jueves, 7 de enero de 2016

Se cumple profecía del Padre Pío: En 1968 anunció lo que pasará en Pietrelcina el 11 de febrero de 2016

El padre Mariano da Santa Croce, junto con San Pío de Pietrelcina, en una imagen de 1959

Se cumple profecía del Padre Pío:
En 1968 anunció lo que pasará
en Pietrelcina el 11 de febrero
Regreso al hogar un siglo después

Esta semana los Hermanos Menores Capuchinos confirmaron el calendario de exposición de los restos de San Pío de Pietrelcina (1887-1968) en Roma. La urna que se venera en el convento de San Giovanni Rotondo, donde el Padre Pío pasó su último medio siglo de vida, convertido en centro de peregrinación mundial, se instalará entre el 3 y el 11 de febrero en distintos enclaves de la ciudad.

Los días 3 y 4, en la Basílica de San Lorenzo al Verano, junto a las reliquias de otro santo capuchino, San Leopoldo Mandic (1866-1942). Ambos serán trasladados el día 5 a la Basílica de San Pedro, donde al día siguiente el Papa recibirá a los Grupos de Oración del Padre Pío (su gran apostolado, que empezó a organizar en los años cuarenta) y a los fieles de la diócesis de Manfredonia, donde se encuentra San Giovanni Rotondo.


También en San Pedro, el 9 de febrero el Papa oficiará misa ante todos los capuchinos del mundo, y al día siguiente, Miércoles de Ceniza, enviará por todo el mundo a los Misioneros de la Misericordia, una de sus iniciativas para el Año Jubilar. El Padre Pío consagró prácticamente toda su vida a confesar, así que será un testigo privilegiado del compromiso de los sacerdotes que voluntariamente se han incorporado a ese proyecto.


Que ese día estén allí los restos del Padre Pío fue un expreso deseo de Francisco, transmitido por el presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, Rino Fisichella, al arzobispo de Manfredonia-Vieste-San Giovanni Rotondo, Michele Castoro:

“La presencia de los restos de San Pío será un signo precioso para todos los misioneros y los sacerdotes, los cuales encontrarán fuerza y sostén para la propia misión en su ejemplo admirable de confesor incansable, acogedor y paciente, auténtico testimonio de la Misericordia del Padre”, decía la carta.

Al día siguiente del Miércoles de Ceniza, el cuerpo incorrupto del santo de los estigmas será trasladado a su pueblo natal, Pietrelcina (Benevento, Campania), donde quedará hasta el 14, cuando regresará a San Giovanni Rotondo. En esa localidad recibió por primera vez las llagas de la Pasión el 20 de septiembre de 1918; le desaparecieron exactamente medio siglo después, tres días antes de su muerte, un 23 de septiembre.



Ese 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, se cumplirá una profecía que confirmó el mismo Padre Pío el primer domingo de agosto de 1968, mes y medio antes de morir.

Según contó Raffaele Iaria el pasado 29 de diciembre en el diario Avvenire, propiedad de la conferencia episcopal italiana, aquel día el Padre Pío le dijo al padre Mariano de la Santa Cruz de Magliano:

"Que volvería a su patria chica: bastantes años después de la muerte"

"Padre, aún le deseamos cien años... El Señor sabrá, y le llamará al Paraíso"

Respondió el padre Mariano, quien era, junto con el padre Pellegrino Funicelli, uno de sus asistentes cuando el santo ya apenas podía moverse por sí mismo:

"Tras su muerte, habrá señales, prodigios, milagros, la Iglesia os elevará a los altares. Entonces tomarán su cuerpo y le darán un gran paseo hasta Pietrelcina. ¿He dicho bien?"


Según cuenta el fraile, el Padre Pío bajó la cabeza dos veces y dijo:

"Así será"
El santo abandonó Pietrelcina el 17 de febrero de 1916 para no volver jamás... hasta justo un siglo después, esos cien años que confirmó ante el padre Mariano.

Fuente - Texto tomado de RELIGIONENLIBERTAD.COM:

San Severino Abad - Predicador - Año 482 - Fiesta Enero 8


Había nacido probablemente en Roma el año 410. Es patrono de Viena (Austria) y de Baviera (Alemania). Su biografía la escribió su discípulo Eugipio. A nadie decía que era de Roma (la capital del mundo en ese entonces), ni que provenía de una familia noble y rica, pero su perfecto modo de hablar el latín y sus exquisitos modales y su trato finísimo lo decían.

San Severino tenía el don de profecía (anunciar el futuro) y el don de consejo, dos preciosos dones que el Espíritu Santo regala a quienes le rezan con mucha fe.

Se fue a misionar en las orillas del río Danubio en Austria y anunció a las gentes de la ciudad de Astura, que si no dejaban sus vicios y no se dedicaban a rezar más y a hacer sacrificios, iban a sufrir un gran castigo.

Nadie le hizo caso, y entonces él, declarando que no se hacía responsable de la mala voluntad de esas cabezas tan duras, se fue a la ciudad de Cumana. Pocos días después llegaron los terribles "Hunos", bárbaros de Hungría, y destruyeron totalmente la ciudad de Astura, y mataron a casi todos sus habitantes. En Cumana, el santo anunció que esa ciudad también iba a recibir castigos si la gente no se convertía. Al principio nadie le hacía caso, pero luego llegó un prófugo que había logrado huir de Astura y les dijo:

"Nada de lo terrible que nos sucedió en mi ciudad habría sucedido si le hubiéramos hecho caso a los consejos de este santo. Él quiso liberarnos, pero nosotros no quisimos dejarnos ayudar"


Entonces las gentes se fueron a los templos a orar y se cerraron las cantinas, y empezaron a portarse mejor y a hacer pequeños sacrificios, y cuando ya los bárbaros estaban llegando, un tremendo terremoto los hizo salir huyendo. Y no entraron a destruir la ciudad.

En Faviana, una ciudad que quedaba junto al Danubio, había mucha carestía porque la nieve no dejaba llegar barcos con comestibles. San Severino amenazó con castigos del cielo a los que habían guardado alimentos en gran cantidad, si no los repartían. Ellos le hicieron caso y los repartieron. Entonces el santo, acompañado de mucha gente, se puso a orar y el hielo del río Danubio se derritió y llegaron barcos con provisiones. Su discípulo preferido, Bonoso, sufría mucho de un mal de ojos. San Severino curaba milagrosamente a muchos enfermos, pero a su discípulo no lo quiso curar, porque le decía:
"Enfermo puedes llegar a ser santo. Pero si estás muy sano te vas a perder"
Y por 40 años sufrió Bonoso su enfermedad, pero llegó a buen grado de santidad. El santo iba repitiendo por todas partes aquella frase de la S. Biblia:
"Para los que hacen el bien, habrá gloria, honor y paz. Pero para los que hacen el mal, la tristeza y castigos vendrán" (Romanos 2)
Y anunciaba que no es cierto lo que se imaginan muchos pecadores:

"He pecado y nada malo me ha pasado"
Pues todo pecado trae castigos del cielo.
Y ésto detenía a muchos y les impedía seguir por el camino del vicio y del mal. San Severino era muy inclinado por temperamento a vivir retirado rezando y por eso durante 30 años fue fundando monasterios, pero las inspiraciones del cielo le mandaban irse a las multitudes a predicar penitencia y conversión.  Buscando pecadores para convertir recorría aquellas inmensas llanuras de Austria y Alemania, siempre descalzo, aunque estuviera andando sobre las más heladas nieves, sin comer nada jamás antes de que se ocultara el sol cada día; reuniendo multitudes para predicarles la penitencia y la necesidad de ayudar al pobre y sanando enfermos, despertando en sus oyentes una gran confianza en Dios y un serio temor a ofenderle; vistiendo siempre una túnica desgastada y vieja, pero venerado y respetado por cristianos y bárbaros, y por pobres y ricos, pues todos lo consideraban un verdadero santo. Se encontró con Odoacro, un pequeño reyezuelo, y le dijo proféticamente:
"Hoy te vistes simplemente con una piel sobre el hombro. Pronto repartirás entre los tuyos los lujos de la capital del mundo"
Y así sucedió. Odoacro con sus Hérulos conquistó Roma, y por cariño a San Severino respetó el cristianismo y lo apoyó. Cuando Odoacro desde Roma le mandó ofrecer toda clase de regalos y de honores, el santo lo único que le pidió fue que respetara la religión y que a un pobre hombre que habían desterrado injustamente, le concediera la gracia de poder volver a su patria y a su familia. Así se hizo.

Giboldo, rey de los bárbaros alamanos, pensaba destruir la ciudad de Batavia, San Severino le rogó por la ciudad y el rey bárbaro le perdonó por el extraordinario aprecio que le tenía a la santidad de este hombre.

En otra ciudad predicó la necesidad de hacer penitencia. La gente dijo que en vez de enseñarles a hacer penitencia les ayudara a comerciar con otras ciudades. Él les respondió:
"¿Para qué comerciar, si esta ciudad se va a convertir en un desierto a causa de la maldad de sus habitantes?"
Y se alejó de la ciudad. Poco después llegaron los bárbaros y destruyeron la ciudad y mataron a mucha gente. En Tulnman llegó una terrible plaga que destruía todos los cultivos. La gente acudió a San Severino, el cual les dijo:


"El remedio es rezar, dar limosnas a los pobres y hacer penitencia"
Toda la gente se fue al templo a rezar con él. Menos un hacendado que se quedó en su campo por pereza de ir a rezar. A los tres días la plaga se había ido de todas las demás fincas, menos de la finca del hacendado perezoso, el cual vio devorada por plagas toda su cosecha de ese año.

En Kuntzing, ciudad a las orillas del Danubio, este río hacía grandes destrozos en sus inundaciones, y le hacía mucho daño al templo católico que estaba construido a la orilla de las aguas. San Severino llegó, colocó una gran cruz en la puerta de la iglesia y dijo al Danubio:
"No te dejará mi Señor Jesucristo que pases del sitio donde está su santa cruz"
El río obedeció siempre y ya nunca pasaron sus crecientes del lugar donde estaba la cruz puesta por el santo. El 6 de enero del año 482, fiesta de la Epifanía, sintió que se iba a morir, llamó entonces a las autoridades civiles de la ciudad y les dijo:
"Si quieren tener la bendición de Dios respeten mucho los derechos de los demás. Ayuden a los necesitados y esmérense por ayudar todo lo más posible a los monasterios y a los templos"
Y entonando el Salmo 150 se murió, el 8 de enero. A los seis años fueron a sacar sus restos y lo encontraron incorrupto, como si estuviera recién enterrado. Al levantarle los párpados vieron que sus bellos ojos azules brillaban como si apenas estuviera dormido. Sus restos han sido venerados por muchos siglos, en Nápoles. En Austria todavía se conserva en uno de los conventos fundados por él, la celda donde el santo pasaba horas y horas rezando por la conversión de los pecadores y la paz del mundo.

Fuente - Texto tomado de EWTN:

Oración al Sagrado Corazón de Jesús Sacramentado


SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS,
EN VOS CONFÍO


Postrado a vuestros pies humildemente,
vengo a pediros, dulce Jesús mío,
poderos repetir constantemente:
¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!


Si la confianza es prueba de ternura
esta prueba de amor daros ansío
aún cuando esté sumido en la amargura
¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!


En las horas más tristes de mi vida,
cuando todos me dejen, ¡oh Dios mío!
y el alma esté por penas combatida,
¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!


Aunque sienta venir la desconfianza
y os obligue a mirarme con desvío
no será confundida mi esperanza
¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!


Si en el Bautismo que hermoseara mi alma
yo os prometí ser vuestro y Vos ser mío
clamaré siempre en tempestad y en calma
¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!


Yo siento una confianza de tal suerte
que sin ningún temor, ¡oh Dueño mío!
espero repetir hasta la muerte
¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío!


Reina Señor, fervientes suplicamos,
sea tu amor faro en nuestro camino,
prometiste reinar y lo esperamos

¡Venga tu reino, Corazón Divino!