lunes, 4 de julio de 2016

Oración para rezar cuando uno se siente solo y desesperado: con necesidad de ser sanado por Dios



Padre Carlos Padilla / Aleteia / 4 de julio de 2015

Soledad, desolación, tristeza, abatimiento...

Cuando no nos hacen caso, cuando pensamos que no somos importantes, cuando no nos tienen en cuenta, nuestra alma queda herida. Con heridas profundas al sentirnos invisibles, indiferentes para otros. Las heridas cuando no nos valoran, cuando somos sólo un número, cuando otros brillan más que nosotros.

Pero cuando alguien nos mira en lo más hondo, ve lo que sentimos por dentro, nos pregunta cómo estamos, se detiene en su camino y nos dice que sin nosotros su vida no sería igual, que nos quiere, que nos necesita, todo se calma. Todo se sana.

Eso es lo que hace Dios con nosotros. Nos mira. Sabe lo que nos sucede. Nuestra inquietud, nuestra herida que sangra. Se deja tocar. Se detiene. Nos abraza. Nos sana con su amor personal que nos dice que nos esperaba, que nos quiere como somos, que nos necesita, que le importamos.

Decía el Papa Francisco:
“¡Cuántas veces pienso que le tenemos miedo a la ternura de Dios! No dejamos experimentar la ternura de Dios. Y por eso tantas veces somos duros, severos, somos pastores sin ternura. No creemos en un Dios etéreo. Creemos en un Dios que se hizo carne. Nos va a aliviar”
Me gustaría tener mucha fe. Me gustaría ser capaz de vencer los miedos tantas veces y tocar a Jesús. Y a aquellos que llevan a Jesús en su alma. Tocar la vida que se me regala. No pasar de largo. No temer. Pedir ayuda.

Todos necesitamos ser sanados. ¿De qué quiero que me cure hoy Jesús? ¿Cuál es mi herida? Una persona rezaba:
«Quiero avanzar en la senda que tienes para mí marcada. Me equivoco tantas veces...
Me pierdo y siempre me encuentras. Me buscas por los caminos cuando no sé dónde verte, ni tocarte, ni quererte.
Quiero abrazar con silencios la noche en la que me encuentras.


Solo, desatado, herido. Apagado por la muerte que recorre hoy mis venas.
Quiero correr y sentarme. Tocar con mis manos rotas. Retenerte en un intento por evitar que te alejes.
Quiero mirar con voz queda. Quiero ser lo que no he sido, abrazado por tus manos. Y volver a ser eterno.


Quiero acariciar la luna que sueño en mis adentros.
Quiero vestirme de vida. Dejar la muerte a mi lado. Teñirme de un sol intenso.
Quiero ser. Quiero vivir. Quiero amar. Quiero, sí, lo que Tú quieras»

Pero nos falta fe en el poder sanador de Jesús. Necesitamos tocar los lugares santos para ser sanados. Pero a veces no nos acercamos al que nos da la vida, sino al que nos la quita. No tocamos lo que nos salva, sino lo que nos encadena. No somos audaces para la vida.

Me gustaría hacer siempre vida lo que dice el estribillo de una canción: “Quiero tocar, Señor, tu manto. Quiero oír tu voz gritar: levántate, a ti te hablo, levántate”. Sin miedo, sin tener que pedírselo con palabras. Simplemente acercarme a Él a escondidas y tocar su manto.

¡Cuánta fe! Me gustaría creer en su poder sanador. Todos estamos enfermos, heridos, solos.

Fuente - Texto tomado de RELIGIONENLIBERTAD.COM:

San Antonio María Zaccaría - Sacerdote y Fundador - Año 1539 - Fiesta Julio 5



Nació en Cremona, ciudad de Lombardía (Italia) en 1502. Cuando tenía dos años murió su padre, Lazzaro. Su madre, Antonia Pescorali, queda viuda a los 18 años pero no quiso volver a casarse y se dedicó a la educación de su hijo.

Antonio María estudió medicina en la Universidad de Padua. Aunque era de familia adinerada, desde joven renunció a los vestidos elegantes y a los ambientes de juerga. El dinero que ahorraba lo repartía entre los más necesitados. A los 22 años recibió el doctorado y se graduó de médico, deseando poner su profesión al servicio de los pobres y ayudarles al mismo tiempo a encontrarse con Jesús. Pero el Señor lo llamó al sacerdocio. Fue ordenado a los 26 años de edad, convirtiéndose así en médico de los cuerpos y de las almas. Entregó su herencia a su madre. Se dice que vieron ángeles en torno al altar durante su primera misa.



Desde niño, Antonio tuvo gran amor por los pobres. Volvía a veces a casa de la escuela sin saco, por haberlo regalado a un pobre. Ya como sacerdote, todo lo que consigue lo reparte entre los pobres. Fue a vivir a Milán, la gran ciudad del norte de Italia, para poder extender su apostolado. Allí, junto a la hermana Luisa Torelli fundó la comunidad de las hermanas llamadas "Angelicales de San Pablo" (nombradas así porque su convento se llamaba de "Los Santos Ángeles"). Su apostolado era con las jóvenes en peligro o ya caídas en vicios.

Luego fundó la "Sociedad de Clérigos de San Pablo", los cuales, por vivir en un convento llamado de San Bernabé, fueron llamados por la gente "Barnabitas". Se dedicaron a predicar el Evangelio, con gran devoción al amor a la Pasión y Cruz del Señor. Buscaban la renovación espiritual del pueblo. Animaban a los laicos a recibir con frecuencia la Eucaristía y a trabajar en el apostolado. San Carlos, arzobispo de Milán, dijo de ellos:
"Son la ayuda más formidable que he encontrado en mi arquidiócesis"
San Antonio María
tenía un profundo amor
por la Eucaristía



Propagó la devoción a las Cuarenta Horas, que consiste en dedicar tres días cada año, en cada templo, a honrar solemnemente a la Eucaristía con rezos, cantos y otros actos solemnes de culto.

Tenía gran devoción
a la Pasión y Muerte de Cristo



Cada viernes, a las tres de la tarde hacía sonar las campanas para recordar a la gente que a esa hora había muerto Nuestro Señor. Siempre llevaba una imagen de Jesús Crucificado, y se esmeraba por hacer que todos meditaran en los sufrimientos de Jesús en Su Pasión y Muerte, porque ésto aumenta mucho el amor hacia el Redentor.

Una tercera devoción
fue por las Cartas de San Pablo


Su lectura lo emocionaba e inspiraba en sus prédicas. A sus discípulos les insistía en que las leyeran frecuentemente y que meditaran sus enseñanzas.

Vivió en el tiempo de Lutero, quien proclamaba una reforma llena de graves errores doctrinales. Muchos católicos tenían el santo deseo de una verdadera reforma para vencer la frialdad y el pecado. Esa verdadera reforma debía ser en todo fiel a la Iglesia, la cual siempre necesita de santos reformadores. Uno de ellos fue San Antonio María, como también San Ignacio y sus jesuitas.

Siendo un joven de 37 años, iba en una misión de paz, sintiéndose mal fue a casa de su madre y murió en sus brazos el 5 de julio de 1539. Se dice que tuvo una visión de San Pablo antes de morir. Su trabajo por Cristo y su Iglesia había sido enorme.

Está enterrado en Milán, en el convento de San Pablo. Beatificado en 1849 por el Papa Pío IX. Canonizado en 1897 por el Papa León XIII.

Oración

Señor, que encendiste
en el corazón de
San Antonio María Zaccaría
un ardiente celo
por la salvación
de sus hermanos.
Te pedimos por su intercesión
que nos sintamos
siempre urgidos
a evangelizar
a los hombres
de nuestro tiempo
por amor a Ti.
Por Jesucristo,
Nuestro Señor.
Amén.

Fuente - Texto tomado de CORAZONES.ORG: