miércoles, 23 de agosto de 2017

Triste y bello recordatorio: ¿Has visitado el lugar donde Jesús lloró?


En Jerusalén, una Capilla llamada "Dominus Flevit"

Narran los Evangelios que en el Domingo de Ramos, durante el cortejo de su entrada triunfal en Jerusalén, cuando pasaba en las proximidades del Huerto de los Olivos, Jesús se detuvo por un momento.

Tenía delante de sí un bello panorama, en el cual se destacaba el majestuoso Templo, cuyos portales habían cruzado a lo largo de los siglos tantas generaciones de fieles, y sobre todo Profetas, Reyes y grandes personajes bíblicos. Allí, de tantos modos, se manifestó el propio Dios.

En medio del silencio de la multitud, el Divino Maestro se detuvo para considerar aquel escenario, recordando las disposiciones de sus habitantes a lo largo de tres años de predicaciones.




¡Entonces, lloró!

Consideraba el empeño con que invitara al pueblo de Israel para trillar la vía de una profunda conversión, y el rechazo con que este llamado fue respondido. Rechazo que se consumaría con su condenación y crucifixión.



“Oh, si tú al menos en ese día que te es dado, conocieseis lo que puede traerte la paz. Pero no, eso está oculto a tus ojos. Vendrán sobre ti días en que tus enemigos te cercarán de trincheras, te sitiarán y te apretarán por todos lados”, exclamó Jesús (Lc, 19, 40)


“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas los profetas y apedreas aquellos que te son enviados! ¡Cuántas veces yo quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus pollitos debajo de sus alas… y tú no quisiste!” (Mt. 23, 37)

Dos mil años transcurrieron desde que esas lágrimas brotaron del rostro de Jesús. A lo largo de los años y de los siglos, la Iglesia viene recordando tal episodio en sus lecturas litúrgicas, sobre todo en la Semana Santa. Además, lo recuerda también un simple monumento, esto es, una Capilla edificada en el lugar donde se dio el llanto.


Kyle Sorkness - CC

El pequeño templo, concebido con el formato que evoca una gota de lágrima, fue edificado en 1950 sobre las ruinas de un pequeño oratorio de los primeros siglos de la era cristiana, del cual se conservan algunos trazos.

La Capilla es designada en latín con el título Dominus Flevit, que significa “El Señor Lloró”.

Una amplia ventana permite al sacerdote celebrante, así como a los fieles, contemplar a lo lejos la ciudad santa de Jerusalén, en la misma perspectiva que lo hizo el Divino Maestro hace dos mil años.

La posición de su altar -junto a una amplia y artística ventana semicircular- permite que el celebrante, como también el público, tenga delante de sí el mismo escenario de Jerusalén, contemplado antes por el propio Cristo.


Alvaro Bertelsen - CC

El altar de mármol ostenta un bello mosaico con la artística figura de una gallina protegiendo a sus pollitos debajo de las alas abiertas. Esa ave, tan común en los menús domésticos de los pueblos, fue elevada por Nuestro Señor en sus predicaciones, que la comparó a la protección de los padres a sus hijos. Por eso, en la decoración de un altar simboliza al propio Salvador, en su amor por la humanidad.

En una de sus homilías sobre el Domingo de Ramos, comenta monseñor João Clá, que “la realeza de Jesucristo proclamada en su solemne entrada en Jerusalén, se tornaría pretexto de su condenación. ¿Por qué? Por el odio de los que no quieren aceptar la invitación para un cambio de vida. Jesús venía predicando una nueva perspectiva del Reino de Dios, bien diferente de aquella que ellos tanto deseaban, y por eso fue rechazado. Vemos que si la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén precedía las humillaciones de su Pasión, esta, a su vez, preanunciaba la verdadera glorificación de Jesús, conforme sus propias palabras a los discípulos de Emaús, después de la Resurrección: “¿Por ventura no era necesario que Cristo sufriese para que así entrase en la gloria? (Lc 24, 26).

En el altar de la Capilla un mosaico evoca el deseo del Divino Maestro de acoger bajo su protección al pueblo de Israel, como la gallina acoge y protege sus pollitos.

Por Colombo Nunes Pires - Contenido originalmente publicado por Gaudium Press

San Bartolomé - Apóstol - Fiesta Agosto 24



A este santo (que fue uno de los doce apóstoles de Jesús), lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.

Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios"). Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.

El encuentro más grande de su vida

El día en que Natanael o Bartolomé se encontró por primera vez a Jesús, fue para toda su vida una fecha memorable, totalmente inolvidable. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera:

Jesús se encontró a Felipe y le dijo:



"Sígueme"
Felipe se encontró a Natanael y le dijo:
"Hemos encontrado a Aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret"
Natanael le respondió:
"¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?"
Felipe le dijo:
"Ven y verás"
Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
"Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño"
Natanael le preguntó:
"¿Desde cuándo me conoces?"
Le respondió Jesús:
"Antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, Yo te vi"
Le respondió Natanael:
"Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel"
Jesús le contestó:
"Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguro que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre" (Jn. 1,43)

Una revelación que lo convenció

Y tan pronto como Jesús vio que nuestro santo se le acercaba, dijo de él un elogio que cualquiera de nosotros envidiaría:
"Éste si que es un verdadero israelita, en el cual no hay engaño"
El joven discípulo se admira y le pregunta desde cuándo lo conoce, y el Divino Maestro le añade algo que le va a conmover:


"Allá, debajo de un árbol estabas pensando que sería de tu vida futura. Pensabas: ¿Qué querrá Dios que yo sea y que yo haga? Cuando estabas allá en esos pensamientos, Yo te estaba observando y viendo lo que pensabas"

Aquella revelación lo impresionó profundamente, y lo convenció de que Éste sí era un verdadero profeta y un gran amigo de Dios y emocionado exclamó:
"¡Maestro, Tú eres el Hijo de Dios!  ¡Tú eres el Rey de Israel!"
¡Maravillosa proclamación! Probablemente estaba meditando muy seriamente allá abajo del árbol y pidiéndole a Dios que le iluminara lo que debía de hacer en el futuro, y ahora viene Jesús a decirle que Él leyó sus pensamientos. Ésto lo convenció de que se hallaba ante un verdadero profeta, un hombre de Dios que hasta leía los pensamientos. Y el Redentor le añadió una noticia muy halagadora.



Los israelitas se sabían de memoria la historia de su antepasado Jacob, el cual una noche, desterrado de su casa, se durmió junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo, y montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa. Jesús explica a su nuevo amigo, que un día verá a esos mismos ángeles rodear al Hijo del Hombre, a ese Salvador del mundo, y acompañarlo, al subir glorioso a las alturas.

El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo de hoy:

"San Bartolomé predicó el evangelio
en la India. Después pasó a Armenia
y allí convirtió a muchas gentes.
Los enemigos de nuestra religión
lo martirizaron quitándole la piel,
y después le cortaron la cabeza"

Fuente - Texto tomado de EWTN:
http://www.ewtn.com/spanish/Saints/Bartolom%C3%A9_8_24.htm