miércoles, 12 de octubre de 2016

99 años - Sexta y última aparición Virgen de Fátima - 13 de octubre de 1917



SEXTA Y ÚLTIMA APARICIÓN
13 DE OCTUBRE DE 1917

Llegó, por fin, el día tan esperado de la sexta y última aparición de la Santísima Virgen a los tres pastorcitos. Por lo avanzado del otoño, la mañana estaba fría. Una lluvia persistente y abundante había transformado la Cova de Iría en un inmenso lodazal, y el frío calaba hasta los huesos a la multitud de 50 a 70 mil peregrinos que habían acudido de todos los rincones de Portugal.

Cerca de las once y media, aquel mar de gente abrió paso a los tres videntes que se aproximaban, vestidos con sus trajes de domingo.

Es la Hermana Lucía quien nos relata lo que sucedió:
“Llegados a Cova de Iría, junto a la encina, llevada por un movimiento interior, pedí al pueblo que cerrase los paraguas para rezar el Rosario. Poco después vimos el reflejo de la luz y, enseguida, a Nuestra Señora sobre la encina.


- ¿Qué quiere Vuestra Merced de mí?
- Quiero decirte que hagan aquí una capilla en mi honor; que soy la Señora del Rosario, que continuéis rezando el rosario todos los días. La guerra va a terminar y los militares volverán en breve a sus casas.
- Quería pedirle muchas cosas. Si curaba unos enfermos y convertía unos pecadores…
- A algunos sí, a otros no. Es preciso que se enmienden, que pidan perdón por sus pecados.
Y tomando un aspecto más triste, (Nuestra Señora agregó):
- "No ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido".
Enseguida, abriendo las manos, Nuestra Señora las hizo reflejar en el sol y, mientras se elevaba, su propia luz continuaba reflejándose en el sol.
Habiendo la Santísima Virgen desaparecido en esa luz que Ella misma irradiaba, se sucedieron en el cielo tres nuevas visiones, como cuadros que simbolizaban los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos del Rosario.
Junto al sol apareció la Sagrada FamiliaSan José, con el Niño Jesús en los brazos, y Nuestra Señora del Rosario. La Virgen vestía una túnica blanca y un manto azul, San José estaba también de blanco y el Niño Jesús de rojo. San José bendijo al pueblo trazando tres veces en el aire una cruz, y el Niño Jesús hizo lo mismo.
Las dos escenas siguientes fueron vistas sólo por Lucía. Primero, vio a Nuestro Señor, transido de dolor en el camino del Calvario, y a la Virgen de los Dolores, sin la espada en el pecho. El Divino Redentor también bendijo al pueblo.
Por fin apareció, gloriosa, Nuestra Señora bajo la advocación del Carmen coronada Reina del Cielo y del Universo, con el Niño Jesús en brazos.
Mientras los tres pastorcitos contemplaban los personajes celestiales, se operó ante los ojos de la multitud el milagro anunciado.
Había llovido durante toda la aparición. Lucía, al terminar su coloquio con la Santísima Virgen, había gritado al pueblo:
“¡Miren el sol!”
Se entreabrieron las nubes, y el sol apareció como un inmenso disco de plata. A pesar de su brillo intenso, podía ser mirado directamente sin herir la vista.

La multitud lo contemplaba absorta cuando, súbitamente, el astro se puso a “bailar”. Giró rápidamente como una gigantesca rueda de fuego. Se detuvo de repente y, poco después, comenzó nuevamente a girar sobre sí mismo a una velocidad sorprendente.
Finalmente, un torbellino vertiginoso, sus bordes adquirieron un color escarlata, esparciendo llamas rojas en todas direcciones. Éstas se reflejaban en el suelo, en los árboles, en los rostros vueltos hacia el cielo, reluciendo con todos los colores del arco iris. El disco de fuego giró locamente tres veces, con colores cada vez más intensos, tembló espantosamente y, describiendo un zig-zag descomunal, se precipitó sobre la multitud aterrorizada.


Un único e inmenso grito escapó de todas las gargantas. Todos cayeron de rodillas en el lodo, pensando que serían consumidos por el fuego. Muchos rezaban en voz alta el acto de contrición. Poco a poco, el sol comenzó a elevarse trazando el mismo zig-zag, hasta el punto del horizonte desde donde había descendido. Se hizo entonces imposible fijar la vista en él. Era de nuevo el sol normal de todos los días.
El ciclo de las visiones de Fátima había terminado.
Fuente - Texto tomado del Libro: FÁTIMA – Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará – Caballeros de la Virgen

Fuente - Texto tomado del Vaticano:

San Eduardo El Confesor - Rey de Inglaterra - Fiesta Octubre 13

San Eduardo rey - Año 1066

"Que Dios santísimo
nos conceda muchos gobernantes
tan virtuosos como San Eduardo rey. 
Dichoso el que teme ofender al Señor.
Le irá bien (Salmos)"
Eduardo quiere decir: el que protege la propiedad. (Ed=propiedad. Uard=el que protege).

Éste fue el más popular de los reyes ingleses de la antigüedad. Tres cualidades le merecieron su fama de santo: era muy piadoso, sumamente amable y muy amante de la paz. Era hijo de Etelredo y a los 10 años fue desterrado a Normandía (Francia), de donde no pudo volver a Inglaterra sino cuando ya tenía 40 años. Dicen que conservó perpetua castidad.

San Eduardo tuvo unos modos de actuar que lo hicieron sumamente popular entre sus súbditos y lo convirtieron como en un modelo para sus futuros reyes. Lo primero que hizo fue suprimir el impuesto de guerra, que arruinaba mucho a la gente. Luego, durante su largo reinado procuró vivir en la más completa armonía con las cámaras legislativas (que él dividió en dos: cámara de los lores y cámara de los comunes). Se preocupó siempre por obtener que gran cantidad de los impuestos que se recogían, se repartieran entre las gentes más necesitadas.

Un autor que vivió en ese tiempo nos dejó los siguientes datos acerca de San Eduardo:

  • Era un verdadero hombre de Dios.
  • Vivía como un ángel en medio de tantas ocupaciones materiales y se notaba que Dios lo ayudaba en todo.
  • Era tan bondadoso que jamás humilló con sus palabras ni al último de sus servidores.
  • Se mostraba especialmente generoso con los pobres, y con los emigrantes, y ayudaba mucho a los monjes.
  • Aún el tiempo en que estaba en vacaciones y dedicado a la cacería, ni un sólo día dejaba de asistir a la Santa Misa.
  • Era alto, majestuoso, de rostro sonrosado y cabellos blancos. 
  • Su sola presencia inspiraba cariño y aprecio.
Cuando Eduardo estaba desterrado en Normandía prometió a Dios que si lograba volver a Inglaterra, iría en peregrinación a Roma a llevar una donación al Sumo Pontífice. Cuando ya fue rey, contó a sus colaboradores el juramento que había hecho, pero éstos le dijeron: "el reino está en paz porque todos le obedecen con gusto. Pero si se va a hacer un viaje tan largo, estallará la guerra civil y se arruinará el país". Entonces envió unos embajadores a consultar al Papa San León Nono, el cual le mandó decir que le permitía cambiar su promesa por otra: "dar para los pobres lo que iba a gastar en el viaje, y construir un buen convento para religiosos".

Así lo hizo puntualmente: repartió entre la gente pobre todo lo que había ahorrado para hacer el viaje, y vendiendo varias de sus propiedades, construyó un convento para 70 monjes, la famosa Abadía de Westminster (nombre que significa: monasterio del occidente. West=oeste u occidente. Minster=monasterio). En la catedral que hay en ese sitio es donde sepultan a los reyes de Inglaterra.


En el año 1066, desgastado de tanto trabajar por su religión y por su pueblo, sintió que le llegaba la hora de la muerte. A los que lloraban al verlo morir, les dijo:
"No se aflijan ni se entristezcan, pues yo dejo esta tierra, lugar de dolor y de peligros, para ir a la Patria Celestial donde la paz reina para siempre"
Canonización

Los primeros impulsos en pro de la canonización de Eduardo el Confesor, se tomaron bajo el reinado de Enrique II de Inglaterra, que unía en su persona las casas reales sajona y normanda. Bajo el amparo de Enrique, el Prior Osberto de Clare inició una campaña de difusión de la imagen de Eduardo como un hombre santo, adjudicándole todo tipo de milagros, entre los que destacaban las sanaciones de enfermos mediante la imposición de manos. El Papa Alejandro III ofició la canonización del antiguo rey en 1161, ceremonia en Roma a la que asistió el propio Osberto. En 1163 se trasladaron los restos del rey santo a la Abadía de Westminster, en medio de una solemne ceremonia oficiada por el Arzobispo Thomas Becket.

En aquella época, los santos se dividían en dos clases: "mártires" (si morían de muerte violenta, y "confesores" (si lo hacían de muerte natural). Por esta razón, el rey Eduardo es conocido desde entonces bajo el nombre de Eduardo El Confesor. Posteriormente, la Iglesia Católica lo nombró Santo Patrón de los reyes, matrimonios problemáticos y mujeres separadas. Hasta 1348 fue también el Patrón de Inglaterra, año en que fue sustituido por San Jorge.

Fuente - Texto tomado de EWTN:

Fuente - Texto tomado de ES.WIKIPEDIA.ORG:
http://es.wikipedia.org/wiki/Eduardo_el_Confesor