domingo, 11 de febrero de 2018

10 Cosas a las que hay que decir «NO» con firmeza para que el noviazgo lleve a un buen matrimonio




No basta con «sentir bonito»... hay que pensar con inteligencia.

ReL - 4 de febrero de 2018

El portal católico mexicano Desde la Fe presenta un completo repaso de cosas que hay que tener en cuenta para aprovechar el noviazgo y evitar malos matrimonios. Lo reproducimos por su interés. 

Un buen matrimonio depende en gran parte de un buen noviazgo, de que él y ella aprovechen bien ese tiempo para conocerse. Además de amor, ¿qué se necesita para tener un buen noviazgo? He aquí diez recomendaciones que conviene considerar:

1. NO dejar fuera a Dios



Antes que nada, pregúntale a Dios si tu vocación es el matrimonio. Consulta un director espiritual. Cuando creas haber conocido a la persona indicada, oren juntos, vayan juntos a Misa, encomiéndense a Dios y a María. Antes de casarse, acudan a un retiro para novios. Y después no se atengan a sus solas míseras fuerzas para amarse: no se vayan a vivir juntos ni se unan sólo por lo civil, sino mediante el sacramento del matrimonio, para recibir de Dios la gracia sobrenatural de ser fieles y amarse mutuamente como Dios los ama.

2. NO engañar



Esto abarca dos aspectos. Primero: no finjas lo que no eres. No digas que te gusta lo que no te gusta, que haces lo que nunca haces, etc. sólo para ser como crees que tu novia o novio espera que seas. Descubrirá tu engaño al casarse, y puede ser motivo para separarse. Sé tú mismo, tú misma. Si no es compatible contigo, ni modo, no fuerces las cosas, ya encontrarás a quien lo sea. Recuerda que “siempre hay un roto para un descosido”. Y, segundo: no seas infiel. La infidelidad en el noviazgo es motivo para terminar la relación, porque los novios infieles, suelen ser cónyuges infieles.

3. NO querer cambiar al otro



Hay quien piensa: “mi pareja tiene esta forma de ser, o este hábito, o este vicio que no me agrada, pero yo la voy a cambiar”. Es una falsa expectativa. La gente no suele cambiar. El introvertido nunca se volverá extrovertido; la parlanchina no sabrá quedarse callada; el novio que nunca se acomide a ayudar será un marido haragán; la novia desaliñada será una esposa de bata y pantuflas. Y las características que te molestan en el noviazgo, en el matrimonio pueden aumentar y resultarte intolerables. O le aceptas como es, o no te cases.

4. NO justificar lo injustificable



Si en el noviazgo, cuando se supone que están enamorados y desea complacerte, tiene desatenciones, te deja esperándole y no se disculpa; se la pasa viendo el celular, llega tarde, no te pregunta cómo estás, te calla, te critica, en el matrimonio será peor. No busques pretextos para justificar sus malas actitudes, busca mejor otra pareja.

5. NO violencia



Si en el noviazgo ya hay gritos, malos modos, insultos y hasta golpes, ¡hay que salir huyendo! Un novio que te levanta la voz, será un esposo que te levantará la mano; una novia que te humilla ante tus amigos, será una esposa que te humillará ante tus hijos. ¿A qué arriesgarse a casarse con alguien que puede poner en riesgo tu integridad y la de tu familia?

6. NO relaciones sexuales



El sexo es fabuloso. Decir esto parecería razón para practicarlo en el noviazgo, pero es justo lo contrario: puede hacer que una pareja crea que son compatibles, cuando en realidad sólo lo son en la cama. Un amante habilidoso no necesariamente es un buen esposo. Y hay muchos momentos en el matrimonio en que no será posible tener relaciones sexuales, así que si el sexo es lo único que los une, su relación irá a pique.

Una amiga me contó que su hija fue a confesarse de haber tenido relaciones sexuales con su novio, y el padre le dijo: “si se aman, no es pecado”. Sorprende semejante respuesta, porque Jesús menciona, en la lista de maldades que manchan al hombre, la fornicación, es decir, la relación sexual fuera del matrimonio (ver Mc 7, 14-23). La relación sexual está pensada para ser una donación total entre esposos que prometen, con la gracia de Dios, amarse toda la vida. No hay que banalizarla adelantándola, ni arriesgarse a un embarazo no deseado. Y, sobre todo, no hay que olvidar que para unos novios católicos tener relaciones sexuales pre-matrimoniales no es algo que alguien pueda autorizar por encima de la Palabra de Dios y de la Iglesia, que enseñan que es pecado (ver Catecismo de la Iglesia Católica #1755; 1852; 2353).

7. NO desoír opiniones y consejos



Por tener una visión desde fuera, puede suceder que tus familiares y amigos capten actitudes de tu pareja que tú no has percibido. “ay, hija, tu novio toma demasiado”, “ay, hijo, ella trata muy feo a su mamá”, “oye, amiga, como que tu novio es ojo alegre, lo he visto coqueteando…”; “esa mujer sólo te busca por tu dinero, se la pasa haciéndote gastar…”; “uy, le vi fumando marihuana”. Presta atención, no cierres los oídos. En los procesos de declaración de nulidad matrimonial, suelen preguntar cuál era la opinión de quienes rodeaban a los novios. Y es casi seguro que hubo muchas críticas que fueron desoídas…

8. NO suponer, mejor preguntar



El noviazgo es un tiempo para conocerse, para hablar, hablar y hablar de todos los temas habidos y por haber, para preguntar. Muchos matrimonios se rompen porque no descubrieron a tiempo que pensaban muy distinto: “¡creí que sí querías tener hijos!”; “¡no pensé que te molestara que trabaje!”; “¡no sabía que tu mamá vendría a vivir con nosotros!”. Más vale dialogar que lamentar.

9. NO dejar de considerar a la familia



No sólo hay que fijarse en la pareja, sino en su familia. ¿Cómo es?, ¿cómo se llevan sus miembros entre sí?, ¿cuáles son sus valores? Recuerda que muy probablemente tendrás que convivir con ellos en Navidad, año nuevo, cumpleaños, aniversarios, algunos fines de semana, etc. Sus papás serán abuelos de tus hijos, y tus cuñados, sus tíos; querrán pasar tiempo con ellos, ¿qué clase de ejemplo les darán? ¿Es ésta la familia a la que quieres pertenecer?, ¿o vas a discutir y a pelearte cada vez que tu cónyuge la quiera ver?

10. NO sólo buscar “que te haga feliz”


Muchos se casan pensando: “ésta me hará feliz” (porque es bonita y puede lucirla en las fiestas de la oficina, o porque cocina rico, o es hacendosa), o éste me hará feliz, (porque es tan guapo que sus amigas la envidiarán; o porque gana tanto que podrá darle una vida de lujos). Buscan la pareja que los haga felices. Pero si la bonita se pone fea o se enferma, al guapo le sale 'barriga', o pierde el empleo, ya no “hace feliz”, es hora de descartarlo.

La motivación para casarse no debe ser “que me haga feliz”, sino “quiero hacerle feliz”. Y qué mayor felicidad que santificarse mutuamente para llegar al cielo. Si tanto él como ella dicen: “le amo tanto que quiero dedicarme a que sea feliz aquí y por toda la eternidad”, eso sí que con la ayuda de Dios, se puede lograr pase lo que pase, en la salud y en la enfermedad, en lo próspero y en lo adverso, hasta que la muerte los separe en este mundo y puedan reencontrarse en la vida eterna para siempre.

Fuente: Texto tomado de RELIGIONENLIBERTAD.COM:
https://www.religionenlibertad.com/cosas-las-que-hay-que-decir-con-firmeza-62198.htm

Santa Eulalia de Barcelona - Virgen y Mártir Año 304 - Fiesta Febrero 12



Eulalia nació en las inmediaciones de la ciudad de Barcelona, probablemente hacia los últimos años del siglo tercero. Descendía, a lo que parece, de noble familia; sus padres, con quienes vivía en una quinta de su propiedad, más que amarla la mimaban cariñosísimamente, impelidos por la humildad, la sabiduría y la prudencia que resplandecían en ella de una manera impropia de su tierna edad. Por encima de todo brillaba en aquella virtuosa niña un acendrado amor a Dios Nuestro Señor; su piedad la llevaba a encerrarse cotidianamente en una pequeña celda de su casa con un grupo de amiguitas que había reunido junto a sí para pasar buena parte del día en el servicio del Señor, rezando oraciones que alternaban con el canto de himnos. Habiendo llegado a la pubertad, hacia los doce o trece años, llegó a los oídos de los barceloneses la noticia de que la persecución contra los cristianos volvía a arder de nuevo en todo el Imperio, de manera que quienquiera que se obstinara en negarse a sacrificar a los ídolos era atormentado con los más diversos y espantosos suplicios.

Santa Eulalia es una de las santas más famosas de España. Los datos acerca de su vida y de su muerte los encontramos en un himno que en honor de ella le escribe el poeta Prudencio en el siglo cuarto. Y allí se cuenta lo siguiente:

Cuando Eulalia cumplió los doce años apareció el decreto del emperador Diocleciano prohibiendo a los cristianos dar culto a Jesucristo, y mandándoles que debían adorar a los falsos ídolos de los paganos. La niña sintió un gran disgusto por estas leyes tan injustas y se propuso protestar entre los delegados del gobierno.

Viendo la mamá que la jovencita podía correr algún peligro de muerte si se atrevía a protestar contra la persecución de los gobernantes, se la llevó a vivir al campo, pero ella se vino de allá y llegó a la ciudad de Mérida.

Los emperadores romanos Diocleciano y Maximiano, que habían oído contar la rápida y maravillosa propagación de la fe cristiana en las lejanas tierras de España, donde hasta entonces había sido tan rara aquella fe, mandaron al más cruel y feroz de sus jueces, llamado Daciano, para que acabara de una vez con aquella "superstición".

Al entrar en Barcelona hizo, con todo su séquito, públicos y solemnes sacrificios a los dioses, y dio orden de buscar cautelosamente todos los cristianos para obligarles a hacer otro tanto. Con inusitada rapidez divulgóse entre los cristianos de Barcelona y su comarca la noticia de que la ciudad era perturbada por un juez impío e inicuo como hasta entonces no se había conocido otro. Oyéndolo contar Santa Eulalia se regocijaba en su espíritu y se le oía repetir alegremente:
"Gracias os doy, mi Señor Jesucristo, gloria sea dada a vuestro nombre porque veo muy cerca lo que tanto anhelé, y estoy segura de que con vuestra ayuda podré ver cumplida mi voluntad"
Sus familiares estaban vivamente preocupados por la causa de aquel deseo tan vehemente que Eulalia les ocultaba, ella que precisamente no les escondía ningún secreto, sino que siempre les explicaba con la prudencia y circunspección debidas cuanto Dios Nuestro Señor le revelaba. Pero Santa Eulalia seguía sin contar a nadie lo que iba meditando en su corazón, ni a sus padres, que tan tiernamente la amaban, ni a alguna de sus amigas o de sus servidoras que la querían más que a su propia vida; hasta que un día, a la hora de mayor silencio, mientras los suyos dormían, emprendió sigilosamente el camino de Barcelona, al rayar el alba. Llevada de las ansias que la enardecían y la hacían infatigable, hizo todo el trayecto a pie, a pesar de que la distancia que la separaba de la ciudad fuese tal como para no poder andarla una niña tan delicada como ella.

Llegado que hubo a las puertas de la ciudad, y así que entró, oyó la voz del pregonero que leía el edicto, y se fue intrépida al foro. Allí vio a Daciano sentado en su tribunal y, penetrando valerosamente por entre la multitud, mezclada con los guardianes, se dirigió hacia él, y con voz sonora le dijo: 
"Juez inicuo, ¿de esta manera tan soberbia te atreves a sentarte para juzgar a los cristianos? ¿Es que no temes al Dios altísimo y verdadero que está por encima de todos tus emperadores y de ti mismo, el cual ha ordenado que todos los hombres que Él con su poder creó a su imagen y semejanza le adoren y sirvan a Él solamente? Ya sé que tú, por obra del demonio, tienes en tus manos el poder de la vida y de la muerte; pero esto poco importa"
Eulalia se presentó ante el gobernador Daciano y le protestó valientemente diciéndole que esas leyes que mandaban adorar ídolos y prohibían al verdadero Dios eran totalmente injustas y no podían ser obedecidas por los cristianos.

Daciano, pasmado de aquella intrepidez, mirándola fijamente, le respondió, desconcertado:
"Y ¿quién eres tú, que de una manera tan temeraria te has atrevido, no sólo a presentarte espontáneamente ante el tribunal, sino que, además, engreída con una arrogancia inaudita, osas echar en cara del juez estas cosas contrarias a las disposiciones imperiales?"
Mas ella, con mayor firmeza de ánimo y levantando la voz, dijo:
"Yo soy Eulalia, sierva de mi Señor Jesucristo, que es el Rey de los reyes y el Señor de los que dominan: por esto, porque tengo puesta en Él toda mi confianza, no dudé siquiera un momento en ir voluntariamente y sin demora a reprochar tu necia conducta, al posponer al verdadero Dios, a quien todo pertenece, cielos y tierra, mar e infiernos y cuanto hay en ellos, al diablo, y lo que es peor, que quieres obligar a hacer lo mismo a aquellos hombres que adoran al Dios verdadero y esperan conseguir así la vida eterna. Tú les obligas inicuamente, bajo la amenaza de muchos tormentos, a sacrificar a unos dioses que jamás existieron, que son el mismo demonio, con el cual todos vosotros que le adoráis vais a arder otro día en el fuego eterno"
Daciano intentó al principio ofrecer regalos y hacer promesas de ayudas a la niña para que cambiara de opinión, pero al ver que ella seguía fuertemente convencida de sus ideas cristianas, le mostró todos los instrumentos de tortura con los cuales le podían hacer padecer horriblemente si no obedecía a la ley del emperador que mandaba adorar ídolos y prohibía adorar a Jesucristo. Y le dijo:
"De todos estos sufrimientos te vas a librar si le ofreces este pan a los dioses, y les quemas este poquito de incienso en los altares de ellos"
La jovencita lanzó lejos el pan, echó por el suelo el incienso y le dijo valientemente:
"Al sólo Dios del cielo adoro; a Él únicamente le ofreceré sacrificios y le quemaré incienso. Y a nadie más"
Oyendo Daciano tales requerimientos, mandó que la detuvieran y que inmediatamente la azotaran sin piedad. Mientras, sin compasión, se ejecutaba el suplicio, decíale Daciano, en son de burla:
"Oh miserable doncella: ¿Dónde está tu Dios? ¿Por qué no te libra de esta tortura? ¿Cómo te has dejado llevar por esta imprudencia que te hizo ejecutar un acto tan atrevido? Di que lo hiciste por ignorancia, que desconocías mi poder, y te perdonaré enseguida, pues hasta a mí me duele que una persona nobilísima como tú, ya que vienes, según me han dicho, de rancio abolengo, sea tan atrozmente atormentada"
A cuyas palabras repuso Santa Eulalia:
"Esto no será jamás; y no me aconsejes que mienta confesando que desconocía tu poderío; ¿quién ignora que toda potestad humana es pasajera y temporal como el mismo hombre que la tiene, que hoy existe y mañana no? En cambio, el poder de mi Señor Jesucristo no tiene ni tendrá fin, porque es el mismo que es eterno. Por esto, no quiero ni puedo decir mentiras, porque temo a mi Señor, que castiga a los mentirosos y sacrílegos con fuego, como a todos los que obran la iniquidad. Por otra parte, cuanto más me castigas, me siento más ennoblecida; nada me duelen las heridas que me abres, porque me protege mi Señor Jesucristo, que, cuando sea Él quien juzgue, mandará castigarte por lo que habrás hecho con penas que serán eternas"
Enfurecido y rabioso, Daciano mandó traer el potro. La extienden en él, y mientras unos esbirros la torturaban con garfios, otros le arrancaban las uñas. Pero Santa Eulalia, con cara sonriente, iba alabando a Dios Nuestro Señor, diciendo:
"Oh Señor mío Jesucristo, escuchad a esta vuestra inútil sierva; perdonad mis faltas y confortadme para que sufra los tormentos que me infligen por vuestra causa, y así quede confuso y avergonzado el demonio con sus ministros"
Díjole Daciano:
¿Dónde está Éste a quien llamas e invocas? Escúchame a mí, oh infeliz y necia muchacha. Sacrifica a los dioses, si quieres vivir, pues se acerca ya la hora de tu muerte y no veo todavía quién venga a librarte"
Mas he aquí que Santa Eulalia, gozosa, le respondió:
"Nunca vas a tener prosperidad, sacrílego y endemoniado perjuro, mientras me propongas que reniegue de la fe de mi Señor. Aquel a quien invoco está aquí junto a mí; y a ti no es dado el verle porque no lo mereces por culpa de tu negra conciencia y la insensatez de tu alma. Él me alienta y conforta, de manera que ya puedes aplicarme cuantas torturas quieras, que las tengo por nada"
Desesperado ya y rugiendo como un león ante aquel caso de insólita rebeldía, Daciano mandó a los soldados que, extendida todavía sobre el potro, aplicaran hachones encendidos a sus virginales pechos para que pereciera envuelta en llamas. Al oír aquella decisión judicial, Santa Eulalia, contenta y alegre, repetía las palabras del salmo:
"He aquí que Dios me ayuda y el Señor es el consuelo de mi alma. Dad, Señor, a mis enemigos lo que merecen, y confundidles; voluntariamente me sacrificaré por Vos y confesaré vuestro nombre, pues sois bueno, porque me habéis librado de toda tribulación y os habéis fijado en mis enemigos"
Y habiendo dicho esto, las llamas empezaron a volverse contra los mismos soldados. Viendo lo cual Santa Eulalia, levantando la vista al cielo, oraba con voz más clara todavía, diciendo:
"Oh Señor mío Jesucristo, escuchad mis ruegos, compadeceos misericordiosamente de mí y mandad ya recibirme entre vuestros escogidos en el descanso de la vida eterna, para que, viendo vuestros creyentes la bondad que habéis obrado en mí, comprueben y alaben vuestro gran poder"
Luego que hubo terminado su oración se extinguieron aquellos hachones encendidos que, empapados como estaban en aceite, debían haber ardido por mucho tiempo, no sin antes abrasar a los verdugos que los sostenían, los cuales, amedrentados, cayeron de hinojos. La hermosa cabellera de Eulalia se incendió y la jovencita murió quemada y ahogada por el humo. Mientras Santa Eulalia entregaba al Señor su espíritu, que voló al cielo saliendo de su boca en forma de blanca paloma. Dice el poeta Prudencio que al morir la santa, la gente vio una blanquísima paloma que volaba hacia el cielo, y que los verdugos salieron huyendo, llenos de pavor y de remordimiento por haber matado a una criatura inocente.  El pueblo que asistía a aquel espectáculo, al ver tantas maravillas, quedó fuertemente impresionado y admirado, en especial los cristianos, que se regocijaban por haber merecido tener en los cielos como patrona y abogada una conciudadana suya.



Pero Daciano, al ver que después de aquella enconada controversia y que, a pesar de tantos suplicios, nada había aprovechado, descendió del tribunal, mientras, enfurecido, daba la orden de que fuera colgada en una cruz y vigilada cautelosamente por unos guardianes:
"Que sea suspendida en una cruz hasta que las aves de rapiña no dejen siquiera los huesos"
Y he aquí que al punto de ejecutarse la orden cayó del cielo una copiosa nevada que cubrió y protegió su virginidad. Los guardas, aterrorizados, la abandonaron para seguir vigilándola a lo menos desde lejos, según se les había ordenado.

Después de tres días que Santa Eulalia pendía de la cruz, unos hombres temerosos de Dios la descolgaron con gran sigilo, sin que se dieran cuenta los soldados o guardianes; y habiéndosela llevado, la embalsamaron con fragantes aromas y amortajaron con purísimos lienzos. Entre ellos había uno que dicen se llamaba Félix, que con ella había también sufrido confesando a Cristo, el cual con gran alegría dijo al cuerpo de la Santa:
"Oh señora mía, ambos confesamos juntos, pero vos merecisteis la palma del martirio antes que yo"
Y he aquí que la Santa le contestó con una sonrisa. Los demás, mientras la llevaban a enterrar, alegrábanse entonando cánticos e himnos al Señor:
"Los justos os invocarán, oh Señor, y Vos los habéis escuchado. mientras les librabais de cualquier tribulación"
Al oírse aquellos cantos, fue asociándose a la comitiva una gran multitud, hasta que con gran regocijo le dieron sepultura. Allí en el sitio de su sepultura se levantó un templo de honor de Santa Eulalia, y dice el poeta que él mismo vio que a ese templo llegaban muchos peregrinos a orar ante los restos de tan valiente joven y a conseguir por medio de ella muy notables favores de Dios.

Tan pronto se divulgó lo acaecido por los poblados circunvecinos de la ciudad, muchos quisieron ir a Barcelona para ver las maravillas obradas por Dios. Sus mismos padres y amigas corrieron enseguida con gran alegría, pero lamentando al propio tiempo no haber conocido antes lo sucedido.

El culto de Santa Eulalia se hizo tan popular que hasta el gran San Agustín hizo sermones en honor de esta joven santa. Y en la muy antigua lista de mártires de la Iglesia Católica, llamada "Martirologio romano", hay esta frase: 
"El 12 de febrero, se conmemora a Santa Eulalia, mártir de España, muerta por proclamar su fe en Jesucristo"
Joven mártir Eulalia: a tu protección encomendamos tantas personas jóvenes que en este tiempo tienen que enfrentarse no sólo a los perseguidores que matan a quienes se niegan a ofrecer sacrificios a los ídolos, sino que tienen que oponerse a quienes quieren que dediquen su vida a la sensualidad, a las drogas, a los vicios, a las malas amistades y al pecado, que son monstruos mucho peores que los ídolos, y son perseguidores más crueles que los que mataban el cuerpo, porque lo que ellos matan es la vida del alma. Santa Eulalia: te recomendamos a nuestra juventud que vive en medio de tantos peligros y que corre cada día el riesgo de ser infiel a Cristo. Que de tan grandes peligros nos libre siempre el Señor.

Dijo Jesús:

"Quien sacrifica su vida por Mi,
la ganará para la vida eterna"

Fuente - Texto tomado de EWTN:

Fuente - Texto tomado de MERCABA.ORG:

Visita virtual a Nuestra Señora de Lourdes - Santuario en Francia - Gruta de Massabielle



Realicemos una visita virtual a Nuestra Señora de Lourdes en Francia:





Bendiciones para todos...

Favor leer el siguiente link:

Virgen de Lourdes

Fuente - Video tomado de YOUTUBE:

Oración del enfermo por San Juan Pablo II



Autor: San Juan Pablo II

Señor,
Tú conoces mi vida y sabes mi dolor,
haz visto mis ojos llorar,
mi rostro entristecerse,
mi cuerpo lleno de dolencias 
y mi alma traspasada por la angustia.

Lo mismo que te pasó a Ti
cuando, camino de la cruz,
todos te abandonaron
hazme comprender tus sufrimientos
y con ellos el Amor que Tú nos tienes.

Y que yo también aprenda 
que uniendo mis dolores a Tus Dolores
tienen un valor redentor 
por mis hermanos.

Ayúdame a sufrir con Amor, 
hasta con alegría.
Sí no es "posible que pase de mí este cáliz"
te pido por todos los que sufren:
por los enfermos como yo
por los pobres, los abandonados, 
los desvalidos, los que no tienen
cariño ni comprensión y se sienten solos.

Señor:
sé que también el dolor lo permites Tú
para mayor bien de los que te amamos.
haz que estas dolencias que me aquejan,
me purifiquen, me hagan más humano,
me transformen y me acerque más a Ti.

Amén.

Fuente - Texto tomado de ACIPRENSA.COM: