domingo, 5 de julio de 2015

Santa María Goretti - Virgen y Mártir - Fiesta Julio 6



Virgen Mártir de la Pureza
Una adolescente mártir
por conservar la castidad

Una santa que prefirió morir antes que ofender a Dios y vivió la virtud de la pureza hasta el heroísmo.

Santa María Goretti nació en Corinaldo (Italia), el 16 de octubre de 1890, hija de Luis Goretti y Assunta Carlini, ambos campesinos. Murió asesinada en Nettuno el 6 de julio de 1902, laica y mártir italiana. Su nombre verdadero era María Teresa Goretti, y apodada Marietta.

María fue la segunda de seis hijos. Vivió en el seno de una familia humilde y perdió a su padre a los 10 años por causa del paludismo. Como consecuencia de la muerte de su padre, la madre de María Goretti tuvo que trabajar dejando la casa y los hermanos menores a cargo de ésta, quien realizaba sus obligaciones con alegría y cada semana asistía a clases de catecismo.

A los 11 años hizo su primera comunión haciéndose, desde entonces, el firme propósito de morir antes que cometer un pecado. En la misma finca donde vivía María trabajaba Alejandro Serenelli, quien se enamoró de María que en ese entonces contaba con 12 años. Serenelli, a causa de lecturas impuras, se dedicó a buscar a María haciéndole propuestas que la santa rechazaba, haciendo que Serenelli se sintiera despreciado.

Suplica a su madre que no la deje sola en casa, pero no se atreve a explicarle claramente las causas de su pánico, pues Alessandro la ha amenazado:
"Si le cuentas algo a tu madre, te mato"
Su único recurso es la oración. La víspera de su muerte, María pide de nuevo llorando a su madre que no la deje sola, pero, al no recibir más explicaciones, ésta lo considera un capricho y no concede importancia a aquella súplica.

El 5 de julio de 1902, María se quedó en casa cosiendo ropa y cuidando de su hermanita de dos años (Teresa). Alessandro, que se había cansado de los rechazos de María, porque siempre le hacía proposiciones deshonestas que en un principio ella no las comprende. Más tarde, al adivinar las intenciones del muchacho, la joven está sobre aviso y rechaza la adulación y las amenazas.

Serenelli fue en busca de María quien estaba sola en su casa y al encontrarla la invitó a ir a una recámara de la casa, a lo que María se negó por lo que aquél se vio obligado a forzarla.
"¡María!", grita Alessandro
"¿Qué quieres?"
"Quiero que me sigas"
"¿Para qué?"
"¡Sígueme!"
"Si no me dices lo que quieres, no te sigo"
Ante semejante resistencia, el muchacho la agarra violentamente del brazo y la arrastra hasta la cocina, atrancando la puerta. La niña grita, pero el ruido no llega hasta el exterior. Al no conseguir que la víctima se someta, Alessandro la amordaza y esgrime un puñal. María se pone a temblar pero no sucumbe. Furioso, el joven intenta con violencia arrancarle la ropa, pero María se deshace de la mordaza y grita:
"No hagas eso, que es pecado... Irás al infierno"
Alessandro se descontroló por completo, apuñalando a María más de 14 veces con un punzón para picar hielo; cuando vio a la malherida María tratando de arrastrarse hacia la puerta para pedir ayuda, la acuchilló tres veces más y huyó. María quedó herida de muerte al recibir catorce heridas graves y se ha desvanecido.





En el hospital no hay nada que hacer. Después de un largo y penoso viaje en ambulancia, hacia las ocho de la noche, llegan al hospital. Los médicos se sorprenden de que la niña todavía no haya sucumbido a sus heridas, pues ha sido alcanzado el pericardio, el corazón, el pulmón izquierdo, el diafragma y el intestino. Al comprobar que no tiene cura, mandan llamar al capellán. María se confiesa con toda lucidez. Después, los médicos le prodigan sus cuidados durante dos horas, sin dormirla. María no se lamenta, y no deja de rezar y de ofrecer sus sufrimientos a la Santísima Virgen, Madre de los Dolores. Su madre consigue que le permitan permanecer a la cabecera de la cama. María aún tiene fuerzas para consolarla:
"Mamá, querida mamá, ahora estoy bien... ¿Cómo están mis hermanos y hermanas?"
A María la devora la sed:
"Mamá, dame una gota de agua"
"Mi pobre María, el médico no quiere, porque sería peor para ti"
Extrañada, María sigue diciendo:
"¿Cómo es posible que no pueda beber ni una gota de agua?"
Luego, dirige la mirada sobre Jesús crucificado, que también había dicho ¡Tengo sed!, y se resigna. El capellán del hospital la asiste paternalmente y, en el momento de darle la sagrada Comunión, la interroga:
"María, ¿perdonas de todo corazón a tu asesino?"
Ella, reprimiendo una instintiva repulsión, le responde:
"Sí, lo perdono por el amor de Jesús, y quiero que él también venga conmigo al paraíso. Quiero que esté a mi lado... Que Dios lo perdone, porque yo ya lo he perdonado"
En medio de esos sentimientos, los mismos que tuvo Jesucristo en el Calvario, María recibe la Eucaristía y la Extremaunción, serena, tranquila, humilde en el heroísmo de su victoria. El final se acerca. Se le oye decir: 
"Papá"
Finalmente, después de una postrera llamada a María, entra en la gloria inmensa del paraíso. Es el día 6 de julio de 1902, a las tres de la tarde. No había cumplido los doce años.


El destino de su asesino

El juicio de Alessandro tiene lugar tres meses después del drama. Aconsejado por su abogado, confiesa:
"Me gustaba. La provoqué dos veces al mal, pero no pude conseguir nada. Despechado, preparé el puñal que debía utilizar"
Es condenado a treinta años de trabajos forzados. Aparenta no sentir ningún remordimiento del crimen. Alessandro Serenelli, el asesino de María, cumplió su condena en la cárcel de Roma, y tras su liberación, ingresó como hermano terciario y portero a un convento capuchino de dicha ciudad, donde murió en 1970. Él atribuyó su cambio de vida a un sueño que tuvo en la cárcel varios años después del asesinato; según él:
"Vio en sueños a María con catorce lirios blancos, uno por cada puñalada recibida; gracias a ésto no sólo logró reconciliarse con la sociedad, sino que también con la familia Goretti, que lo perdonó expresamente"
La tradición cuenta que después de un sueño donde María le dijo que él también podía ir al cielo. Serenelli cambió completamente volviéndose hacia Dios y ofreciendo sus trabajos y sufrimientos en reparación de sus pecados. Después de 27 años de cárcel, fue liberado y acudió a pedir perdón a la madre de la santa, quien no sólo lo perdonó sino que lo defendió en público, alegando que si Dios y su hija lo habían perdonado, ella no tenía por qué no perdonarlo. La fama de María Goretti se extendía cada vez más y fueron apareciendo las muestras de santidad, que fue fruto de su cercanía a Dios y su devoción a la Virgen María.

Después de numerosos estudios, la Santa Sede la canonizó el 24 de junio de 1950 en una ceremonia que se tuvo que realizar en la Plaza de San Pedro, debido a la cantidad de asistentes que se calculaban en más de quinientas mil personas. En la ceremonia de canonización acompañaron a Pío XII, la madre, dos hermanas y un hermano de María. Durante esta ceremonia Su Santidad Pío XII exhaltó la virtud de la santa y sus estudiosos afirman que por la vida que llevó aún cuando no hubiera sido mártir habría merecido ser declarada santa, la definió "pequeña y dulce mártir de la pureza".


Esperanza en la Providencia
con amor al prójimo
y dignidad de mujer

Para poder crear un clima favorable a la castidad, es importante practicar la modestia y el pudor en la manera de hablar, de actuar y de vestir. Con esas virtudes, la persona es respetada y amada por sí misma, en lugar de ser contemplada y tratada como objeto de placer. Siguiendo el ejemplo de María Goretti, los jóvenes pueden descubrir "el valor de la verdad que libera al hombre de la esclavitud de las realidades materiales", y podrán "descubrir el gusto por la auténtica belleza y por el bien que vence al mal" (San Juan Pablo II, id).

Con ocasión del centenario de su muerte, el 30 de junio de 2002, el cardenal Sergio Sebastiani ilustró las virtudes de esta santa:
«Confianza en la Providencia, amor hacia el prójimo, rechazo de la violencia y respeto de la propia dignidad de mujer, oración y unión con Dios, heroísmo del perdón por amor a Cristo, fe en la vida ultraterrena»
Reza a S. Maria Goretti


Niña de Dios,
tú que conociste temprano
la dureza y la fatiga,
el dolor y las breves
alegrías de la vida.

Tú que fuiste pobre y huérfana,
tu que quisiste a tus hermanos incansablemente
haciéndote sierva, humilde y atenta.
Tú que fuiste buena sin orgullo.

Tú que quisiste el Amor
por encima de todas las cosas.
Tú que vertiste sangre
para no traicionar al Señor,
tú que perdonaste a tu asesino
deseándole el paraíso.

Implora y reza por nosotros
cerca del Padre en la manera
que decimos sí al proyecto que Dios
tiene sobre nosotros.

Tú que eres amiga de Dios
tanto que ya lo ves cara a cara,
obténdnos de Él
la gracia que te pedimos ....

Te agradecemos, Marietta,
el cariño por Dios
y hacia todos nosotros
que ya sembraste
en nuestros corazones.
Amén.


SAN JUAN PABLO II: 

MARÍA GORETTI,
UN EJEMPLO PARA
ADOLESCENTES Y JÓVENES
Intervención antes de rezar la oración mariana del «Ángelus»


CIUDAD DEL VATICANO, 7 julio 2002 (ZENIT.ORG) - Juan Pablo II consagró su intervención de este domingo, antes de rezar la oración mariana del «Ángelus», a recordar el ejemplo de amor dejado por santa María Goretti, al cumplirse el centenario de su fallecimiento. Estas fueron sus palabras.
* * *
¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Hace cien años, el 6 de julio de 1902, moría Maria Goretti, gravemente herida el día anterior por la ciega violencia que le había agredido. Mi venerado predecesor, el siervo de Dios Pío XII, la proclamó santa en 1950, proponiéndola a todos como modelo de valiente fidelidad a la vocación cristiana hasta el supremo sacrificio de la vida.

He querido recordar esta importante fecha con un mensaje especial dirigido al obispo de Albano, subrayando la actualidad de esta mártir de la pureza, deseando que sea más conocida por los adolescentes y los jóvenes.

Santa María Goretti es un ejemplo para las nuevas generaciones, amenazadas por una mentalidad de falta de compromiso, a la que les cuesta comprender la importancia de los valores sobre los que no es lícito llegar a compromisos.

2. Si bien tenía poca instrucción escolar, María, que no había cumplido todavía los doce años, poseía una personalidad fuerte y madura, formada por la educación religiosa recibida en su familia. De este modo, fue capaz no sólo de defender su propia persona con castidad heroica sino incluso perdonar a su asesino.

Su martirio recuerda que el ser humano no se realiza siguiendo sus impulsos de placer, sino viviendo su propia vida en el amor y la responsabilidad.

Sé muy bien, queridos jóvenes, que sois sumamente sensibles a estos ideales. En espera de encontrarme con vosotros dentro de dos semanas en Toronto, quisiera repetiros hoy: ¡no dejéis que la cultura del tener y del placer adormezca vuestras conciencias! Sed «centinelas» despiertos y vigilantes para ser auténticos protagonistas de una nueva humanidad.

3. Dirijámonos ahora a la Virgen, de quien santa María Goretti lleva el nombre. Que la criatura más pura ayude a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo, en especial a los jóvenes, a redescubrir el valor de la castidad y a vivir las relaciones interpersonales en el respeto recíproco y en el amor sincero.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]


La castidad es la virtud que gobierna y modera el deseo del placer sexual según los principios de la fe y la razón. Por la castidad la persona adquiere dominio de su sexualidad y es capaz de integrarla en una sana personalidad, en la que el amor de Dios reina sobre todo. Por lo tanto, no es una negación de la sexualidad. Es un fruto del Espíritu Santo.


Santa María Goretti (Mártir) 



Percibió que la pureza está íntimamente ligada a la dignidad del cuerpo humano. Era consciente de que la Iglesia enseñaba que el cuerpo debía resucitar glorioso. En unión con la Iglesia profesaba todos los domingos: "Creo en la resurrección de la carne (del cuerpo)". Ella dio testimonio de este misterio: que la Encarnación y Resurrección de Jesús constituyen las verdaderas leyes de la naturaleza, de la carne y del físico.

Diversos regímenes de la castidad

Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha "revestido de Cristo" (Ga 3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad.

La castidad "debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios sólo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o célibes". Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal; las otras practican la castidad en la continencia.

Muchos quieren liberarse de la moral católica que consideran represiva, y lo que hacen es caer en la esclavitud del pecado que degrada al hombre. El yugo de Cristo es suave y ligero, si se lleva con amor y voluntad corredentora. Cf. Mateo, 11,28.

Si no vigilas tu imaginación y tus pensamientos, es imposible que guardes castidad. El apetito sexual es sobre todo psíquico. Si no se arrancan las raíces de la imaginación es imposible contener las consecuencias en la carne. Por eso es necesario saber dominar la imaginación y los deseos. El apetito sexual aumenta según la atención que se le preste. Como los perros que ladran cuando se les mira, y se callan si no se les hace caso.

La pureza no puede guardarse sin la mortificación de los sentidos. Quien no quiere renunciar a los incentivos de la sensual vida moderna, que exaltan la concupiscencia, es natural que sea víctima de tentaciones perturbadoras, y que la caída es inevitable.

La pureza no se puede guardar a medias. Con nuestras solas fuerzas, tampoco; pero con el auxilio de Dios, sí. Quien -con la ayuda de Dios- se decide a luchar con todas sus fuerzas, vence seguro. No es que muera la inclinación, sino que será gobernada por las riendas de la razón.



Fuente - Textos tomados de Zenit - Corazones.org:
http://www.zenit.org/article-6151?l=spanish


Fuente - Textos tomados de Wikipedia
Fuente - Santuario S. Maria Goretti Nettuno Italia
Fuente - Catholic.net

El pecado del adulterio es una injusticia: debe reparar esta injusticia y restituir el daño




El adulterio es una injusticia.
Respuesta al cardenal Kasper

Nos asombra que el tema del posible adulterio esté totalmente ausente en estas condiciones objetivas, a pesar de ser una cuestión evangélica de máxima importancia de tal modo que se inserta en las antítesis del Sermón de la Montaña.

Julio 04 de 2015 - 9:14 a.m.


Juan Pérez-Soba
Doctor en Teología en matrimonio y familia
por el Pontificio Instituto Juan Pablo II
para los estudios de matrimonio y familia


En su último artículo sobre el Sínodo en «Stimmen der Zeit» el Cardenal Kasper expresa una sorpresa muy significativa: «Sigue siendo un misterio para mí, como se ha podido objetar a esta [mi] propuesta, que significaba un perdón sin arrepentimiento. Eso es de hecho un verdadero sinsentido teológico» (1). Quisiera simplemente ayudar al Cardenal a resolver este misterio que de hecho le propuse en mi primera respuesta a su relación en el consistorio de cardenales.

Con gran claridad el cardenal nos indica que hay que poner como centro de cualquier acción pastoral con los divorciados vueltos a casar las palabras de Cristo. Él menciona en su artículo un aspecto esencial: «lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre» (Mt 19,9; Mc 10,9; Lc 16,18) que expresa la voluntad del Señor sobre el matrimonio. A esta afirmación habría que añadir el calificativo sobre el pecado que se comete: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera» (Mc 10,11). El pecado que la Iglesia reconoce en el que ha contraído una nueva unión tras un primer matrimonio es el de adulterio. Podría parecer algo obvio e irrelevante, pero no es así. De hecho la palabra adulterio prácticamente no aparece en todo el artículo del cardenal alemán. Hacer uso de esa palabra no es más que tomar el lenguaje evangélico con toda su «parresía» que va más allá de los convencionalismos sociales. Se trata de tomar su verdad sobre el amor humano como una luz de nuestra vida y que no tiene miedo de calificar los actos y hablar de pecado. Aclarar el tipo de pecado que se perdona es esencial para el mismo perdón y para especificar la posible via poenitentialis que se abre.

Así pues, tras esta aclaración, se ve la necesidad pastoral de evitar un «perdón sin arrepentimiento», es decir, la persona que ha entrado en una nueva unión ha cometido un adulterio contra su primer cónyuge y debe salir de ese pecado. La evidente expresión objetiva del adulterio es tener relaciones sexuales con una persona distinta de su mujer o su marido. Es de esto de lo que una persona en la situación de una nueva unión se tiene que arrepentir. No se trata de una cuestión secundaria, porque nos hallamos ante el amor esponsal que se expresa en el cuerpo y que en dicha manifestación corporal encuentra su verdad. San Pablo lo dice con grave exactitud: «La mujer no dispone de su cuerpo, sino el marido; de igual modo, tampoco el marido dispone de su propio cuerpo, sino la mujer» (1 Cor 7,4). No es sino una consecuencia normativa básica del hecho de ser «una carne» (Gén 2,24).

El adulterio entonces es un pecado de injusticia porque tiene que ver con una relación en la que media un bien objetivo como es la entrega sexual del cuerpo. La especificidad de la justicia, tal como la explica Santo Tomás de Aquino como testigo de la tradición cristiana, es que toma su medida en la cosa objetiva y no directamente en el sujeto agente. De aquí que el derecho trate de la determinación objetiva de los términos de justicia y que la Iglesia haya entendido la frase de «no lo separe el hombre» como una fuente de derecho, precisamente para evitar un modo arbitrario y subjetivista de acercarse a la realidad del matrimonio.

El valor de la justicia es tal que no se puede perdonar un pecado de injusticia si no existe en el penitente la voluntad eficaz de reparar la injusticia o de restituir el daño. Este principio moral está de tal modo ligado a la realidad de lo justo que nunca se ha tenido tal exigencia como si fuese un límite a la misericordia, sino un modo de reconocer la verdad de la misericordia que cambia el corazón de las personas.

Así pues, para poder perdonar el pecado de adulterio cometido por una persona que ha incurrido en una nueva unión después de su matrimonio, debe exigírsele tener la intención de no adulterar más, es decir, de no tener relaciones sexuales con ninguna persona fuera de su verdadero cónyuge. Este es el criterio que debe guiar cualquier «via poenitentialis» propuesta para los divorciados que han contraído una nueva unión. Recordemos que en la época en el que tal camino era usual en la iglesia la exigencia de abstenerse de relaciones sexuales era una práctica muy habitual de dicha penitencia.

El mismo cardenal Kasper parece aceptar la existencia de un pecado de injusticia en el hecho de la segunda unión cuando propone la «epiqueya» como el modo de poder solucionar el problema pastoral que surge. La «epiqueya» es una virtud ligada a la justicia y sólo en ella tiene su razón de ser. Por ello su ejercicio no consiste nunca en buscar una excepción a la norma cuanto en comprender mejor en lo concreto del caso el sentido de justicia de la norma. No pretende jamás actuar fuera de la norma, sino según la justicia verdadera. Y por ello, la «epiqueya» requiere razones objetivas para su aplicación («iustitiae ratio» STh. II-II, q. 120, a. 1) para que no quede el menor asomo de una arbitrariedad por parte del que la aplica. En consecuencia, siempre se ha comprendido, desde la posición tomista que asume el cardenal, que no tiene espacio de aplicación en lo que corresponde a los mandatos de la ley natural.

La cuestión se centra ahora en el punto clave para un perdón verdadero: de qué realidad objetiva hemos de pedir que se arrepienta el divorciado que ha contraído una nueva unión para poder recibir la verdadera misericordia de Dios.

Extrañamente en este artículo el profesor alemán no hace alusión a ningún criterio objetivo. Hace tal alabanza de la situación concreta y personal, que con ello, olvida las exigencias mínimas de cualquier relación de justicia que relaciona las personas mediante bienes objetivos y debe hacer referencias a estos para no reducirse a un subjetivismo que corrompería la relación entre los hombres. Está claro que un padre de familia no puede aducir que considera justo abandonar a un hijo, por el hecho de que haya sido un niño no querido. Lo singular de la situación y de las dificultades subjetivas que tenga para aceptarlo no quitan un ápice de la obligación que tiene hacia su hijo.

Sí que encontrábamos algunos criterios objetivos en su relación anterior al consistorio, por lo que suponemos que sigue pensando en estas condiciones objetivas, aunque ahora no hable de ellas. Se tratan de exigencias generales válidas para todos los casos porque derivan de la justicia implicada en el matrimonio. Las proponía como condiciones necesarias para poder recibir el perdón sacramental.

Condiciones necesarias para poder
recibir el perdón sacramental

Recordémoslas:

1. Si se arrepiente de su fracaso en el primer matrimonio.

2. Si ha clarificado las obligaciones del primer matrimonio, si se ha excluido definitivamente que vuelva atrás.

3. Si no puede abandonar sin nuevas culpas los compromisos asumidos con el nuevo matrimonio civil.

4. Si, en cambio, se esfuerza por vivir lo mejor que pueda el segundo matrimonio apoyándose en la fe y en educar a los hijos en la fe.

5. Si tiene deseo de los sacramentos como fuente de fortaleza en su situación.

Nos asombra que el tema del posible adulterio esté totalmente ausente en estas condiciones objetivas, a pesar de ser una cuestión evangélica de máxima importancia de tal modo que se inserta en las antítesis del Sermón de la Montaña (Mt 5,37-32), como una clarificación de las exigencias propias de la Nueva Alianza. Esto es así hasta el punto que en los casos en los que no se aplica en el Nuevo Testamento el calificativo de adulterio, y se permite una nueva unión, como sería la cláusula de Mateo o el privilegio paulino, se hace no a modo de excepciones pastorales de una ley demasiado dura, sino por razones objetivas que permiten comprender mejor la norma de la unión «en una carne».

Realmente, con tal que el cardenal Kasper introdujera la condición de evitar todo acto adúltero en la nueva unión, su propuesta se situaría de verdad en esa hermenéutica de la continuidad de la que habla en su artículo. Una continuidad que pide el reconocimiento de que hay criterios que permiten especificar el objeto moral de un acto como dice la «Veritatis splendor» (n. 80) al hablar de: «los actos que, en la tradición moral de la Iglesia, han sido denominados intrínsecamente malos ('intrinsece malum'): lo son siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa, y de las circunstancias». Estos actos piden un discernimiento diverso del modo casuista que propone el cardenal alemán. De otro modo, por el hecho tan significativo de callar sobre el punto fundamental, nos hallamos ante un pecado de adulterio, todo parece conducir a proponer un perdón sin arrepentimiento, esto es a un absurdo teológico de máxima gravedad.

Todos comprendemos que esa exigencia de evitar el adulterio en la nueva unión es muy difícil de asumir en una sociedad sexualizada hasta el máximo. Es donde se requiere la cercanía y el acompañamiento de la Iglesia hasta que comprendan de qué modo la gracia de Dios les hace posible vivir según las exigencias de la Nueva Alianza pues esa es la gran victoria de la misericordia de Dios que sana al herido y lo hace capaz de vivir según la Alianza divina.

La comprensión del papel de la justicia en el matrimonio ha sido clave en toda la historia de la Iglesia para reconocer los bienes objetivos que están implicados y la importancia de defender estos bienes por la importancia que tienen para las personas. Evitar la injusticia del adulterio es, sin duda, un modo eminente de «realizar la verdad en el amor» (Ef 4,15).

Juan José Pérez-Soba

(1) «Es bleibt für mich ein Rätsel, wie gegen diesen Vorschlag eingewandt werden konnte, er bedeute eine Vergebung ohne Umkehr. Das wäre in der Tat theologischer Unsinn».

Fuente - Texto tomado de INFOCATOLICA.COM:

Jesús: "Ámame tal como eres"



Conozco tu pobreza, conozco las luchas y preocupaciones de tu alma, la fragilidad y las enfermedades de tu cuerpo; conozco tu cobardía, tus desfallecimientos. Pero a pesar de todo te digo:
"Dame tu corazón, ámame tal como eres"
Si esperas ser perfecto para amar, no me amarás jamás. Aún cuando caigas a menudo en las mismas faltas que quisieras no cometer nunca, aún cuando fueras cobarde en la práctica de la virtud:


"No me niegues tu amor"
Ámame tal como eres, a cada instante y en cualquier situación en que te encuentres: en el fervor o en la aridez espiritual, en la felicidad y hasta en la misma infelicidad. Ámame, tal como eres:
"Quiero el amor de tu corazón humilde"

Si para amarme esperas ser perfecto no me amarías nunca. ¿No podría Yo hacer que cada grano de arena sea un ser radiante, lleno de pureza, de nobleza y de amor? ¿No podría Yo, con el menor designo de mi voluntad, hacer surgir de la nada miles de santos, mil veces más perfectos y más encendidos en amor que los que he creado? ¿No soy Yo, el Omnipotente? ¿Y si quisiera dejar para siempre en la nada a estos seres maravillosos, y preferir, a ellos, tu amor?

"Hijo Mío, DÉJAME QUE TE AME"
Quiero tu corazón, quiero formarte, pero mientras tanto, TE AMO COMO ERES. Y anhelo que tú hagas lo mismo. Deseo ver, desde el fondo de tu ser, elevarse y crecer como tu amor.

"Amo en ti hasta tu misma debilidad"
Amo el amor de tus imperfectos. Quiero que desde tu pobreza, se eleve continuamente este grito:

"Señor, te amo"
Es el canto de tu corazón el que más me agrada. ¿Necesito, acaso, de tu ciencia, de tus talentos? Es algo más que virtudes lo que busco. Si te las concediera, tu amor propio, pronto las debilitaría. Por ello no te inquietes. Acepto de ti lo poco que tienes porque te amo. Yo te he creado para el amor. ¡AMA! El amor te impulsará a hacer lo que tengas que hacer, aún sin que lo pienses. No pretendas otra cosa sino llenar de amor el momento presente.
"Hoy me tienes a la puerta de tu corazón como un mendigo"

Llamo y espero. Apresúrate a abrirme. No te excuses de tu pobreza. Si la conocieras plenamente, morirías de dolor.



"Lo que más hiere Mi Corazón es verte dudar, carecer de Mi Confianza, y rechazar Mi Amor"

Quiero que pienses en Mí cada instante del día y de la noche. No hagas nada, ni la acción más insignificante, sino es por AMOR A MI. Cuando tengas que sufrir, Yo te daré mi gracia. Tú dame tu amor y conocerás un amor tan grande como jamás podrías soñar. Pero no te olvides:
"Ámame, tal como eres"
Y no esperes a ser santo para entregarte al amor. De lo contrario, no amarás jamás".

Jesús



Aunque no lo recuerdes,
por ti dió la vida.
Aunque no lo creas,
por ti se preocupa.
Aunque no te
consideres importante,
para Él lo eres.
Aunque no lo aceptes,
te ha perdonado.
Aunque no lo percibas,
está contigo.
Aunque a ti mismo
te condenes,
Jesús ha optado
por amarte.
Él nos ve
de otra manera.
Es mucho más,
mucho mayor
que nuestro corazón.

Fuente - Texto tomado de CORAZONES.ORG:

Oración para rezar cuando uno se siente solo y desesperado: con necesidad de ser sanado por Dios



Padre Carlos Padilla / Aleteia / 4 de julio de 2015

Soledad, desolación, tristeza, abatimiento...

Cuando no nos hacen caso, cuando pensamos que no somos importantes, cuando no nos tienen en cuenta, nuestra alma queda herida. Con heridas profundas al sentirnos invisibles, indiferentes para otros. Las heridas cuando no nos valoran, cuando somos sólo un número, cuando otros brillan más que nosotros.

Pero cuando alguien nos mira en lo más hondo, ve lo que sentimos por dentro, nos pregunta cómo estamos, se detiene en su camino y nos dice que sin nosotros su vida no sería igual, que nos quiere, que nos necesita, todo se calma. Todo se sana.

Eso es lo que hace Dios con nosotros. Nos mira. Sabe lo que nos sucede. Nuestra inquietud, nuestra herida que sangra. Se deja tocar. Se detiene. Nos abraza. Nos sana con su amor personal que nos dice que nos esperaba, que nos quiere como somos, que nos necesita, que le importamos.

Decía el Papa Francisco:
“¡Cuántas veces pienso que le tenemos miedo a la ternura de Dios! No dejamos experimentar la ternura de Dios. Y por eso tantas veces somos duros, severos, somos pastores sin ternura. No creemos en un Dios etéreo. Creemos en un Dios que se hizo carne. Nos va a aliviar”
Me gustaría tener mucha fe. Me gustaría ser capaz de vencer los miedos tantas veces y tocar a Jesús. Y a aquellos que llevan a Jesús en su alma. Tocar la vida que se me regala. No pasar de largo. No temer. Pedir ayuda.

Todos necesitamos ser sanados. ¿De qué quiero que me cure hoy Jesús? ¿Cuál es mi herida? Una persona rezaba:
«Quiero avanzar en la senda que tienes para mí marcada. Me equivoco tantas veces...
Me pierdo y siempre me encuentras. Me buscas por los caminos cuando no sé dónde verte, ni tocarte, ni quererte.
Quiero abrazar con silencios la noche en la que me encuentras.


Solo, desatado, herido. Apagado por la muerte que recorre hoy mis venas.
Quiero correr y sentarme. Tocar con mis manos rotas. Retenerte en un intento por evitar que te alejes.
Quiero mirar con voz queda. Quiero ser lo que no he sido, abrazado por tus manos. Y volver a ser eterno.


Quiero acariciar la luna que sueño en mis adentros.
Quiero vestirme de vida. Dejar la muerte a mi lado. Teñirme de un sol intenso.
Quiero ser. Quiero vivir. Quiero amar. Quiero, sí, lo que Tú quieras»

Pero nos falta fe en el poder sanador de Jesús. Necesitamos tocar los lugares santos para ser sanados. Pero a veces no nos acercamos al que nos da la vida, sino al que nos la quita. No tocamos lo que nos salva, sino lo que nos encadena. No somos audaces para la vida.
 
Me gustaría hacer siempre vida lo que dice el estribillo de una canción: “Quiero tocar, Señor, tu manto. Quiero oír tu voz gritar: levántate, a ti te hablo, levántate”. Sin miedo, sin tener que pedírselo con palabras. Simplemente acercarme a Él a escondidas y tocar su manto.

¡Cuánta fe! Me gustaría creer en su poder sanador. Todos estamos enfermos, heridos, solos.

Fuente - Texto tomado de RELIGIONENLIBERTAD.COM: