sábado, 14 de octubre de 2017

Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo 22, 1-14


1. Entretanto Jesús, prosiguiendo la plática, les habló de nuevo por parábolas, diciendo:

2. "En el reino de los cielos acontece lo que a cierto rey que celebró las bodas de su hijo.



3. Y envió sus criados a llamar los convidados a las bodas, mas éstos no quisieron venir.

4. Segunda vez despachó nuevos criados con orden de decir de su parte a los convidados:
"Tengo dispuesto el banquete; he hecho matar mis terneros y demás animales cebados, y todo está a punto; venid, pues, a las bodas"

5. Mas ellos no hicieron caso; antes bien se marcharon, quien a su granja, y quien a su tráfico ordinario.

6. Los demás cogieron a los criados, y después de haberlos llenado de ultrajes los mataron.

7. Lo cual oído por el rey, montó en cólera, y enviando sus tropas acabó con aquellos homicidas, y abrasó su ciudad.

8. Entonces dijo a sus criados:
"Las prevenciones para las bodas están hechas, mas los convidados no eran dignos de asistir a ellas"
9. Id, pues, a las salidas de los caminos, y a todos cuantos encontréis convidadlos a las bodas.

10. Al punto los criados, saliendo a los caminos, reunieron a cuantos hallaron, malos y buenos, de suerte que la sala de las bodas se llenó de gentes, que se pusieron a la mesa.

11. Entrando después el rey a ver los convidados, reparó allí en un hombre que no iba con vestido de boda.



12. Y díjole:
"Amigo, ¿cómo has entrado tú aquí sin vestido de boda?
Pero él enmudeció.

13. Entonces dijo el rey a sus ministros de justicia:
Cielo e Infierno
"Atado de pies y manos, arrojadle fuera a las tinieblas; donde no habrá sino llanto y crujir de dientes"


14. Tan cierto es que muchos son los llamados y pocos los escogidos".




Palabra de Dios,
Gloria a Ti, Señor Jesús.

El purgatorio: purificación necesaria - Catequesis de San Juan Pablo II


Por: SS Juan Pablo II | Fuente: Catholic.net 

El purgatorio: purificación necesaria para el encuentro con Dios 

1. A partir de la opción definitiva por Dios o contra Dios, el hombre se encuentra ante una alternativa: o vive con el Señor en la bienaventuranza eterna, o permanece alejado de su presencia.

Para cuantos se encuentran en la condición de apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, el camino hacia la bienaventuranza plena requiere una purificación, que la fe de la Iglesia ilustra mediante la doctrina del «purgatorio» (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 1030-1032).

2. En la sagrada Escritura se pueden captar algunos elementos que ayudan a comprender el sentido de esta doctrina, aunque no esté enunciada de modo explícito. Expresan la convicción de que no se puede acceder a Dios sin pasar a través de algún tipo de purificación.

Según la legislación religiosa del Antiguo Testamento, lo que está destinado a Dios debe ser perfecto. En consecuencia, también la integridad física es particularmente exigida para las realidades que entran en contacto con Dios en el plano sacrificial, como, por ejemplo, los animales para inmolar (cf. Lv 22, 22), o en el institucional, como en el caso de los sacerdotes, ministros del culto (cf. Lv 21, 17-23). A esta integridad física debe corresponder una entrega total, tanto de las personas como de la colectividad (cf. 1 R 8, 61), al Dios de la alianza de acuerdo con las grandes enseñanzas del Deuteronomio (cf. Dt 6, 5). Se trata de amar a Dios con todo el ser, con pureza de corazón y con el testimonio de las obras (cf. Dt 10, 12 s).

La exigencia de integridad se impone evidentemente después de la muerte, para entrar en la comunión perfecta y definitiva con Dios. Quien no tiene esta integridad debe pasar por la purificación. Un texto de san Pablo lo sugiere. El Apóstol habla del valor de la obra de cada uno, que se revelará el día del juicio, y dice:



«Aquel, cuya obra, construida sobre el cimiento (Cristo), resista, recibirá la recompensa. Mas aquel, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. Él, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego» (1 Co 3, 14-15).

3. Para alcanzar un estado de integridad perfecta es necesaria, a veces, la intercesión o la mediación de una persona. Por ejemplo, Moisés obtiene el perdón del pueblo con una súplica, en la que evoca la obra salvífica realizada por Dios en el pasado e invoca su fidelidad al juramento hecho a los padres (cf. Ex 32, 30 y vv. 11-13). La figura del Siervo del Señor, delineada por el libro de Isaías, se caracteriza también por su función de interceder y expiar en favor de muchos; al término de sus sufrimientos, él «verá la luz» y «justificará a muchos», cargando con sus culpas (cf. Is 52, 13-53, 12, especialmente 53, 11).

El Salmo 51 puede considerarse, desde la visión del Antiguo Testamento, una síntesis del proceso de reintegración: el pecador confiesa y reconoce la propia culpa (v. 6), y pide insistentemente ser purificado o «lavado» (vv. 4. 9. 12 y 16), para poder proclamar la alabanza divina (v. 17).

4. El Nuevo Testamento presenta a Cristo como el intercesor, que desempeña las funciones del sumo sacerdote el día de la expiación (cf. Hb 5, 7; 7, 25). Pero en él el sacerdocio presenta una configuración nueva y definitiva. Él entra una sola vez en el santuario celestial para interceder ante Dios en favor nuestro (cf. Hb 9, 23-26, especialmente el v. C 4). Es Sacerdote y, al mismo tiempo, «víctima de propiciación» por los pecados de todo el mundo (cf. 1 Jn 2, 2).

Jesús, como el gran intercesor que expía por nosotros, se revelará plenamente al final de nuestra vida, cuando se manifieste con el ofrecimiento de misericordia, pero también con el juicio inevitable para quien rechaza el amor y el perdón del Padre.



El ofrecimiento de misericordia no excluye el deber de presentarnos puros e íntegros ante Dios, ricos de esa caridad que Pablo llama «vínculo de la perfección» (Col 3, 14).

5. Durante nuestra vida terrena, siguiendo la exhortación evangélica a ser perfectos como el Padre celestial (cf. Mt 5, 48), estamos llamados a crecer en el amor, para hallarnos firmes e irreprensibles en presencia de Dios Padre, en el momento de «la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos» (1 Ts 3, 12 s). Por otra parte, estamos invitados a «purificarnos de toda mancha de la carne y del espíritu» (2 Co 7, 1; cf. 1 Jn 3, 3), porque el encuentro con Dios requiere una pureza absoluta.

Hay que eliminar todo vestigio de apego al mal y corregir toda imperfección del alma. La purificación debe ser completa, y precisamente esto es lo que enseña la doctrina de la Iglesia sobre el purgatorio. Este término no indica un lugar, sino una condición de vida. Quienes después de la muerte viven en un estado de purificación ya están en el amor de Cristo, que los libera de los residuos de la imperfección (cf. concilio ecuménico de Florencia, Decretum pro Graecis: Denzinger-Schönmetzer, 1304; concilio ecuménico de Trento, Decretum de iustificatione y Decretum de purgatorio: ib., 1580 y 1820).

Hay que precisar que el estado de purificación no es una prolongación de la situación terrena, como si después de la muerte se diera una ulterior posibilidad de cambiar el propio destino. La enseñanza de la Iglesia a este propósito es inequívoca, y ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II, que enseña:




«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra (cf. Hb 9, 27), mereceremos entrar con él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt 22, 13 y 25, 30)» (Lumen gentium, 48).

6. Hay que proponer hoy de nuevo un último aspecto importante, que la tradición de la Iglesia siempre ha puesto de relieve: la dimensión comunitaria. En efecto, quienes se encuentran en la condición de purificación están unidos tanto a los bienaventurados, que ya gozan plenamente de la vida eterna, como a nosotros, que caminamos en este mundo hacia la casa del Padre (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1032).



Así como en la vida terrena los creyentes están unidos entre sí en el único Cuerpo místico, así también después de la muerte los que viven en estado de purificación experimentan la misma solidaridad eclesial que actúa en la oración, en los sufragios y en la caridad de los demás hermanos en la fe. La purificación se realiza en el vínculo esencial que se crea entre quienes viven la vida del tiempo presente y quienes ya gozan de la bienaventuranza eterna.

Fuente - Texto tomado de CATHOLIC.NET:

Santa Teresa de Ávila - Virgen y Doctora de la Iglesia - Fiesta Octubre 15


Teresa de Ávila nace en Ávila el 28 de marzo de 1515, en la casa señorial de Don Alonso Sánchez de Cepeda y Doña Beatriz Dávila de Ahumada. Desde muy pequeña manifestó interés por las vidas de los santos y las gestas de caballería. Su madre muere en 1528 contando ella 13 años, y pide entonces a la Virgen que la adopte hija suya. A medida que se hace mayor, la vocación religiosa se le va planteando como una alternativa, aunque en lucha con el atractivo del mundo.

A los 18 años, entra en el Carmelo. Su hermano Rodrigo parte a América, su hermana María al matrimonio y una amiga suya ingresa en La Encarnación. Con ella mantendrá largas conversaciones que la llevan al convencimiento de su vocación, ingresando, con la oposición de su padre, en 1535. Dos años después, en 1537, sufre una dura enfermedad, que provoca que su padre la saque de la Encarnación para darle cuidados médicos, pero no mejora y llega a estar cuatro días inconsciente, todo el mundo la da por muerta. Finalmente se recupera y puede volver a la Encarnación dos años después en 1539, aunque tullida por las secuelas, tardará en valerse por sí misma alrededor de tres años. Muere su padre en 1544.

En la Cuaresma del año 1554, contando ella 39 años y 19 como religiosa llora ante un Cristo llagado pidiéndole fuerzas para no ofenderle. Desde este momento su oración mental se llena de visiones y estados sobrenaturales, aunque alternados siempre con períodos de sequedad. Aunque recibe muchas visiones y experiencias místicas elevadas, es una visión muy viva y terrible del infierno la que le produce el anhelo de querer vivir su entrega religiosa con todo su rigor y perfección, llevándola a la reforma del Carmelo y la primera fundación.

A los 45 años, para responder a las gracias extraordinarias del Señor, emprende una nueva vida cuya divisa será: "O sufrir o morir". Es entonces cuando funda el convento de San José de Ávila, primero de los 15 Carmelos que establecerá en España. Con San Juan de la Cruz, introdujo la gran reforma carmelitana. Sus escritos son un modelo seguro en los caminos de la plegaria y de la perfección. Murió en Alba de Tormes, al anochecer del 4 de octubre de 1582.

Fundó en total 17 conventos:
  1. Ávila (1562)
  2. Medina del Campo (1567)
  3. Malagón (1568)
  4. Valladolid (1568)
  5. Toledo (1569)
  6. Pastrana (1569)
  7. Salamanca (1570)
  8. Alba de Tormes (1571)
  9. Segovia (1574)
  10. Beas de Segura (1575)
  11. Sevilla (1575)
  12. Caravaca de la Cruz (1576)
  13. Villanueva de la Jara (1580)
  14. Palencia (1580)
  15. Soria (1581)
  16. Granada (1582)
  17. Burgos (1582) en el año de su muerte
Muere sin haber publicado ninguna de sus obras, sin haber logrado fundar en Madrid (a pesar de su ilusión), sin haber separado la orden de los descalzos de la de calzados y con dudas sobre si sus monasterios se podrían mantener con el espíritu que ella infundió. Teresa escribió muy poco por iniciativa suya, muchas cartas, alguna poesía y anotaciones. Pero sus obras maestras son fruto de la obediencia a sus superiores, que veían el interés de que escribiera sus experiencias y enseñanzas. Y así comienza todos sus escritos mayores aceptando su encargo con obediencia, pero con notable esfuerzo por su parte. Su vida es fiel reflejo de lo que avisaba a sus monjas: que las gracias recibidas en la oración son para darnos fuerza en servir a los demás. Aunque Teresa es conocida por lo elevado de las gracias místicas y visiones que recibe, su oración no la aparta del mundo, sino que hace que se entregue con especial fuerza y respaldo a las obras que le son encomendadas sufriendo en viajes, discusiones y continuas trabas, burlas y desplantes de sus contemporáneos.

Fue beatificada por Pablo V en 1614, canonizada por Gregorio XV en 1622, y nombrada Doctora de la Iglesia Universal por Pablo VI el 27 de septiembre de 1970. La primera mujer de las tres actuales doctoras de la Iglesia. Las otras son Santa Catalina de Siena y otra carmelita descalza: Santa Teresita del Niño Jesús.

Jesús yo confío en Ti





¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?
Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor.
Cuando te entregues a Mí, todo se resolverá
con tranquilidad según mis designios.

No te desesperes, no me dirijas una oración agitada,
como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos,
cierra los ojos del alma y dime con calma:
JESÚS CONFÍO EN TI.

Evita las preocupaciones angustiosas
y los pensamientos sobre lo que puede suceder,
no estropees mis planes queriéndome imponer tus ideas.
Déjame ser Dios y actuar con libertad.
Entrégate confiadamente en Mí, reposa en Mi,
y deja en mis manos tu futuro,
dime frecuentemente:
JESÚS CONFÍO EN TI.

Lo que más te daña querer resolver
las cosas a tu manera, cuando me dices:
JESÚS CONFÍO EN TI.

No seas como el paciente que le dice
al médico que lo cure, pero le dice el modo de hacerlo.
Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo, Yo te amo.
Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración.
Sigue confiando, cierra los ojos del alma y confía.
Continúa diciéndome a todas horas:
JESÚS CONFÍO EN TI.

Necesito las manos libres para poder obrar,
no me ates con tus preocupaciones inútiles.
Satanás quiere agitarte, angustiarte, quitarte la paz.
CONFÍA EN MÍ.
REPOSA EN MÍ.
ENTRÉGATE A MÍ.

Yo hago los milagros en la proporción
de la entrega y de la confianza que tienes en Mí.
Así que no te preocupes, echa en Mí
todas tus angustias y duerme tranquilo.
Dime siempre:
JESÚS CONFÍO EN TI,
y verás grandes milagros.
Te lo prometo por mi amor.

Dichos de Santa Teresa de Ávila

  • "...Procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos en los otros y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados... tener a todos por mejores que nosotros..."
  • "Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas como en las alegrías".
  • "Tener gran confianza... Quiere su Majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con humildad y ninguna confianza en sí".
  • "Guíe su Majestad por donde quisiere. Ya no somos nuestros, sino suyos".
  • "Tu deseo sea de ver a Dios; tu temor, si le has de perder, tu dolor, que no le gozas, y tu gozo, de lo que te puede llevar allá, y vivirás con gran paz".
  • "Dios no ha de forzar nuestra voluntad; toma lo que le damos, mas no se da a Sí del todo hasta que nos damos del todo".
  • "Quizá no sabemos qué es amar, y no me espantaré mucho; porque no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear en todo a Dios, y procurar en cuanto pudiéremos, no ofenderle".
  • "Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino en el portal de Belén adonde nació y la cruz adonde murió".
  • "Harta misericordia nos hace a todos los que quiere Su Majestad, entendamos que es Él, el que está en el Santísimo Sacramento. Mas que le vean descubiertamente y comunicar sus grandezas y dar de sus tesoros, no quiere sino a los que entiende que mucho desean, porque éstos son sus verdaderos amigos".
  • "No hay que menester alas para ir a buscar a Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí".
  • "Quienes de veras aman a Dios, todo lo bueno aman, todo lo bueno favorecen, todo lo bueno lo dan, con los buenos se juntan siempre y los favorecen y defienden".
  • "El amor de Dios no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras".
  • "No le parece que ha de haber cosa imposible a quien ama".
  • "Miré yo a mi Amado y mi Amado a mí; miró Él por mis cosas y yo por las suyas".
  • "Sólo amor es el que da valor a todas las cosas".
  • "Siempre he visto en mi Dios harto mayores y más crecidas muestras de amor, de lo que yo he sabido pedir ni desear".
  • "¿Quién no temerá habiendo gastado parte de la vida en no amar a su Dios?"
  • "¡Oh Señor y verdadero Dios mío!  Quien no os conoce, no os ama".
  • "Considero yo muchas veces, Cristo mío, cuán sabrosos y cuán deleitosos se muestran vuestros ojos a quien os ama, y Vos, Bien mío, queréis mirar con amor".
  • "Usé siempre hacer muchos actos de amor, porque encienden y enternecen el alma".
  • "La perfección verdadera, es amor de Dios y del prójimo".
  • "Quien no amare al prójimo no os ama, Señor mío".
  • "El amor de Dios es el árbol de la vida en medio del paraíso terrenal".
  • "El amor de Dios se adquiere resolviéndonos a trabajar y a sufrir por Él".
  • "La mejor manera de descubrir si tenemos el amor de Dios, es ver si amamos a nuestro prójimo".
  • "No sabemos amar... no está en el mayor gusto sino en la mayor determinación de desear contentar en todo a Dios..."
  • "Darse del todo al Todo, sin hacernos partes".
  • "Juntos andemos Señor, por donde fuisteis, tengo que ir; por donde pasastes, tengo que pasar".
  • "Todo el daño nos viene de no tener puestos los ojos en Vos, que si no mirásemos otra cosa que el camino, pronto llegaríamos..."
  • "Es imposible... tener ánimo para cosas grandes, quien no entiende que está favorecido de Dios".
Poema
Nada Te Turbe


Nada te turbe;
nada te espante;
todo se pasa;
Dios no se muda,
la paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.

Eleva tu pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
“nada te turbe”.

A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
“nada te espante”.

¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
“todo se pasa”.

Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
“Dios no se muda”.


Ámala cual merece
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin “la paciencia”.

Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
“todo lo alcanza”.



Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
“quien a Dios tiene”.

Véngale desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios tu tesoro
“nada le falta”.

Id, pues, bienes del mundo;
id dichas vanas;
aunque todo lo pierda,
“sólo Dios basta”.


Fuente - Texto tomado de SANTATERESADEJESUS.COM:

Video tomado de YOUTUBE:

La Virgen le rescató del purgatorio: un discípulo del Padre Pío cuenta cómo volvió de la muerte



ReL - 7 de octubre de 2017

Daniele Natale era uno de los discípulos más queridos por el Padre Pío. Este fraile capuchino, que falleció en 1994 y cuya causa de beatificación se abrió este 2016, estuvo en el Purgatorio tras haber sido declarado muerto en un hospital. Pero por intercesión de la Virgen volvió a la vida sin que ningún médico lo pudiera explicar.

Tal y como recoge Cari Filii News, Ramón Ángel Pereira E.P. cuenta en la web de los Heraldos del Evangelio la historia de este fraile, su muerte, sus visiones de Dios, del Purgatorio y de cómo la Virgen se mostró amorosa para que volviera a la vida:

Tarea nada fácil describir el estado de alboroto en que se encontraba la clínica Regina Elena, de Roma, aquel día de 1952. Había sido internado fray Daniele Natale, religioso capuchino de 33 años de edad, para someterse a la extirpación de un tumor canceroso en el bazo. El Dr. Ricardo Moretti se negaba a realizar la delicada operación por lo avanzada que estaba la enfermedad, pero la insistencia del paciente lo llevó a hacer un intento in extremis.

El cadáver que se desprendió de la sábana

Tristemente, los temores del médico se confirmaron: fray Daniele entró en coma tras la intervención quirúrgica y falleció tres días después. Una vez emitido el certificado de defunción, parientes y conocidos acudieron junto al cuerpo sin vida del capuchino para rezar por él. Hasta aquí, nada anormal. Todo ocurrió dentro de la rutina de cualquier centro hospitalario.

El alboroto empezó, o mejor, estalló, tres horas después de haber sido declarada la muerte del religioso. Súbitamente, ¡el cadáver se desprendió de la sábana que lo cubría, se levantó con decisión y se puso a hablar!… Todos salieron corriendo de la sala aterrorizados, gritando por los pasillos. Una agitación sin par se apoderó del hospital. Y no era para menos.


Dos o tres horas de Purgatorio

El mismo fray Daniele narra, con la sencillez de los relatos evangélicos, lo que le pasó en ese intervalo de tres horas:

“Me presenté ante el trono de Dios. Vi a Dios, pero no como juez severo, sino como padre afectuoso y lleno de amor. Entonces comprendí que el Señor todo lo había hecho por amor a mí, que había cuidado de mí desde el primero hasta el último instante de mi vida, amándome como si fuera la única criatura existente en la tierra".

“También me di cuenta, sin embargo, de que no sólo no había correspondido a ese inmenso amor divino, sino que lo había descuidado completamente. Fui condenado a dos o tres horas de Purgatorio. Pero, ¿cómo? -me pregunté- ¿Sólo dos o tres horas? ¿Y después permaneceré para siempre junto a Dios, eterno Amor?. Di un salto de alegría y me sentía como un hijo predilecto”.

Aunque el júbilo de fray Daniel no fue duradero…

“La visión desapareció y me encontré en el Purgatorio. La pena de dos o tres horas me había sido impuesta, sobre todo, por faltas contra el voto de pobreza. Eran dolores terribles que no se sabía de dónde venían, pero que las almas sentían intensamente. Los sentidos que más habían ofendido a Dios en este mundo sufrían mayores tormentos.



Era algo increíble, porque allí uno se siente como si tuviera cuerpo, conoce y reconoce a los demás, como pasa en el mundo. No obstante, los pocos momentos de castigo transcurridos me parecían una eternidad. Lo que más hace sufrir en el Purgatorio no es tanto el fuego, bastante intenso realmente, sino el sentirse alejado de Dios. Y lo que más aflige es el haber tenido a disposición todos los medios para salvarse y no haber sabido aprovecharlos.


Entonces fui a buscar a un fraile de mi convento para pedirle que rezara por mí. Éste, sorprendido porque oía mi voz, pero no me veía, decía: ‘¿Dónde estás? ¿Por qué no te veo?’. Yo insistía y, al ver que no tenía otro medio de conseguirlo, intenté tocarlo; sólo en ese momento me di cuenta de que estaba sin cuerpo. Me contenté con insistir que rezara mucho por mí y me fui”.

La confusión se apoderó de la habitación

La situación en la que el capuchino se encontraba parecía que no se correspondía al veredicto recibido durante su juicio particular.

“Me dije: ‘¿Cómo es esto? ¿No deberían ser sólo dos o tres horas de purgatorio…? ¡Y ya han transcurrido 300 años!’.

De repente se me apareció la Bienaventurada Virgen María y le imploré: ‘¡Oh Virgen Santísima, Madre de Dios, obtenme del Señor la gracia de regresar a la tierra para vivir y actuar sólo por amor a Dios!’. También noté la presencia del Padre Pío y le supliqué: ‘Por tus atroces sufrimientos, por tus benditos estigmas de la Pasión de Cristo, Padre Pío, ruega por mí a Dios que me libere de estas llamas y me conceda continuar en la tierra lo que me queda de purgatorio’.



“A continuación no vi nada más. Observé que el Padre Pío hablaba con la Virgen. Unos instantes después Ella se me apareció de nuevo, inclinó la cabeza y me sonrió… En aquel preciso momento retomé posesión de mi cuerpo, abrí los ojos y estiré los brazos; luego, con un movimiento brusco, me deshice de la sábana que me cubría. Estaba muy contento. ¡Había recibido la gracia!”.



Y no era imaginación suya…

“Los que me velaban y rezaban, asustadísimos, salieron corriendo de la habitación en busca de los médicos y enfermeros. En pocos minutos la clínica estaba toda alborotada. Todos creían que yo era un fantasma. El médico que había certificado mi fallecimiento entró precipitadamente en el cuarto y, con lágrimas en los ojos, dijo:
‘Sí, ahora creo. ¡Creo en Dios, creo en la Iglesia, creo en el Padre Pío!’ "

Cuatro décadas de apostolado y sufrimiento

Después de este episodio, fray Daniele retomó su vida de apostolado, como fiel discípulo de San Pío de Pietrelcina, quien le había hecho esta categórica promesa:


“Donde tú estés, también estaré yo. […] Lo que tú dices, también lo digo yo”. 



Vivió cuarenta y dos años más y sintetizó en esta corta oración su ardiente deseo de salvar almas:

“Envíame, Señor, todos los sufrimientos que os plazca, pero haced que un día encuentre en el Paraíso a todas las personas a las que me acerqué”.

Y cuando alguien le manifestaba cualquier duda acerca del Purgatorio, sabía exponer con claridad la doctrina de la Iglesia, pero, sobre todo, podía agregar su testimonio personal:



“¡Vi ese fuego! ¡Sentí el terrible ardor de esas llamas! ¡Mucho peor que el fuego, sufrí el pavoroso tormento de estar separado de Dios!”.

Ante los castigos del Purgatorio, los sufrimientos del Siervo de Dios Fray Daniele Natale en esta tierra se volvieron dulces y tolerables.

Fuente - Texto tomado de RELIGIONENLIBERTAD.COM:
https://www.religionenlibertad.com/virgen-rescato-del-purgatorio-discipulo-del-padre-pio-59783.htm