viernes, 30 de marzo de 2018

Semana Santa: Sábado Santo - Marzo 31 de 2018

Hoy es un día de silencio en la Iglesia:

Durante el día del Sábado Santo, como una viuda, la Iglesia llora la muerte de su Esposo


Cristo yace en el sepulcro y la Iglesia medita, admirada, lo que ha hecho por nosotros este Señor nuestro. Guarda silencio para aprender del Maestro, al contemplar su cuerpo destrozado.

Cada uno de nosotros puede y debe unirse al silencio de la Iglesia. Y al considerar que somos responsables de esa muerte, nos esforzaremos para que guarden silencio nuestras pasiones, nuestras rebeldías, todo lo que nos aparte de Dios. Pero sin estar meramente pasivos: es una gracia que Dios nos concede cuando se la pedimos delante del Cuerpo muerto de Su Hijo, cuando nos empeñamos por quitar de nuestra vida todo lo que nos aleje de Él.


El Sábado Santo no es una jornada triste. El Señor ha vencido al demonio y al pecado, y dentro de pocas horas vencerá también a la muerte con su gloriosa Resurrección. Nos ha reconciliado con el Padre celestial: ¡Ya somos hijos de Dios! Es necesario que hagamos propósitos de agradecimiento, que tengamos la seguridad de que superaremos todos los obstáculos, sean del tipo que sean, si nos mantenemos bien unidos a Jesús por la oración y los sacramentos.

El mundo tiene hambre de Dios, aunque muchas veces no lo sabe. La gente está deseando que se le hable de esta realidad gozosa (el encuentro con el Señor), y para eso estamos los cristianos. Tengamos la valentía de aquellos dos hombres (Nicodemo y José de Arimatea), que durante la vida de Jesucristo mostraban respetos humanos, pero que en el momento definitivo se atreven a pedir a Pilatos el cuerpo muerto de Jesús, para darle sepultura. O la de aquellas mujeres santas que, cuando Cristo es ya un cadáver, compran aromas y acuden a embalsamarle, sin tener miedo de los soldados que custodian el sepulcro.

A la hora de la desbandada general, cuando todo el mundo se ha sentido con derecho a insultar, reírse y mofarse de Jesús, ellos van a decir:

"Dadnos ese Cuerpo, que nos pertenece"

¡Con qué cuidado lo bajarían de la Cruz e irían mirando sus Llagas!




Se comprende que pusiesen el cuerpo muerto del Hijo en brazos de la Madre, antes de darle sepultura. María era la única criatura capaz de decirle que entiende perfectamente Su Amor por los hombres, pues no ha sido Ella causa de esos dolores. La Virgen Purísima habla por nosotros; pero habla para hacernos reaccionar, para que experimentemos su dolor, hecho una sola cosa con el dolor de Cristo. 

La devoción de los dolores de María es fuente de Gracias porque llega a lo profundo del corazón de Cristo. La Iglesia nos exhorta a entregarnos sin reserva al amor de María y llevar con paciencia nuestra cruz acompañados de la Madre Dolorosa.

Los siete dolores y su meditación:




1. La profecía de Simeón: Por esta profecía se le revela a María que la misión salvadora de Jesús no será bien recibida por muchos, y que su vida terminará con una dolorosa Pasión y Muerte, durante la cual, una espada de dolor le atravesará a ella el alma. 










2. La huida a Egipto: El rey Herodes está furioso por el nacimiento de Jesús y se propone matarlo. El dolor de la Virgen María es el dolor de la Madre que ve amenazada la vida de su recién nacido, que es el Hijo de Dios, El Mesías.








3. El niño Jesús perdido en el Templo: Fue el dolor más sensible, porque en todos los otros tuvo consigo a su querido Hijo; mas éste lo sufrió apartada de Él.








4. Encuentro de Jesús y María camino al Calvario: Jesús va cargando la pesada Cruz, su rostro está bañado de sangre, sus facciones desfiguradas por la multitud de golpes y por el dolor. María va siguiendo sus pasos para ser crucificada junto a Él.











5. La crucifixión: Su Inmaculado Corazón no miraba la pena propia, miraba la Pasión y Muerte del Hijo tan Amado. Todas las penas de la crucifixión las sufrieron los dos. Se ofrecían dos holocaustos: el cuerpo de Jesús y el corazón de María.










6. El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz: Al tenerlo en sus brazos, María ve de cerca la gravedad y profundidad de todas las llagas y heridas de su Hijo, reavivando el dolor.







7. Jesús es colocado en el sepulcro: A pesar que sabe que su Hijo va a resucitar, siente un grandísimo dolor al separarse físicamente de Él. Nuestro Señor Jesucristo dijo a María Valtorta: "Pensad en mi Madre que, desde el momento que me concibió, ha sufrido pensando que era condenado, esta Madre que, cuando me ha dado el primer beso en mi cuerpo de recién nacido, ha presentido las futuras llagas de su Criatura, esta Madre que habría dado diez, cien, miles de veces su vida, con tal de impedir que, en mi vida adulta, llegara el momento de la Inmolación, esta Madre que sabía y que debía desear que se cumpliera ese tremendo acontecimiento, para aceptar la voluntad del Señor, para la gloria del Señor, por bondad hacia la humanidad".

    Sábado Santo

    Tratemos de imitar a María
    en su fe, en su esperanza y en su amor,
    que la sostienen en medio de la prueba




    María es la primera partícipe de todo el sacrificio. Un dolor que a Ella le viene al ver a su Hijo en todo lo que había padecido; un dolor que le viene al ver la ingratitud de los discípulos que habían abandonado a su Hijo; el dolor que tuvo que tener María al considerar la inocencia de su Hijo; y sobre todo, el dolor que tendría que provenirle a la Santísima Virgen de su amor tan tierno por su Hijo, herido por las humillaciones de los hombres.

    María, el Sábado Santo en la noche y domingo en la madrugada, es una mujer que acaba de perder a su Hijo. Todas las fibras de su ser están sacudidas por lo que ha visto en los días culminantes de la Pasión. Cómo impedirle a María el sufrimiento y el llanto, si había pasado por una dramática experiencia llena de dignidad y de decoro, pero con el corazón quebrantado.

    María es Madre, y en Ella está presente la fuerza de la carne y de la sangre, y el efecto noble y humano de una madre por su hijo. Este dolor, junto con el hecho de que María haya vivido todo lo que había vivido en la Pasión de su Hijo, muestra su compromiso de participación total en el sacrificio redentor de Cristo. María ha querido participar hasta el final en los sufrimientos de Jesús; no rechazó la espada que había anunciado Simeón, y aceptó con Cristo el designio misterioso de su Padre. Ella es la primera partícipe de todo sacrificio. María queda como modelo perfecto de todos aquellos que aceptaron asociarse sin reserva a la oblación redentora.

    ¿Qué pasaría por la mente de Nuestra Señora este sábado en la noche? Todos los recuerdos se agolpan en la mente de María: Nazaret, Belén, Egipto, Nazaret de nuevo, Canaán, Jerusalén. Quizá en su corazón revive la muerte de José y la soledad del Hijo con la Madre después de la muerte de su esposo... el día en que Cristo se marchó a la vida pública... la soledad durante los tres últimos años. Una soledad que, ahora, Sábado Santo, se hace más negra y pesada. Son todas las cosas que Ella ha conservado en su corazón. Y si conservaba en el corazón a su Hijo en el templo diciéndole:



    "¿Acaso no debo estar en las cosas de mi Padre?"
    Que habría en su corazón al contemplar a su Hijo diciendo:
    "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, todo está consumado!"


    Jesús está sepultado
    Es un día de reflexión y silencio


    Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección (Circ 73).

    Es el día del silencio; la comunidad cristiana vela junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Es día para profundizar. Para contemplar. Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad.

    Este estado de Cristo muerto, es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba, manifiesta el gran reposo sabático de Dios, después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero.
    Fuente - Texto tomado de ACIPRENSA.COM:

    Novena a la Divina Misericordia - Día Primero - Marzo 30 de 2018


    Por todo el género humano,

    especialmente por los pecadores
    (Diario, N° 1210)


    Jesús misericordioso, cuya naturaleza es la de tener compasión de nosotros y de perdonarnos, no mires nuestros pecados, sino la confianza que depositamos en tu bondad infinita.

    Acógenos en la morada de tu compasivísimo Corazón y nunca los dejes escapar de él. Te lo suplicamos por tu amor que te une al Padre y al Espíritu Santo.

    Padre Eterno, mira con misericordia a toda la humanidad y especialmente a los pobres pecadores que están encerrados en el compasivísimo Corazón de Jesús y por su dolorosa pasión, muéstranos tu misericordia para que alabemos la omnipotencia de tu misericordia por los siglos de los siglos. Amén.


    Invocación para todos
    los días de la Novena

    Oh Sangre y Agua que brotaste del Corazón de Jesús como manantial de misericordia para nosotros, en ti confío.

    Coronilla de la Divina Misericordia

    Video tomado de Youtube: http://youtu.be/4vTMS0uvDWc

    Texto tomado del Libro: Novena del Señor de la Divina Misericordia - Caballeros de la Virgen

    Novena a la Divina Misericordia - Inicia Viernes Santo - Marzo 30 de 2018






    La novena consiste en rezar la Coronilla de la Divina Misericordia, sin embargo es recomendable también rezar la Novena particular que Jesús le dio a Sor Faustina y debe comenzarse el día de Viernes Santo. También se puede rezar en cualquier época del año.
    Coronilla de la Divina Misericordia

    He aquí las palabras que dirigió el Señor a Sor Faustina:

    "Deseo que durante esos nueve días lleves a las almas a la fuente de mi misericordia para que saquen fuerzas, alivio y toda gracia que necesiten para afrontar las dificultades de la vida y especialmente en la hora de la muerte. Cada día traerás a mi Corazón a un grupo diferente de almas y las sumergirás en este mar de mi misericordia. Y a todas estas almas Yo las introduciré en la casa de mi Padre (...)  Cada día pedirás a mi Padre las gracias para estas almas por mi amarga Pasión". (Diario, N° 1209).

    Fuente:
    Libro "Novena del Señor de la Divina Misericordia" - Caballeros de la Virgen

    Video tomado de Youtube: http://youtu.be/4vTMS0uvDWc

    Viernes Santo - Lectura del Santo Evangelio Según San Juan 18:1-19:42



    Dicho esto, pasó Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos.

    Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos.

    Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas.

    Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta:


    «¿A quién buscáis?»



    Le contestaron:


    «A Jesús el Nazareno»

    Díceles:


    «Yo soy»

    Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo:


    «Yo soy»

    Retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo:


    «¿A quién buscáis?»

    Le contestaron:


    «A Jesús el Nazareno»

    Respondió Jesús:


    «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos»

    Así se cumpliría lo que había dicho:


    «De los que me has dado, no he perdido a ninguno»

    Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco.

    Jesús dijo a Pedro:


    «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?»

    Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año.

    Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo.

    Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro:


    «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»

    Dice él:


    «No lo soy»

    Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió:


    «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho»

    Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo:


    «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?»

    Jesús le respondió:


    «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?»

    Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron:


    «¿No eres tú también de sus discípulos?»

    El lo negó diciendo:


    «No lo soy»

    Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice:


    «¿No te vi yo en el huerto con él?»

    Pedró volvió a negar, y al instante cantó un gallo.




    De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo:



    «¿Qué acusación traéis contra este hombre?»

    Ellos le respondieron:


    «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado»

    Pilato replicó:


    «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley»

    Los judíos replicaron:


    «Nosotros no podemos dar muerte a nadie»

    Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir.

    Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo:



    «¿Eres tú el Rey de los judíos?»

    Respondió Jesús:


    «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?»

    Pilato respondió:


    «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?»

    Respondió Jesús:


    «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí»

    Entonces Pilato le dijo:


    «¿Luego tú eres Rey?»

    Respondió Jesús:


    «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz»

    Le dice Pilato:


    «¿Qué es la verdad?»

    Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo:


    «Yo no encuentro ningún delito en él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?»

    Ellos volvieron a gritar diciendo:


    «¡A ése, no; a Barrabás!»

    Barrabás era un salteador. Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían:


    «Salve, Rey de los judíos»

    Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo:


    «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él»

    Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato:


    «Aquí tenéis al hombre»

    Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:


    «¡Crucifícalo, crucifícalo!»

    Les dice Pilato:


    «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en él»

    Los judíos le replicaron:


    «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios»

    Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús:


    «¿De dónde eres tú?»

    Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato:


    «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?»

    Respondió Jesús:


    «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado»

    Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron:


    «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César»

    Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos:


    «Aquí tenéis a vuestro Rey»

    Ellos gritaron:


    «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!»

    Les dice Pilato:


    «¿A vuestro Rey voy a crucificar?»

    Replicaron los sumos sacerdotes:


    «No tenemos más rey que el César»

    Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era:





    «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos»

    Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego.

    Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:


    «No escribas: "El Rey de los judíos", sino: "Este ha dicho: Yo soy Rey de los judíos"»

    Pilato respondió:


    «Lo que he escrito, lo he escrito»

    Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron:


    «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca»

    Para que se cumpliera la Escritura: Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica. Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre:




    «Mujer, ahí tienes a tu hijo»

    Luego dice al discípulo:


    «Ahí tienes a tu madre»

    Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice:



    «Tengo sed»

    Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo:




    «Todo está cumplido»

    E inclinando la cabeza entregó el espíritu. Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado (porque aquel sábado era muy solemne) rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo (aquel que anteriormente había ido a verle de noche) con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.


    Palabra de Dios,
    Gloria a Ti, Señor Jesús