domingo, 2 de abril de 2017

Los sufrimientos de Jesús según la medicina



A los 33 años Jesús fue condenado a muerte. La "peor" muerte de la época. Sólo los criminales eran condenados como Jesús.

Jesús en el Huerto suda sangre


Los Evangelios nos dicen que Jesús comenzó a sudar sangre cuando estaba orando en el monte de los Olivos, específicamente en el jardín del Getsemaní. Esto no es un lenguaje poético sino una condición médica llamada "hematidrosis". No es muy común pero puede darse cuando hay un alto grado de sufrimiento psicológico.

Lo que sucede es que la ansiedad severa provoca la secreción de químicos que rompen los vasos capilares en las glándulas sudoríficas. Como resultado, hay una pequeña cantidad de sangrado en las glándulas y el sudor emana mezclado con sangre. No es mucha sangre sino una cantidad muy pequeña. Esto provocó que la piel quedara extremadamente frágil de modo que cuando Jesús fue flagelado por el soldado romano al día siguiente, su piel ya estaba muy sensible.

Ya Jesús estaba debilitado por lo sucedido en el Huerto y la noche entera sometido a falso juicio y golpizas y cárcel. 

La flagelación


Las flagelaciones romanas eran conocidas por ser terriblemente brutales. Generalmente consistían de treinta y nueve latigazos. El soldado usaba un látigo con tiras de cuero trenzado con bolas de metal entretejidas. cuando el látigo golpeaba la carne, esas bolas provocaban moretones o contusiones, las cuales se abrían con los demás golpes. Y el látigo también tenía pedazos de hueso afilados, los cuales cortaban la carne severamente.

La espalda quedaba tan desgarrada que la espina dorsal a veces quedaba expuesta debido a los cortes tan profundos. Los latigazos iban desde los hombros pasando por la espalda, las nalgas, y las piernas. Mientras continuaba la flagelación, las laceraciones rasgaban hasta los músculos y producían jirones temblorosos de carne sangrante. Las venas de la víctima quedaban al descubierto y los mismos músculos, tendones y las entrañas quedaban abiertos y expuestos.

La víctima podía experimentar un dolor tan grande que le llevase a una conmoción hipovulémica. Hipo significa "bajo, "vol" se refiere a volumen y "émica" significa "sangre", por lo tanto, conmoción hipovolémica quiere decir que la persona sufre efectos de la pérdida de una gran cantidad de sangre. 

Esto causa 4 efectos:

1. El corazón se acelera para tratar de bombear sangre que no existe.
2. Baja la presión sanguínea, lo que provoca un desmayo o colapso.
3. Los riñones dejan de producir orina para mantener el volumen restante.
4. La persona comienza a sentirse sedienta porque el cuerpo ansía fluidos para reponer el volumen de sangre perdido.

Camino al Calvario


Jesús se encontraba en condición hipovólemica mientras ascendía por el camino hacia el lugar de la ejecución en el Calvario llevando el madero horizontal de la cruz.

Finalmente Jesús se desplomó y un soldado romano le ordenó a Simón que llevara la cruz por él. Luego Jesús dice "Tengo sed" y en ese momento se le ofrece un trago de vinagre.

En el momento de la crucifixión

 
La muerte de Jesús fue todavía peor que la crucifixión común. No a todos los criminales condenados los clavaban a la cruz. Muchos eran amarrados.

A Jesús lo acostaron y clavaron sus manos en posición abierta en el madero horizontal. Esta viga se llamaba patibulum y en ese momento estaba separado el madero vertical, que estaba clavado al suelo de forma permanente. 

Los clavos que los romanos usaban eran de trece a dieciocho centímetros de largo, afilados hasta terminar en una punta aguda. Se clavaban por las muñecas. El clavo atravesaba el nervio mediano. Ese es el nervio mayor que sale de la mano y quedaba triturado por el clavo que lo martillaba. Este dolor es similar al que uno siente cuando se golpea accidentalmente el codo y se da en ese huesito (en el nervio llamado cúbito), pero ahora imagine tomar un par de pinzas y presionar hasta triturar ese nervio, ese dolor es similar al que Jesús experimentó. Al romper ese tendón Jesús y por tener sus muñecas clavadas, Jesús fue obligando a forzar todos los músculos de su espalda para poder respirar.

Dolor Excruciante

 
El dolor era tan insoportable que literalmente no existían palabras para describirlo. Se tuvo que inventar una nueva palabra llamada "excruciante" (que significa "de la cruz") para describir semejante dolor.

Jesús colgado en la cruz


Cuando Jesús fue alzado para unir el madero con el poste vertical se procedió a clavarle los pies. Nuevamente los nervios de los pies fueron triturados y eso debe haber causado un dolor similar al de las muñecas.

Al momento de estar en posición vertical sus brazos se estiraron intensamente, probablemente 15 centímetros de largo y ambos hombros debieron haberse dislocado (solo tome en cuenta la gravedad, para sacar su conclusión), lo que confirmaba lo escrito en Salmos 22 "dislocados están todos mis huesos".

Una vez que la persona cuelga en posición vertical, la crucifixión es una muerte lenta y agonizante por asfixia. La razón es que la presión ejercida en los músculos pone el pecho en la posición de inhalación. Básicamente, para poder exhalar, el individuo debía apoyarse en sus pies (fijos con clavos al madero) para que la tensión de los músculos se alivie por un momento. Al hacerlo, el clavo desgarraría el pie hasta que quede finalmente incrustado en los huesos tarsianos.

Después de arreglárselas para exhalar, la persona podría relajarse y descender para inhalar otra bocanada de aire. Nuevamente tendría que empujarse hacia arriba para exhalar raspando su espalda ensangrentada contra la madera áspera de la cruz. 

Este proceso continuaba hasta que la persona ya no pudiera empujarse hacia arriba para respirar. Entonces moría.

Jesús aguantó esa situación por poco más de 3 horas.

Muerte de Jesús


A medida que la persona reduce el ritmo respiratorio, entra en lo que se denomina acidosis respiratoria: el dióxido de carbono de la sangre se disuelve como ácido carbónico lo cual causa que aumente la acidez de la sangre. Finalmente eso lleva a un pulso irregular. De hecho al sentir que su corazón latía en forma errática, Jesús se hubiera dado cuenta de que estaba a punto de morir, y es entonces que pudo decir:

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu"
Y luego murió de un paro cardíaco. Incluso antes de morir la conmoción hipovolémica debe haber causado un ritmo cardíaco acelerado sostenido que debe haber contribuido al paro cardíaco, lo cual dio por resultado la acumulación de fluido en la membrana que rodea al corazón llamada efusión pericárdica, al igual que alrededor de los pulmones, llamada efusión pleural. 

Traspaso del Corazón


Para acelerar la muerte, los soldados quebraban las piernas de los crucificados, utilizando para ello una lanza romana para despedazar los huesos de la parte inferior de las piernas. Eso evitaba que la persona empujara hacia arriba con las piernas para poder respirar así que la muerte les seguía en cuestión de minutos.

En el Nuevo Testamento se nos dice que los huesos de Jesús no fueron quebrados como ocurrió con los otros crucificados. Esto fue así porque los soldados habían confirmado que Jesús había muerto; así se cumplió la profecía del Antiguo Testamento acerca del Mesías donde se dice que ninguno de sus huesos sería quebrado. Pero el soldado romano para confirmar la muerte de Jesús le clavó la lanza en su costado derecho. La lanza atravesó el pulmón derecho y penetró el corazón. Por lo tanto, cuando se sacó la lanza, salió fluido claro, como el agua, seguido de un gran volumen de sangre, tal como lo describe Juan, uno de los testigos oculares, en su Evangelio.

Además hay que mencionar la humillación que sufrió por el desprecio y las burlas, cargando su propia cruz por casi dos kilómetros, mientras la multitud le escupía el rostro y le tiraba piedras (la cruz pesaba cerca de 30 kilos, tan solo en la parte horizontal, en la que le clavaron sus manos).

Romanos 5, 7-11

"En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación".

Fuente - Texto tomado de CORAZONES.ORG:

Pobres los malos, ¡qué bien les va!


El malo no sabe que cada vez que “triunfa” está fracasando, porque se convierte en algo semejante a lo que hace.

Por: P. Fernando Pascual L.C. | Fuente: Catholic net 

A veces se escuchan comentarios de envidia ante el “triunfo” de los malos. Ver a alguien que engaña, que roba, que trampea, que usa mil mañas para conseguir un trabajo, un dinero, un contrato, un puesto de gobierno. Ver a un esposo que se ufana de engañar a la esposa, a una esposa que hace lo mismo respecto de su esposo, a un hijo que presume de haber quitado el dinero de la herencia a sus familiares...

Nace, entonces, un extraño sentimiento de envidia: ¡qué bien les va a los malos! Hacemos propias las palabras de uno de los Salmos:

“Por poco mis pies se me extravían,
nada faltó para que mis pasos resbalaran,
celoso como estaba de los arrogantes,
al ver la paz de los impíos.
No, no hay congojas para ellos,
sano y rollizo está su cuerpo;
no comparten la pena de los hombres,
con los humanos no son atribulados.
Por eso el orgullo es su collar,
la violencia [es] el vestido que los cubre;
la malicia les cunde de la grasa,
de artimañas su corazón desborda.
Se sonríen, pregonan la maldad,
hablan altivamente de violencia;
ponen en el cielo su boca,
y su lengua se pasea por la tierra.
Por eso mi pueblo va hacia ellos:
aguas de abundancia les llegan.
Dicen: « ¿Cómo va a saber Dios?
¿Hay conocimiento en el Altísimo? »
Miradlos: ésos son los impíos,
y, siempre tranquilos, aumentan su riqueza”
(Sal 73,2-12)

Los malos no saben, sin embargo, que su mayor desgracia consiste precisamente en sus triunfos. Si el malo descubriese el daño que se hace a sí mismo al hacer el mal, no lo haría. Pero piensa que gana, que triunfa, que conquista cosas largamente anheladas, que le “va bien”.

En realidad, cada maldad lo destruye internamente. Aunque no se dé cuenta, aunque siga engordando, aunque le feliciten los aduladores de turno, aunque le lleguen aplausos y premios de los amigos y de asociaciones nacionales e internacionales, aunque le aplaudan los principales periódicos, aunque su foto aparezca en cada rincón de su ciudad, de su país o del mundo entero.

El malo no sabe que cada vez que “triunfa” está fracasando, porque se convierte en algo semejante a lo que hace. Porque al final sólo tendrá por amigos a los malos y a algunos buenos ingenuos que no descubran su vileza. Porque sus riquezas y sus placeres le cegarán, le impedirán ver cómo su corazón cada día baja a los abismos. Porque no mirará al cielo para invocar ayuda ni para pedir perdón, porque creerá que con su dinero y su poderío será capaz de casi todo...

De casi todo... menos de vencer su propio mal, de romper las cadenas de la soberbia o la lujuria, de defender al pobre y al indefenso frente a otros malhechores que viven como viven los injustos. No es capaz de ver la fealdad de su corazón, esa miseria que lo corroe y que a veces, en breves momentos de lucidez, le permite intuir que algo no funciona en su vida.

Pobres los malos... ¡qué bien les va! Quizá algún día una desgracia, una sorpresa, un amigo sincero que les quite las vendas de los ojos, les ayudarán a ver que están en el desfiladero, al borde del precipicio, que avanzan hacia la muerte y la miseria.

Podemos dar gracias a Dios por evitarnos un mal paso, por permitirnos descubrir que la vida es hermosa sólo en la justicia que lleva al amor, que los bienes de esta tierra son caducos y frágiles como una sencilla hierba del campo, que de nada sirve tener riquezas ganadas a costa de injusticias desgraciadas.

Podemos hacer propias las palabras del salmo, para pedir a Dios ese corazón prudente que descubra, de verdad, que es triste la victoria del malo, porque es una victoria que destruye y que daña, que empobrece y que fracasa.

“Sí, cuando mi corazón se exacerbaba,
cuando se torturaba mi conciencia,
estúpido de mí, no comprendía,
una bestia era ante ti.
Pero a mí, que estoy siempre contigo,
de la mano derecha me has tomado;
me guiarás con tu consejo,
y tras la gloria me llevarás.
¿Quién hay para mí en el cielo?
Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra.
Mi carne y mi corazón se consumen:
¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre!
Sí, los que se alejan de ti perecerán,
tú aniquilas a todos los que te son adúlteros.
Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios;
he puesto mi cobijo en el Señor,
a fin de publicar todas tus obras”
(Sal 73,21-28)

Sí: pobres los malos, ¡qué bien les va!

Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:
http://es.catholic.net/op/articulos/30595/cat/884/pobres-los-malos-que-bien-les-va.html