domingo, 24 de mayo de 2015

Santa María Magdalena de Pazzi - Virgen y Mística (1566-1607) - Fiesta Mayo 25


"Oh amor de Dios que no eres conocido ni amado: ¡cuán ofendido estás!"... 
Estas misteriosas y sublimes palabras resonaban en las paredes del monasterio carmelita de San Fridiano, en Florencia, una tarde de invierno de 1584. Una novicia de 18 años las había pronunciado con labios trémulos, el rostro ardiente y bañado en lágrimas.

Sorprendidas, las hermanas no sabían qué pensar: les era conocida la piedad de su joven compañera, pero nunca la habían visto en ese estado de exaltación, al borde del desmayo. La cogieron en brazos, pensando que estaba afectada por una enfermedad repentina e intentaron calmarla; aunque, durante dos horas, parecía que no veía ni oía nada, dominada exclusivamente por esta idea: Dios es amor, ¡y no es amado! Se trataba de Santa María Magdalena de Pazzi.

Flor de contradicción

Dios, Señor de la Historia, atiende siempre a las necesidades de cada época suscitando almas santas que (a través de su ejemplo personal, por su predicación y escritos o incluso por la apertura de una nueva vía de perfección) enfrentan los errores de su tiempo, llamando a la conversión a las personas extraviadas.

En el cinquecento la península italiana se caracterizaba por una visualización antropológica del universo donde el hombre (con sus valores y cualidades, pero también con sus deficiencias) adquiría el lugar principal. Para contrarrestar este desvío “toda la espiritualidad italiana del siglo XVI está impregnada por el tema del amor total. Caminos distintos se hallan unidos por un ansia común de amor teocéntrico que parece brotar como flor de contradicción del tronco del humanismo renacentista”.

En este contexto, nacía en la ciudad de Florencia, cuna y centro del Renacimiento italiano, en un suntuoso palacio situado al Sur del histórico duomo, en la esquina de la Vía del Procónsul con el Borgo degli Albizzi, el 2 de abril de 1566, Catalina de Pazzi, hija única de Camilo Geri de Pazzi y de María Lorenzo Buondelmonti, ambos de ilustres familias de la República.

Sus padres educaron con esmero a la niña de singular belleza, y en ella depositaron las esperanzas de un futuro brillante en la vida social, en la cual podría destacar gracias a sus dotes naturales y al parentesco de su padre con la prestigiosa casa de los Medici. De hecho, Catalina estaba destinada a brillar en los cielos de la Historia, pero no precisamente según las ilusiones de sus progenitores.

Siento el perfume de Jesús


Había demostrado ser un alma escogida desde la infancia. Encontraba más placer en el silencio, en la oración y en las prácticas de piedad que en los juegos propios de su edad, y su diversión más agradable era enseñar a los niños campesinos el Credo, el Padrenuestro y el Avemaría. A pesar de estar dotada de una gran fuerza de voluntad y de un temperamento ardiente y vehemente oriundo de su sangre toscana, se mostraba siempre obediente y afable con sus padres y superiores.

Incluso antes de cumplir la edad requerida en aquellos tiempos para recibir la Eucaristía ya profesaba una excepcional devoción al Santísimo Sacramento. Una vez, su madre, intrigada con la actitud de su hija, le preguntó por qué se pasaba todo el día a su lado sin separarse un instante. Y la pequeña le respondió con candidez:
“Los días que comulgas, siento en ti el perfume de Jesús”
Su confesor, considerando el fervor y la madurez de la niña, consintió en abrir una excepción y le concedió que hiciera la Primera Comunión el 25 de marzo de 1576, cuando tenía tan sólo 10 años. La consolación y el gozo de Catalina no conocían límites. Y habiendo degustado una vez el Pan de los ángeles creció aún más en su alma la piedad eucarística, conforme la frase de la Escritura: “Los que me comen todavía tendrán hambre” (Eclo 24, 21). Así pues, obtuvo autorización para comulgar todos los domingos, por lo que contaba los días e incluso las horas.

Adiós al mundo y obediencia
a la voluntad de Dios

Tres semanas después de su Primera Comunión, el Jueves Santo, se encontraba recogida durante la acción de gracias y se sintió movida por el amor divino a prometerle a Dios proceder de forma a agradarle en todo. Hizo entonces el voto de virginidad perpetua, dando definitivamente la espalda al brillante futuro que el mundo le ofrecía, decidida a vivir únicamente para Dios y en Dios, para siempre.

Sus progenitores no pensaban lo mismo y tan pronto como cumplió los 16 años le manifestaron su deseo de que contrajera matrimonio. Así que para no poner en riesgo su consagración a Dios la joven optó por declararle abiertamente a su padre que prefería que le cortaran la cabeza a renunciar a su voto y al estado religioso que tanto anhelaba. Estupefacto ante tanta determinación, Camilo de Pazzi cedió sin oponer más objeciones.

Sin embargo, su esposa no se rindió con tanta facilidad. Apegada a su hija por un afecto meramente natural, María Buondelmonti empleó todos los medios a su alcance para desviarla de la vocación religiosa. Pensaba que sólo era un sueño de adolescente que no tardaría en desvanecerse a la vista de un atrayente porvenir. Pero lejos de abandonar su propósito, Catalina lo hizo crecer en su corazón, acrisolado por la espera y la prueba. Al cabo de unos meses, la Sra. de Pazzi tuvo que declararse derrotada.

Océano de consolaciones


Habiendo vencido la batalla y conseguido el permiso para abrazar la vida religiosa, Catalina eligió el convento de las carmelitas de Santa María de los Ángeles, en el barrio de San Fridiano, por la sencilla razón de que esas religiosas tenían la práctica de la Comunión diaria. Después de haber pasado quince días a título de experiencia, fue aceptada de forma definitiva el 1 de diciembre de 1582, y dos meses más tarde recibió el hábito de novicia y el nombre de María Magdalena, por su especial devoción a esta santa.

Se iniciaba para esta joven religiosa una nueva dimensión de vida: por una parte, el Señor le concedería el tesoro de sus consolaciones, para hacerla un apóstol de su amor entre los hombres; por otra (como consecuencia de este amor), le pediría una participación en los sufrimientos de su Pasión, ofreciéndolos en reparación por los males de su época y por la salvación de los pecadores.

Los dos primeros años que pasó en San Fridiano fueron de una continua consolación. Se sentía arrebatada al contemplar el amor de Dios por los hombres y comprender, también, el horror y la maldad del pecado, y la ingratitud de los que lo cometen. Con todo, pasado un tiempo, se vio afectada por una misteriosa enfermedad que la obligó a guardar cama durante tres meses. En estas condiciones hizo su profesión religiosa, el 27 de mayo de 1584.

A partir de ese día los éxtasis pasaron a ser continuos, sobre todo por la mañana, después de recibir la Comunión.
“La visión de una flor, de una planta, el santo nombre de Jesús o, simplemente, la palabra amor pronunciada delante suyo era suficiente para arrebatarla en Dios”
“No sabía si estaba viva o muerta, fuera de mi cuerpo o dentro”
Relató más tarde la joven carmelita, describiendo esos místicos arrobos.
“Pero veía a Dios solo, glorioso en sí mismo, amándose a sí mismo, conociéndose íntimamente y comprendiéndose infinitamente; amando a las criaturas con un amor puro e infinito; y en la unión única e indivisible, un solo Dios subsistente, de amor infinito, de soberana bondad, incomprensible, imperescrutable”
En la Cuaresma de 1585, los fenómenos extraordinarios llegaron a un auge de intensidad. El 25 de marzo, sintió que se grababan en su pecho las palabras Et Verbum caro factum est. El lunes de la Semana Santa recibió los estigmas de Cristo, aunque no de forma visible.


El Jueves Santo, la Hna. María Magdalena entró en un éxtasis que duró veintiséis horas. A lo largo de todo el período en el que se conmemora la Pasión del divino Redentor, sintió en sí, físicamente, los mismos dolores, las mismas angustias, los mismos tormentos de Jesús. Sorprendidas y maravilladas, las demás religiosas pudieron contemplarla recorriendo las diversas dependencias del monasterio, ora acompañando al divino Maestro en su agonía, ora en su juicio, ora aún en su dolorosa coronación de espinas. Finalmente, la vieron entrar con una cruz en los hombros en la sala del Capítulo donde se tumbó en el suelo para que fuera clavada en el madero, después se apoyó en la pared y con los brazos abiertos repitió las siete últimas palabras del Crucificado. Unos días más tarde, le fue concedido asistir al descendimiento de Cristo a los infiernos, a su Resurrección y, por fin, a su gloriosa Ascensión.

Siguiendo las huellas
del Varón de dolores


A esas gracias tan insignes habría de seguirse una era de grandes probaciones y luchas. No obstante, el mismo Jesús se dignó anunciarle ese doloroso período, de manera a darle la oportunidad de pronunciar su Fiat y unirla cada vez más al Cristo obediente y sufridor. Ella se limitó a responder, con sencillez y confianza:
“Señor, vuestra gracia me basta”
En un momento se sintió sumergida en las tinieblas del espíritu (auténtica “jaula de leones”, según su propia expresión), de las que el enemigo infernal se aprovechó para atentar contra el castillo de sus virtudes.

La terrible prueba se inició en la Solemnidad de la Santísima Trinidad de 1585. La Hna. María Magdalena perdió completamente el gusto por la oración y por cualquier ejercicio de piedad; experimentó tentaciones contra la pureza, contra la fe, contra la humildad e incluso contra la templanza en el comer; el espíritu maligno le sugería pensamientos de blasfemia y de desesperación, al punto de inspirarle la idea de abandonar el hábito religioso y huir de la comunidad.

En otras ocasiones, se le aparecían corporalmente unos demonios que se lanzaban sobre ella golpeándola durante horas. A tantas tribulaciones vino a sumársele una profunda amargura: varias de sus hermanas, que no comprendían sus actitudes, la criticaban y la acusaban de faltas imaginarias.

Cinco largos años pasaron en medio de tantas luchas, intercaladas de breves ráfagas de consolación. Por fin, el día de Pentecostés de 1590, entró en éxtasis durante el canto de Maitines y se sintió liberada. El demonio no pudo triunfar sobre esta alma. Se le aparecieron entonces, de una sola vez, los catorce santos de su especial devoción, congratulándose con ella por la victoria alcanzada.

La espiritualidad del amor total


En la trayectoria de esta santa carmelita, llaman poderosamente la atención los padecimientos que acabamos de describir, así como sus continuos éxtasis, su virtuosa actuación como maestra de novicias y superiora, y los grandes milagros obrados por ella en vida, como la curación de muchos enfermos y la multiplicación de alimentos en el monasterio.

Durante cerca de veinte años sus hermanas de hábito del convento de San Fridiano recogieron cuidadosamente las palabras que brotaban de sus labios “con tal locuacidad, que una persona no sería suficiente para escribir todo lo que el Espíritu Santo le decía”. Entonces se hizo necesario designar a seis religiosas para tal servicio, de modo que no se perdieran las preciosas revelaciones que pronunciaba cuando era arrebatada. Tales notas resultaron en numerosas obras de profundo contenido teológico y místico.

Su alma, que fue elevada de tal manera a los panoramas sobrenaturales, vislumbraba los misterios de Dios y dialogaba con las tres divinas Personas, según narra uno de sus confesores, el P. Virgilio Cepari:
“Cuando hablaba en nombre del Padre eterno, le daba a su voz un timbre grave y majestuoso, y a su discurso una dignidad inconcebible. Cuando hablaba en nombre del Verbo o del Espíritu Santo, mezclaba no sé qué dulzuras a la gravedad y majestad de su palabra. Por último, cuando hablaba en su propio nombre, su voz era más baja y sus palabras tan delicadamente articuladas que se ponía de manifiesto que, en el sentimiento de su propia humildad, quiso aniquilarse ante Dios”
La espiritualidad de Santa María Magdalena de Pazzi se centraba en lo que ella denominaba como “amor muerto”. El alma que posee este último peldaño en la escalera de la perfección por ella misma descrita:
“No desea, no quiere, no ansía y no busca cosa alguna. [...] Por el abandono total muerto que ha hecho de sí en Dios, no desea conocerlo, ni entenderlo, ni gustarlo. Nada quiere, nada sabe y nada desea poder. [...] La pena no es pena para ella y no busca la gloria, sino que vive en todo como muerta”
Consumación del amor

Este amor se traducía en una sed insaciable de salvar a los pecadores y de conquistar almas para el Cielo. Desde el interior de su convento, María Magdalena sufría terriblemente cuando recibía noticias del progreso de las herejías y de la gran influencia ejercida por estas en la sociedad. Su ardor por la conversión de los enemigos de la Iglesia la llevaba a desear permanecer en este valle de lágrimas por mucho tiempo, con el fin de trabajar y mortificarse más y más en esta intención:
“Siempre sufrir, jamás morir”
Exclamaba con frecuencia. Sin embargo, Jesús y su Madre Santísima no tardaron en llamar a sí a esta hija predilecta, para concederle, por fin, la posesión plena de la unión de amor, de la cual ya experimentaba un anticipo aquí en este lugar de destierro. Los últimos años de su vida transcurrieron sin consolaciones místicas, según su propio pedido, en medio de los sufrimientos inherentes a la enfermedad que le abrevió los días: tos, fiebres, hemorragias, dolores de cabeza. Finalmente, el 25 de mayo de 1607, con 41 años, entregaba su hermosa alma a Dios, tras haber recibido en la víspera el Santo Viático, y haber hecho un solemne pedido de perdón de sus faltas a toda la comunidad.

Su luminoso itinerario y su mensaje para la posteridad pueden ser resumidos en estas palabras, exhaladas de su amoroso corazón:
“Sin ti no puedo vivir ni estar contenta. [...] Si me dieses toda la felicidad que se puede tener en la Tierra, con todos sus placeres, si me dieses la fortaleza de todos los fuertes, la sabiduría de todos los sabios y las gracias y virtudes de todas las criaturas, sin ti, lo estimaría como un infierno. Y si me dieses el mismo infierno con todas sus penas y tormentos, pero contigo, lo consideraría un paraíso” 
(Revista Heraldos del Evangelio, Mayo/2011, No. 113, pag. 32 a 35)
«Figura emblemática de un amor vivo que remite a la esencial dimensión mística de toda vida cristiana» Benedicto XVI
«Para todos, esta gran santa tiene el don de ser maestra de espiritualidad, especialmente para los sacerdotes, hacia los cuales alimentó siempre una verdadera pasión» Benedicto XVI
Desde que recibió el hábito hasta su muerte experimentó una serie de raptos y éxtasis.

Algunas características
de sus raptos y éxtasis

1- Los raptos eran a veces tan fuertes que la inducían a movimientos rápidos (ej: hacia un objeto sagrado). 

2- Frecuentemente podía, en éxtasis, llevar a cabo su trabajo con perfecta compostura y eficiencia.

3- Durante sus momentos de rapto expresaba máximas del amor divino y consejos para la perfección de las almas, especialmente para las religiosas. Estas fueron copiadas por sus hermanas religiosas y han sido publicadas. A veces hablaba en nombre propio mientras otras en nombre de una u otra de las Personas de la Santísima Trinidad. 

4- Los estados de éxtasis de ninguna forma interferían con el servicio de la santa en la comunidad. Manifestaba un fuerte sentido común, un gobierno estricto y disciplinado, acompañado por una gran caridad por lo que era muy amada hasta su muerte.

Hizo muchos milagros y poseía dones extraordinarios. Como maestra de novicias era notable su milagroso don de leer las mentes, no solo de las novicias sino también de personas fuera del convento. Con frecuencia veía las cosas a distancia. Se dice que en una ocasión vio milagrosamente a Santa Catalina de Ricci en su convento en Prato, leyendo una carta que le había enviado y escribiendo la respuesta aunque nunca se habían conocido de manera natural. Tenía el don de profecía y de curación. Innumerables milagros ocurrieron después de su muerte.

Enseñó que el sufrimiento nos lleva a un profundo nivel espiritual y ayuda a salvar el alma. Por eso amaba el sufrimiento por amor a Dios y la salvación de las almas.

Beatificada: 8 de mayo de 1626 por el Papa Urbano VIII.
Canonizada: 28 de abril de 1669 por el Papa Clemente IX.

Su cuerpo está incorrupto en la iglesia de Santa Maria degli Angeli en Florencia.

Fuente - Texto tomado de ES.ARAUTOS.ORG:
http://es.arautos.org/view/show/28296-santa-maria-magdalena-de-pazzi#topo

Fuente - Texto tomado de CORAZONES.ORG:
http://www.corazones.org/santos/maria_magdalena_pazzi.htm

Oración a la Virgen María Auxiliadora


En el año 1572, el Papa San Pío V ordenó que en todo el mundo católico se rezara en las letanías la oración: 
"María Auxiliadora, rogad por nosotros"
Porque en ese año Nuestra Señora libró prodigiosamente en la batalla de Lepanto a toda la cristiandad, que venía a ser destruida por un ejército mahometano de 282 barcos y 88.000 soldados.


Gozos

Consuelo del cristiano,
María Auxiliadora.
Al alma que te implora
escucha con piedad.

1. La nave de San Pedro
en esta mar bravía,
con mano fuerte guía
al puerto hasta llegar.
Sostén al gran piloto,
protege al Padre Santo.
Sobre él tiende tu manto
que es manto tutelar.

Consuelo del cristiano,
María Auxiliadora.
Al alma que te implora
escucha con piedad.

2. Cual planta delicada
que la corriente mece,
en este mundo crece
la tierna juventud.
Oh Madre, no permitas
que se aje su belleza,
concédele pureza
y amor a la virtud.

Consuelo del cristiano,
María Auxiliadora.
Al alma que te implora
escucha con piedad.

3. Acude en mi socorro,
oh Virgen poderosa,
si pérfida me acosa
maligna tentación.
Ahuyenta del demonio
el silbo traicionero,
servirte sólo quiero,
te doy mi corazón.

Consuelo del cristiano,
María Auxiliadora.
Al alma que te implora
escucha con piedad.

4. Jamás se oyó en el mundo
en la extendida esfera,
que alguno a ti acudiera
sin ver tu compasión.
Por eso hoy a tu trono
me llego con confianza,
pues sé que mi esperanza
no encierra una ilusión.

Consuelo del cristiano,
María Auxiliadora.
Al alma que te implora
escucha con piedad.

5. Y luego allá en el día
de mi postrera hora,
María Auxiliadora
tu auxilio invocaré.
Y entonces confiado
envuelto entre tu manto,
con sueño dulce y santo
en paz me dormiré.

Consuelo del cristiano,
María Auxiliadora.
Al alma que te implora
escucha con piedad.

Solemnidad - Fiesta de Pentecostés - Mayo 24 de 2015


En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la Ascensión, a los 50 días de la Resurrección de Jesús, celebramos la fiesta de Pentecostés (24 de mayo de 2015).

Origen de la Fiesta

Los judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días después de la Pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés. Luego, el sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada a Moisés. En esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al monte Sinaí y recibió las tablas de la Ley, y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre. La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés. En el marco de esta fiesta judía, es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.

La Promesa del Espíritu Santo

Durante la Última Cena, Jesús les promete a sus apóstoles:
"Mi Padre os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad" (San Juan 14, 16-17)
Más adelante les dice:
"Les he dicho estas cosas mientras Estoy con ustedes: pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en Mi Nombre, Ése les enseñará todo y traerá a la memoria todo lo que Yo les he dicho" (San Juan 14, 25-26).

Al terminar la Cena, les vuelve a hacer la misma Promesa:
"Les conviene que Yo me vaya, pues al irme vendrá el Abogado..., muchas cosas tengo todavía que decirles, pero no se las diré ahora. Cuando venga Aquél, el Espíritu de Verdad, os guiará hasta la Verdad completa..., y os comunicará las cosas que están por venir" (San Juan 16, 7-14).
Explicación de la Fiesta

Después de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos. Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.


En esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y entendían a la perfección lo que ellos hablaban. Todos ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas para la gran misión que tenían que cumplir:
"Llevar la Palabra de Jesús a todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
Es este día cuando comenzó a existir la Iglesia como tal.

¿Quién es el Espíritu Santo?



El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una Tercera Persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de vida con Jesús.

Símbolos

Al Espíritu Santo se le representa de diferentes formas:
  • Agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.
  • Unción: Simboliza la fuerza. La unción con el óleo es sinónimo del Espíritu Santo. En el sacramento de la Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.
  • Fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu.
  • Nube y Luz: Símbolos inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la Virgen María para 'cubrirla con su sombra'. En el Monte Tabor, en la Transfiguración, el día de la Ascensión, aparece una sombra y una nube.
  • Sello: Es un símbolo cercano al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.
  • La Mano: Mediante la imposición de manos, los apóstoles y ahora los obispos, transmiten el 'don del Espíritu'.
  • La Paloma: En el Bautismo de Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.

Nombres del Espíritu Santo

El Espíritu Santo ha recibido varios nombres a lo largo del Nuevo Testamento: 

  • El Espíritu de Verdad
  • El Abogado
  • El Paráclito
  • El Consolador
  • El Santificador

Misión del Espíritu Santo
  • El Espíritu Santo es santificador: Para que el Espíritu Santo logre cumplir con su función, necesitamos entregarnos totalmente a Él y dejarnos conducir dócilmente por sus inspiraciones para que pueda perfeccionarnos y crecer todos los días en la santidad.
  • El Espíritu Santo mora en nosotros: En San Juan 14, 16, encontramos la siguiente frase:
"Yo rogaré al Padre y les dará otro Abogado que estará con ustedes para siempre"

También, en I Corintios 3, 16 dice:
"¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu Santo habita en ustedes?"
Es por esta razón que debemos respetar nuestro cuerpo y nuestra alma. Está en nosotros para obrar porque es "Dador de Vida" y es el "Amor". Esta aceptación está condicionada a nuestra aceptación y libre colaboración. Si nos entregamos a su acción amorosa y santificadora, hará maravillas en nosotros.
  • El Espíritu Santo ora en nosotros: Necesitamos de un gran silencio interior y de una profunda pobreza espiritual para pedir que ore en nosotros el Espíritu Santo. Dejar que Dios ore en nosotros siendo dóciles al Espíritu. Dios interviene para bien de los que le aman.
  • El Espíritu Santo nos lleva a la Verdad plena: Nos fortalece para que podamos ser testigos del Señor, nos muestra la maravillosa riqueza del mensaje cristiano, nos llena de amor, de paz, de gozo, de fe y de creciente esperanza.
El Espíritu Santo y la Iglesia



Desde la fundación de la Iglesia el día de Pentecostés, el Espíritu Santo es quien la construye, anima y santifica, le da vida y unidad y la enriquece con sus dones.

El Espíritu Santo sigue trabajando en la Iglesia de muchas maneras distintas, inspirando, motivando e impulsando a los cristianos, en forma individual o como Iglesia entera, al proclamar la Buena Nueva de Jesús. Por ejemplo, puede inspirar al Papa a dar un mensaje importante a la humanidad; inspirar al obispo de una diócesis para promover un apostolado, etc.

El Espíritu Santo asiste especialmente al representante de Cristo en la tierra, el Papa, para que guíe rectamente a la Iglesia y cumpla su labor de pastor del rebaño de Jesucristo.

Los 7 Dones del Espíritu Santo
(Ven Espíritu Santo)


Secuencia

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si Tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías Tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor
de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

Amén.


En Pentecostés (o Domingo de Pentecostés) se celebra el descenso del Espíritu Santo y el inicio de la actividad de la Iglesia, por ello también se le conoce como la celebración del Espíritu Santo.

La Fiesta de Pentecostés, es el segundo domingo más importante del año litúrgico, en donde los cristianos tienen la oportunidad de vivir intensamente la relación existente entre la Resurrección de Cristo, Su Ascensión y la Venida del Espíritu Santo.

Siete semanas son 50 días, de ahí el nombre de "PENTECOSTÉS" que recibió más tarde. La Fiesta de Pentecostés es uno de los Domingos más importantes del año, después de la Pascua.

En el Antiguo Testamento era la fiesta de la cosecha y, posteriormente, los israelitas, la unieron a la Alianza en el Monte Sinaí, 50 días después de la salida de Egipto.

En el calendario cristiano con Pentecostés termina el tiempo pascual de los 50 días. Los 50 días pascuales y las fiestas de la Ascensión y Pentecostés, forman una unidad. No son fiestas  aisladas de acontecimientos ocurridos en el tiempo, son parte de un sólo y único misterio.

Aunque durante mucho tiempo, debido a su importancia, esta fiesta fue llamada por el pueblo segunda Pascua, la liturgia actual de la Iglesia, si bien la mantiene como máxima solemnidad después de la festividad de Pascua, no pretende hacer un paralelo entre ambas, muy por el contrario, busca formar una unidad en donde se destaque Pentecostés como la conclusión de la cincuentena pascual. Vale decir como una fiesta de plenitud y no de inicio.

Los Siete Dones del Espíritu Santo

  1. SABIDURÍA: Gusto para lo espiritual, capacidad de juzgar según la medida de Dios. El primero y mayor de los siete dones.
  2. ENTENDIMIENTO: Es una gracia del Espíritu Santo para comprender la Palabra de Dios y profundizar las verdades reveladas.
  3. CONSEJO: Ilumina la conciencia en las opciones que la vida diaria le impone, lo que conviene más al alma.
  4. FORTALEZA: Fuerza sobrenatural que sostiene la virtud moral de la fortaleza. Para obrar valerosamente lo que Dios quiere de nosotros, y sobrellevar las contrariedades de la vida. Para resistir las instigaciones de las pasiones internas y las presiones del ambiente. Supera la timidez y la agresividad.
  5. CIENCIA: Nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador.
  6. PIEDAD: Sana nuestro corazón de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios como Padre y para con los hermanos como hijos del mismo Padre.
  7. TEMOR DE DIOS: Espíritu contrito ante Dios, conscientes de las culpas y del castigo divino, pero dentro de la fe en la misericordia divina. Temor a ofender a Dios, humildemente reconociendo nuestra debilidad. Sobre todo: temor filial, que es el amor de Dios: el alma se preocupa de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de "permanecer" y de crecer en la caridad.
El Espíritu Santo asiste a la Iglesia



Como lo había prometido Jesús antes de marcharse de nuevo al cielo, desde allá nos envía, junto con su Padre, al Paráclito. Es San Lucas quien nos relata su venida:




"Llegado el día de Pentecostés estaban todos reunidos en un lugar, cuando de repente sobrevino del cielo un ruido como de viento impetuoso, que llenó toda la casa. Y aparecieron unas como lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos. Y todos fueron llenos del Espíritu Santo". (Hechos 2, 1-5).
El Espíritu Santo
  • Iluminó el entendimiento de los Apóstoles en las verdades de la fe, y los transformó de ignorantes, en sabios.
  • Fortificó su voluntad, y de cobardes los transformó en valerosos defensores de la doctrina de Cristo, que todos sellaron con su sangre.
El Espíritu Santo no descendió sólo para los Apóstoles, sino para toda la Iglesia, a la cual enseña, defiende, gobierna y santifica.
  • Enseña: Ilustrándola e impidiéndole que se equivoque (Por eso Cristo lo llamó "Espíritu de Verdad" (Juan 16, 13).
  • La Defiende: Librándola de las asechanzas de sus enemigos.
  • La Gobierna: Inspirándole lo que debe obrar y decir.
  • La Santifica: Con su gracia y sus virtudes.
Es muy significativo que los Apóstoles, en el primer Concilio, en Jerusalén, invocaron la autoridad del Espíritu Santo como fundamento de sus decisiones: "Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros". (Hechos 15, 28).

Ejemplos prácticos de esta asistencia del Espíritu Santo
a la Iglesia hay muchos:
  • Ningún Pontífice Romano ha errado en sus decisiones dogmáticas.
  • Siempre se han desencadenado contra ella graves males, pero entonces suscita eminentes varones que los contrarresten.
  • Los perseguidores de la Iglesia nunca han podido hacer daños irreparables, y han tenido un fin desastroso.
  • Nunca han faltado cristianos de eminente santidad.
  • Su acción en la Iglesia es permanente: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros eternamente" (Juan 14, 16). Tal fue la promesa de Cristo.
7 ventajas preciosas
para el que ha hecho
la promesa de propagar
la Devoción al Espíritu Santo

  1. Se crea un lazo de amor entre nuestra alma y la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
  2. Un aumento notable de todas nuestras devociones, especialmente a la Sagrada Eucaristía, al Corazón de Jesús y a la Santísima Virgen.
  3. Una seguridad de recibir en el alma más inspiraciones del Espíritu Santo y la fuerza para ponerlas en práctica.
  4. Procurar, de una manera excelente, la gloria de Dios, trabajando cada día en hacer conocer y amar al Santificador de las almas.
  5. Trabajar muy especialmente por el advenimiento del Reinado de Dios en el mundo por la acción del Espíritu vivificante.
  6. Ser verdadera y prácticamente Apóstol del Espíritu Santo.
  7. Atraer sobre el alma auxilios espirituales del Espíritu Santo; más íntima unión con Dios por medio del Santificador; mayor progreso en la oración mental; más consuelo, y hasta alegría, en la hora de la muerte después de tan sublime apostolado.
(El invocar a menudo al Espíritu Santo es prenda segura de acierto y ayuda en nuestros problemas y necesidades espirituales y temporales).

PENTECOSTÉS

Catecismo de la Iglesia Católica
Capítulo Tercero
Creo en el Espíritu Santo
La Santa Sede - Vaticano



731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.

732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:

«Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado» (Oficio Bizantino de las Horas. Oficio Vespertino del día de Pentecostés, Tropario 4)

El Espíritu Santo
el don de Dios



733 "Dios es Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).

734 Puesto que hemos muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La comunión con el Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.

735 Él nos da entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia (cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la vida misma de la Santísima Trinidad que es amar "como él nos ha amado" (cf. 1 Jn 4, 11-12). Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13) es el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos "recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).

736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu, que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza" (Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5, 25):

«Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el compartir la gloria eterna (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto, 15, 36: PG 32, 132).

El Espíritu Santo y la Iglesia


737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).

738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad:

«Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí [...] y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él. Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual» (San Cirilo de Alejandría, Commentarius in Iohannem, 11, 11: PG 74, 561).

739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo.

740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu.

741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración.


Resumen

742 "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre" (Ga 4, 6).

743 Desde el comienzo y hasta de la consumación de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía siempre a su Espíritu: la misión de ambos es conjunta e inseparable.

744 En la plenitud de los tiempos, el Espíritu Santo realiza en María todas las preparaciones para la venida de Cristo al Pueblo de Dios. Mediante la acción del Espíritu Santo en ella, el Padre da al mundo el Emmanuel, "Dios con nosotros" (Mt 1, 23).

745 El Hijo de Dios es consagrado Cristo (Mesías) mediante la unción del Espíritu Santo en su Encarnación (cf. Sal 2, 6-7).

746 Por su Muerte y su Resurrección, Jesús es constituido Señor y Cristo en la gloria (Hch 2, 36). De su plenitud derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y la Iglesia.

747 El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el sacramento de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres.

Fuente - Texto tomado de ES.CATHOLIC.NET:


Fuente - Texto tomado de Coleccionable - Magazine El Católico - Evangelización de la Fundación Social Juan Pablo II - Edición N° 114 (Marzo, Abril y Mayo de 2012)

Fuente - Texto tomado de ENCUENTRA.COM:

Texto tomado del Catecismo de la Iglesia Católica – Capítulo Tercero – Creo en el Espíritu Santo - La Santa Sede - Vaticano