “Fidelidad es el acrisolamiento firme y la perpetuación victoriosa del primer amor”.

El amor es esa fuerza que mueve el universo, que transforma el alma y nos hace capaces de darlo todo sin escatimar nada. Un amor renovado y fiel. Un amor probado y maduro. Permanecemos fieles a nuestro sí primero.

“Nuestro sí primero, el del primer amor, se ha de renovar cada mañana, cada noche, a cada hora. En momentos de luz y en momentos de oscuridad. En días de Tabor, cuando lo vemos todo claro y en días de Calvario, cuando el cielo parece oscurecerse. Es el sí primero, el de la fidelidad a nuestra vocación. Ese sí a veces trémulo y vacilante, ese sí que se hace roca al descansar en Dios. Sabemos que sólo cuando vivimos cerca de Dios, de la fuente de vida, tenemos una luz diferente”.

Un amor así es un amor que sueña con ser eterno, que lleva la semilla del cielo en su interior. Así nos ama Dios. Y así quiere que aprendamos a amarnos.


¡Qué difícil resulta hoy creer en un amor eterno! En un amor que dure por encima de las dificultades, de las contrariedades de la vida. Estar dispuesto a cambiar, a sufrir, a renunciar por amor. No es tan sencillo el amor humano. Amar sin egoísmos, sin ponernos en el centro, sin buscar ser los primeros.

Amar de forma incondicional a alguien y para toda la vida requiere renovar ese sí cada mañana. El sí ante el altar bendecido por Dios. El sí a esa fidelidad de Dios con nosotros. El sí sincero y cotidiano.

El otro día leía: “Me enamoré de él, pero no me quedo con él por inercia, como si no hubiera nada más a mi disposición. Me quedo con él porque así lo decido todos los días al despertarme, todos los días que nos peleamos, nos mentimos o nos decepcionamos. Lo elijo a él una y otra vez, y él me elige a mí”.

El amor cotidiano en el matrimonio se conjuga en presente, no ya en futuro. Podemos hacer muchas promesas, pero el amor se concreta en hechos, no en bonitas palabras.


El verdadero amante es aquel que no deja nunca de amar. ¿Es eso posible? Miramos el ideal desde nuestra torpeza y debilidad. ¡Qué difícil amar de verdad y para siempre! Es como si viéramos que el amor se debilita con el paso del tiempo…

El amor de esposos, si no se cuida cada día, se enfría y languidece. El amor que quiere ser eterno se difumina en el alma. ¿En qué quedaron las promesas de eternidad? Jesús quiere que los esposos sean una sola carne. El ideal se presenta como una meta casi imposible. Para Dios nada hay imposible.

Como rezaba una persona: “Creo, Jesús, que este amor humano que se desvanece entre mis dedos, es el reflejo pálido de ese amor inmenso que Tú me tienes. Por eso confío en ti, Señor”.

Creemos en Jesús que puede cambiar nuestra vida, nuestro amor. Puede hacernos subir a las cumbres más altas por encima de nuestros límites.

Decía José Kentenich: “Que nuestra alianza de amor sellada como esposos sea expresión de la Alianza de Amor con Dios y con María. Que en la práctica nuestro amor mutuo de esposos sea expresión del amor a Dios y a María”.

El amor humano como puente al amor a Dios. El amor a Dios como seguro y pilar de nuestro amor humano. Ambos amores están íntimamente unidos. La fidelidad es la gracia que pedimos cada día anclados en Dios.

El matrimonio que vive su vida en oración, de la mano de Dios, camina seguro. Porque nacemos al amor para vivir para siempre. El sentido de nuestra vida es aprender a amar.


Así lo dice José Kentenich: “El sentido fundamental de nuestra vida es aprender a amar correctamente, con abnegación, con constancia, con fidelidad ¡Cuántas oportunidades tenemos en el matrimonio y la familia para ser héroes del verdadero amor cristiano!”.

Es la meta de nuestra vida, aprender a amar como Jesús nos ama. Con ese amor que supera nuestro egoísmo y nuestro amor propio a veces enfermizo.

San Andrés - Apóstol Siglo I - Fiesta Noviembre 30



"Dichoso tú, querido apóstol Andrés,
que tuviste la suerte de ser el primero
de los apóstoles en encontrar a Jesús.
Pídele a Él que nosotros le seamos
totalmente fieles en todo, hasta la muerte"
San Andrés (cuyo nombre significa "varonil"), nació en Betsaida, población de Galilea, situada a orillas del lago Genesaret. Era hijo del pescador Jonás y hermano de Simón Pedro. La familia tenía una casa en Cafarnaum, y en ella se hospedaba Jesús cuando predicaba en esta ciudad. Como lo demuestran las profesiones que ejercían los doce apóstoles, Jesús dio la preferencia a los pescadores, aunque dentro del colegio apostólico están representados los agricultores con Santiago el Menor y su hermano Judas Tadeo, y los comerciantes con la presencia de Mateo.

Andrés tiene el honor de haber sido el primer discípulo que tuvo Jesús, junto con San Juan el evangelista. Los dos eran discípulos de Juan Bautista, y éste al ver pasar a Jesús (cuando volvía del desierto después de su ayuno y sus tentaciones) exclamó:



"He ahí el cordero de Dios"
Andrés se emocionó al oír semejante elogio y se fue detrás de Jesús (junto con Juan Evangelista), Jesús se volvió y les dijo:
"¿Qué buscan?"
Ellos le dijeron:
"Señor, ¿dónde vives?"
Jesús les respondió:
"Vengan y verán"
Y se fueron y pasaron con Él aquella tarde. Nunca jamás podría olvidar después Andrés el momento y la hora y el sitio donde estaban cuando Jesús les dijo las palabras anteriores. Esa llamada cambió su vida para siempre. Andrés se fue luego donde su hermano Simón y le dijo:
"Hemos encontrado al Salvador del mundo"
Y lo llevó a donde Jesús. Así le consiguió a Cristo un formidable amigo, el gran San Pedro. Al principio Andrés y Simón no iban con Jesús continuamente, sino que acudían a escucharle siempre que podían, y luego regresaban a sus labores de pesca. Pero cuando el Salvador volvió a Galilea, encontró a Andrés y a Simón remendando sus redes y les dijo:


"Vengan y me siguen"

Y ellos dejando a sus familias y a sus negocios y a sus redes, se fueron definitivamente con Jesús. Después de la pesca milagrosa, Cristo les dijo:
"De ahora en adelante serán pescadores de almas"

Por ésto Andrés ocupa un puesto eminente en la lista de los apóstoles: los evangelistas Mateo y Lucas lo colocan en el segundo lugar después de Pedro. Además del llamamiento, el Evangelio habla del apóstol Andrés otras tres veces:



  • En la multiplicación de los panes, cuando presenta al muchacho con unos panes y unos peces.
  • Cuando se hace intermediario de los forasteros que han ido a Jerusalén y desean ser presentados a Jesús.
  • Y cuando con su pregunta hace que Jesús profetice la destrucción de Jerusalén.

El día del milagro de la multiplicación de los panes, fue Andrés el que llevó a Jesús el muchacho que tenía los cinco panes. Andrés presenció la mayoría de los milagros que hizo Jesús y escuchó, uno por uno, sus maravillosos sermones. Vivió junto a Él por tres años. En el día de Pentecostés, Andrés recibió junto con la Virgen María y los demás apóstoles, al Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego, y en adelante se dedicó a predicar el evangelio con gran valentía y obrando milagros y prodigios.


Después de la Ascensión, la Escritura no habla más de él. Los muchos escritos apócrifos que tratan de colmar este silencio, son demasiado fabulosos para que se les pueda creer. La única noticia probable es que Andrés anunció la buena noticia en regiones bárbaras como la Scitia, en la Rusia meridional, como refiere el historiador Eusebio. 

Una tradición muy antigua cuenta que el apóstol Andrés fue crucificado en Patrás, capital de la provincia de Acaya, en Grecia. Que lo amarraron a una cruz en forma de X y que allí estuvo padeciendo durante tres días, los cuales aprovechó para predicar e instruir en la religión a todos los que se le acercaban. Dicen que cuando vio que le llevaban la cruz para martirizarlo, exclamó:

"Yo te venero oh cruz santa que me recuerdas la cruz donde murió mi Divino Maestro. Mucho había deseado imitarlo a Él en este martirio. Dichosa hora en que tú al recibirme en tus brazos, me llevarán junto a mi Maestro en el cielo"

La tradición coloca su martirio en el 30 de noviembre del año 63, bajo el imperio cruel de Nerón. Consta con certeza, por otra parte, la fecha de su fiesta, el 30 de noviembre es festejada ya por San Gregorio Nacianceno.

Igual incertidumbre hay respecto de sus reliquias, trasladadas de Patrasso, probable lugar del martirio, a Constantinopla y después a Amalfi. La cabeza, llevada a Roma, fue restituida a Grecia por Pablo VI. 

Fuente - Texto tomado de EWTN: