jueves, 31 de agosto de 2017

Santo Dominguito del Val - Niño Mártir - Agosto 31 de 1250


Santo Dominguito del Val fue un mártir y monaguillo de Zaragoza, torturado, crucificado y asesinado por un ritual anticristiano en la edad media. 

Dominguito nació en la ciudad de Zaragoza, capital del Reino de Aragón, en el año 1243. Fue hijo de los infanzones Sancho del Val, notario de la ciudad, e Isabel Sancho, su mujer. Desde pequeño, Dominguito fue infante del coro y monaguillo de la Seo de Zaragoza, a donde iba cada día a ayudar en la liturgia, aprender cantos y rezar. Entre los demás niños y compañeros de la catedral, Dominguito tenía fama de gran devoción y piedad personal.

Durante la edad media, la península ibérica estaba aún en proceso de reconquista, y dentro de sus fronteras vivían personas de distintas razas y religiones. En esa mezcla de culturas, era común encontrar grandes supersticiones y creencias alejadas de la Verdad y la Fe. Hasta la creación del Tribunal de la Inquisición, no había un órgano formal que guiara a los fieles en el discernimiento de la Verdad, y aún así, lo que pertenecía a las demás religiones quedaba fuera de la jurisdicción de la Inquisición, y éstas también estaban invadidas y deformadas por supersticiones y creencias fuera del ámbito estricto de sus creencias.

Entre estas supersticiones se recoge una surgida dentro de la comunidad judía acerca de la necesidad del derramamiento de sangre de cristianos para acabar con la “opresión” a la que se sentían sujetos. Surgieron entonces, numerosos crímenes a lo ancho de la cristiandad que le fueron atribuidos a rituales perpetuados por judíos. Algunas de las víctimas de estos crímenes fueron reconocidas como mártires por la Iglesia, siendo canonizados en distintos siglos, alcanzando una gran devoción en distintos países. Hoy en día, numerosos escritores sionistas atribuyen estas crónicas medievales al antisemitismo, sin embargo, la extensión de estos casos por toda la edad media cristiana, hace improbable ese argumento.

En el caso de Dominguito del Val, el crimen al que fue sujeto causó una gran indignación en su comunidad, y la naturaleza de estas prácticas era ya muy común. El mismo rey Alfonso X el Sabio escribió en las Siete partidas:

«Y porque oímos decir que, en algunos lugares, los judíos hicieron y hacen el día del Viernes Santo remembranza de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo en manera de escarnio, hurtando los niños y poniéndolos en la cruz, o haciendo imágenes de cera y crucificándolas cuando no pueden conseguir niños».

El 31 de agosto de 1250, Dominguito desapareció a los siete años de edad, causando un gran revuelo en su familia y en toda la ciudad. A los siete meses de aquel hecho, unos hombres dijeron ver un fuego fatuo en la orilla del Ebro, que es una lumbre que sale repentinamente debido a los gases desprendidos de materias descompuestas. Los hombres avisaron a las autoridades, quienes excavaron y encontraron el cuerpo de un niño, de la edad y complexión de Dominguito. El cuerpo se encontró con agujeros provocados por clavos en las palmas de las manos y en los pies, el costado abierto, y decapitado. Inmediatamente se relacionó este hecho a crímenes cometidos de manera similar, vinculado a rituales de superstición judía medieval.

Dominguito fue canonizado como mártir y su devoción se extendió por toda España. Años más tarde, otros casos parecidos surgieron en la península, como aquél del Santo Niño de la Guardia. En Zaragoza, Santo Dominguito del Val sigue siendo muy venerado, siendo considerado patrono de los monaguillos y de los infantes de la escolanía de la ciudad.

En la Iglesia de San Felipe Neri, de Sevilla, se construyó un altar en devoción a Santo Dominguito, que hasta el día de hoy lleva la siguiente inscripción: 

«Fue martirizado por los judíos en el año 1250 en Zaragoza, su patria, a la edad de 7 años. Sus reliquias encontradas milagrosamente se veneran en el templo del Salvador de dicha ciudad, y su culto se extendió, por rescripto de N.S.P. el Papa Pío VII de 9 de julio de 1808. Este altar erigido por sus parientes en el año 1815, trasladado a esta iglesia por un individuo de su familia en diciembre de 1863, es hoy propiedad del Exmo. Sr. Dn. Rafael Merry y del Val, pariente de dicho santo».

Fuente - Texto tomado de INFOVATICANA.COM:

7 poderosas razones del por qué los católicos somos devotos a la Virgen María



La verdadera devoción a María, no se queda en Ella, sino nos conduce hacia Dios.


Luego de haber realizado más de setenta mil exorcismos, el padre Gabrielle Amorth, fundador y presidente honorario de la Asociación Internacional de Exorcistas, exorcista oficial en Roma, afirma que el demonio le tiene odio feroz a la Virgen María.

El obispo de Nigeria declaró que Jesucristo le dejó ver que el rezo del Santo Rosario es un instrumento poderosísimo para terminar con la violencia de Boko Haram, un grupo islámico radical y sanguinario que se ha dedicado a perseguir, secuestrar, torturar, aterrorizar y asesinar a miles y miles de cristianos de ése y otros países.

Scott Hahn, ex-presbiteriano convertido al catolicismo, prolífico autor y actual profesor de teología en una universidad católica en EE.UU., cuenta que empezar a rezar el Rosario marcó una gran diferencia en su vida y lo ayudó en su conversión.

Tres testimonios muy distintos y una misma conclusión: A la Virgen María Dios le ha concedido un poder muy especial, capaz de vencer al demonio y de convertir los corazones. Los católicos lo sabemos y por ello nos acogemos confiados a su guía y protección. Pero hay muchas personas que no lo saben, y lamentablemente se pierden de su maternal intercesión.

razones de nuestra devoción
a la Virgen María

1.- María es Madre de Jesucristo.


Lo dice en la Biblia (Ver Mt 1,16.18; 2,11; Lc 1, 42-43).

2.- María vive en el cielo, al lado de su Hijo.


Los católicos creemos que fue asunta al cielo en cuerpo y alma, pero para quienes no aceptan lo que no está en la Biblia (aunque la propia Biblia no pide eso), hay un argumento bíblico: Jesús afirma que “para Dios todos viven, porque no es un Dios de muertos sino de vivos” (Lc 20,38), así que María está viva y en el cielo.

3.- María nos comprende y nos ayuda.


Como ser humano, como mujer, nos comprende perfectamente. Y los Evangelios la muestran siempre atenta a las necesidades de los demás y siempre dispuesta a ayudar: por ejemplo, en cuanto se entera de que su anciana prima está embarazada, va presurosa a apoyarla (ver Lc 1, 36.39-40), y en cuanto se da cuenta de que en cierta boda faltaba el vino, avisó a Jesús (ver Jn 2,3).

4.- María es nuestra Madre.


Desde la cruz, Jesús encomendó a María al discípulo amado (ver 19, 25-27), y en él, a todos nosotros.

5.- María intercede por nosotros.


No acudimos a Ella como si fuera diosa, nuestra devoción no es idolatría. Le pedimos, como en el Avemaría que ‘ruegue por nosotros’, a ¿quién? a Dios.



En revelaciones y apariciones como la de la Virgen de Guadalupe, María nos ha declarado su amor maternal y ofrecido su intercesión. En la Biblia dice que “hay un solo mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús” (1 Tim 2,5), pero ello no quita que María pueda interceder por nosotros ante su Hijo, al igual que tú o yo podemos orar por otros, como pide la Biblia (ver St 5, 16; 1 Tim 2,1).

6.- María obtiene de Jesús cuanto le pide.



En el Antiguo Testamento vemos que la mujer más poderosa de un reino no era la esposa del rey (solían tener muchas), sino su madre (ver, por ejemplo, 1 Re 1). En el Evangelio vemos que también María, Madre del Rey, tiene el poder de obtener de su Hijo lo que le pide. En la boda de Caná, Jesús acepta intervenir, sólo porque Su Madre se lo pidió (ver Jn 2,6-11).

Hay quien dice que Jesús no tenía consideración a María porque en dos ocasiones la llamó ‘mujer’ en lugar de ‘mamá’, a lo que cabe responder que, como judío, Jesús sin duda cumplió el mandamiento de honrar al padre y a la madre (ver Ex 20,12). Llamar a María ‘mujer’ no era señal de desprecio, todo lo contrario, era encumbrarla a una posición universal, expresar que Ella es la nueva Eva, y que si por una mujer, Eva, nos vino el pecado y la muerte, por otra ‘mujer’, María, nos viene la redención, por medio de su Hijo.

7.- María nos lleva hacia Dios.



La verdadera devoción a María, no se queda en Ella, sino nos conduce hacia Dios. María no quiere nada para sí, Ella nos presenta a Jesús y siempre nos pide: “hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5). Acercarnos a Ella es acercarnos a Él, amarla para amarlo a Él.

Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:

Los tips de una persona soberbia - según Santo Tomás de Aquino



¿Te crees mejor en todo? ¿Te cuesta ser compañero? ¿Te cuesta ver tus defectos pero criticas fácilmente los de los demás?

29 de agosto de 2016

La palabra “soberbia” designa un vicio negativo del espíritu, el superior a todos. Para Tomás de Aquino, el soberbio es el que tiene un amor desordenado hacia su propio bien por encima de otros bienes superiores. Es amor desordenado porque, como el soberbio no se conoce como quién es, sino que tiene un conocimiento de sí como de aquél que quiere ser, desea para él lo que no le es adecuado. El santo lo describe como el apetito inmoderado de la propia excelencia que, de paso, rebaja la dignidad ajena.

Otra nota que Aquino atribuye a la soberbia es que este defecto radica en la voluntad, y, precisamente por eso, el conocimiento de si mismo está distorsionado. Por el contrario, el humilde sí que se conoce bien (“donde hay humildad hay sabiduría”, dice la Escritura). Por eso, para el santo, la soberbia impide la verdadera sabiduría. En rigor, el fruto seguro de la soberbia es la ceguera de la mente y la ceguera del corazón.


Santo Tomás distingue dos tipos de soberbio: el que se gloría en sus cualidades, y el que se atribuye cosas que en realidad le sobrepasan. Obviamente el segundo es peor –también más ciego– que el primero.

La soberbia tiene que ver con la vanagloria, es decir, del amor a la gloria mundana, porque tiende a ser considerado superior a quien se es, pues así como el honor social es –según Aristóteles– el premio debido de la virtud, la soberbia busca ese honor pero sin virtud.

La soberbia se presenta sobre todo en dos frentes: en el de la ciencia, y en el del poder. En cuanto a la ciencia, es bien conocido que ésta hincha, pues el que se cree que sabe, todavía no sabe como es debido. Por lo que al poder respecta, dos son las posibles causas de soberbia: la altura del status y las obras. No es extraño, pues, que, sobre todo en una sociedad como la nuestra donde “mandar” y “obedecer” no significan exclusivamente “servir”, la soberbia se manifieste en el sentirse “señor” del cargo en vez de “administrador” del mismo.

Seguidamente se intentan rastrear tres ámbitos de este defecto. Se atiende, en primer lugar, a la soberbia para consigo mismo; en segundo lugar, para con los demás y, por último, con referencia a Dios.

Soberbia personal

La actitud soberbia lleva al convencimiento de que sin el propio criterio y experiencia difícilmente se acierta en un tema o se realiza algo con corrección. Manifestaciones suyas son la arrogancia y la jactancia: cuando se siente pagado de sus propios éxitos por encima de su verdadera valía. El soberbio siempre habla seguro de sí, de forma rotunda, y no es capaz de admitir que otros le pueden hacer cambiar de criterio. Nunca reconoce que se ha equivocado.

Soberbia propia es, sobre todo, creer que el sentido del ser personal que se es coincide con el del yo que uno se ha forjado con sus títulos y currículum y con el que barniza su mirada y actuación. En el fondo, para captar el sinsentido de la soberbia, tal vez valga la pregunta del libro de la Sabiduría: “¿De qué nos ha servido la soberbia?”, pues si por ella agoniza el propio ser personal, tras su pérdida ¿qué se podrá ganar?

Soberbia respecto de los demás

Saber que uno es mejor que los demás en algo no es en sí soberbia (es muy posible que esté fundado en la realidad), pero hay que sospechar cuando uno es mejor “en todo” y tiende a despreciar las capacidades de los demás.

Al soberbio se le “ve venir”: anda con el cuello erguido y tiene miradas altivas, indiferentes o, incluso, aparta la vista de los demás. El soberbio no favorece la libertad ajena, sino que tiende a uniformar a los demás según su criterio. La soberbia promueve así mismo la injuria, pues tras solidificar una concepción tan fijista como rebajada de demás; tiende a ponerles etiquetas en base a sus propios juicios.

Así mismo, el orgulloso se inclina fácilmente a airarse, incluso por nimiedades, cuando algo contraría su voluntad. Soberbia es también cometer claras injusticias a los inferiores sin repararlas ni pedir perdón por ellas. Cuando es él el agraviado, guarda permanente rencor al agresor.

Es difícil trabajar con un soberbio, porque tiende a ver a los demás no como compañeros sino como subordinados; se fija más en los defectos de los demás que en sus virtudes; intenta controlar en concreto el trabajo de los demás, siendo el propio inmune a todo control; el aparentar interés ante la presencia de otros cuando en realidad no se ven sino personas que molestan a sus propios intereses.

El soberbio es un ingrato cuando le ayudan; suele negarse a desempeñar tareas “inferiores” y se “excusa” cuando le corrigen. Le gusta preguntar no para aprender, sino para poner en un brete al otro; objetar no para ayudar, sino para hacer valer la propia opinión. Suele tender a la precipitación en las decisiones de gobierno; a la pérdida de tiempo en asuntos insignificantes; a la desobediencia a sus superiores, y cuando es él el superior, tiende a extralimitarse mandando algo fuera de lo debido, y a sentirse “intocable”.

Es orgullo el desprecio (máxime sin justificación racional) de cualquier otra opinión, parecer, ajeno. Otra muestra es el juicio temerario sobre asuntos inciertos y realidades futuras. Y otras, la indignación, el desdén hacia el consejo sensato de los demás, etc.

Soberbia respecto de Dios

Una vida engreída, centrada en el yo, tiende a perder de su horizonte existencial a Dios. En el fondo, si el yo recaba su propia finitud, tal pretensión favorece el ateísmo. Para Agustín de Hipona, la soberbia no es más que una perversa imitación de Dios, al único que se le debe la gloria y el agradecimiento por todo. En cambio, para Tomás de Aquino, negar a Dios es mayor soberbia que pretender ser como él. En esa situación no se pierde, desde luego, la “idea” de Dios, pero el trato “personal” con él se torna, primero una cosa pesada, y luego desaparece.

El soberbio concibe a Dios, más que como un Padre, como una achacosa abuela de ojos ciegos para con los delitos del nieto; es en el fondo, un abusador de la misericordia divina. En suma, soberbia es hacer la propia voluntad, no la divina.

La aversión a Dios que este defecto provoca es distinta a la que provocan los demás vicios, pues en aquéllos uno se separa del ser divino bien por debilidad o bien por cierta ignorancia, mientras que en éste el rechazo se produce por el hecho de que no se le quiere aceptar, ni a él ni a sus mandatos. De otro modo: los demás vicios huyen de Dios, pero la soberbia se enfrenta a él.

Tomás recoge una Glosa medieval en la que se añadía que si bien este defecto es lo que más pronto aparta de Dios, también es lo que más tarda en volver a él. Por eso es tan peligroso.


Fuente- Texto tomado de ES.ALETEIA.ORG: