miércoles, 2 de julio de 2014

Santo Tomás - Apóstol - Siglo I - Fiesta Julio 3



Desde el siglo VI se celebra el día 3 de julio el traslado de su cuerpo a Edesa. Santo Tomás era judío, y probablemente galileo, humilde pescador de oficio. Tuvo la felicidad de seguir a Cristo que lo hizo apóstol en el año 31. Tomás es conocido entre los demás apóstoles por su incredulidad, que se desvaneció en presencia de Cristo resucitado; él proclamó la fe pascual de la Iglesia con estas palabras:
"¡Señor mío y Dios mío!"
La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio. De este apóstol narra el Santo Evangelio tres episodios:

Primer episodio: Sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalén, donde según lo anunciado, será atormentado y lo matarán. En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús:
"Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?"
Y es entonces cuando interviene Tomás, llamado Dídimo (el gemelo) (Jn. 11,16): "Tomás, llamado Dídimo dijo a los demás:
"Vayamos también nosotros y muramos con Él"
Aquí el Apóstol demuestra su admirable valor. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de temores y terrores, y sin embargo, arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer. Él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús. Nadie tiene por qué sentirse avergonzado de tener miedo y pavor, pero lo que sí nos debe avergonzar totalmente, es el que a causa del temor dejemos de hacer lo que la conciencia nos dice que sí debemos hacer, Santo Tomás nos sirva de ejemplo.

Segundo episodio: Sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los Apóstoles:
"A donde Yo voy, ya sabéis el camino"
Y Tomás le respondió:
"Señor: no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn. 14,15)
Los Apóstoles no lograban entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz. En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso. Y entre los Apóstoles había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Ese hombre era Tomás. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que en su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo. Y lo maravilloso es que la pregunta de un hombre que dudaba obtuvo una de las respuestas más formidables del Hijo de Dios. Le dijo Jesús:


"Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por Mí"
En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: El Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes. En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida. No sólo nos dijo cuál era el camino para llegar a la Eternidad Feliz, sino que afirma solemnemente:


"Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad"
Y añade:


"Nadie viene al Padre sino por Mí"
O sea, que para no equivocarnos, lo mejor será siempre ser amigos de Jesús y seguir sus santos ejemplos y obedecer sus mandatos. Ése será nuestro camino, y la verdad nos conseguirá la Vida Eterna.

Tercer episodio: El hecho más famoso de Tomás

Los creyentes recordamos siempre al Apóstol Santo Tomás por su famosa duda acerca de Jesús resucitado y su admirable profesión de fe cuando vio a Cristo glorioso. Dice San Juan (Jn. 20,24):
"En la primera aparición de Jesús resucitado a sus Apóstoles no estaba con ellos Tomás. Los discípulos le decían:
"Hemos visto al Señor"

Él les contestó:
"Si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros de sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su costado, no creeré"
Ocho días después estaban los discípulos reunidos y Tomás con ellos. Se presentó Jesús y dijo a Tomás:
"Acerca tu dedo: aquí tienes mis manos. Trae tu mano y métela en la herida de mi costado, y no seas incrédulo sino creyente"
Tomás le contestó:
"Señor mío y Dios mío"
Jesús le dijo:
"Has creído porque me has visto. Dichosos los que creen sin ver"



Parece que Tomás era pesimista por naturaleza. No le cabía la menor duda de que amaba a Jesús y se sentía muy apesadumbrado por su Pasión y Muerte. Quizás porque quería sufrir a solas la inmensa pena que experimentaba por la muerte de su amigo, se había retirado por un poco tiempo del grupo. De manera que cuando Jesús se apareció la primera vez, Tomás no estaba con los demás Apóstoles. Y cuando los otros le contaron que el Señor había resucitado, aquella noticia le pareció demasiado hermosa para que fuera cierta. Tomás cometió un error al apartarse del grupo. Nadie está peor informado que el que está ausente. Separarse del grupo de los creyentes es exponerse a graves fallas y dudas de fe.

Y Tomás tenía otra virtud: que cuando se convencía de sus creencias las seguía hasta el final, con todas sus consecuencias. Por eso hizo esa bellísima profesión de fe: "Señor mío y Dios mío", y por eso se fue después a propagar el Evangelio, hasta morir martirizado por proclamar su fe en Jesucristo resucitado. Preciosas dudas de Tomás que obtuvieron de Jesús aquella bella noticia:


"Dichosos serán
los que crean sin ver"

Fuente - Texto tomado de CATOLICO.ORG:

Fuente - Texto tomado de EWTN:

Señor Jesús de la Buena Esperanza - Historia de la Devoción y Oraciones - Julio 2 de 2014



Historia de la Devoción a
Jesús de la Buena Esperanza

La imagen del Señor de la Buena Esperanza, es copia de una antiquísima y muy milagrosa estatua, que la ciudad de Quito se gloría de poseer.

La historia del Señor de la Buena Esperanza se remonta al año 1652, cuando cierto día en Quito (Ecuador) sin guía alguno atravesaba las calles una mula cargada con enorme bulto. Llegó a las gradas de la portería del convento de San Agustín y se echó en el suelo, y ya no pudieron levantarla a pesar de todos los esfuerzos que se hicieron. Abierto el cajón, cuyo peso parecía abrumarla, se encontró dentro la estatua de Jesús de la Buena Esperanza. 

Quisieron conducirla al templo, pero inútilmente; pues aumentaba el peso de la estatua en proporción al número de los que intentaban cargarla. Alguien propuso entonces llevarla no al templo sino a la portería, y el acto se ejecutó con suma facilidad.

La reunión de tan prodigiosas circunstancias no podía dejar de conmover hondamente al católico pueblo de Quito, e innumerables personas acudieron a arrodillarse ante la sagrada imagen. Los milagros y los favores del cielo, obtenidos por intermedio del Señor de la Buena Esperanza, respondieron desde el primer día, a la devota fe del pueblo y se multiplicaron hasta el punto de convertir la portería del convento San Agustín en el más célebre, frecuentado y rico santuario del Ecuador.

Entre los ornamentos con que la piedad de la gente adornó la venerada estatua, mencionamos sólo las sandalias de oro macizo y piedras preciosas, por haber dado lugar a un notabilísimo milagro, que aumentó sobremanera el renombre del Señor de la Buena Esperanza. Y tan notable fue este milagro, que desde entonces su recuerdo está unido a la propia imagen, con la cual se representa.

Un sencillo y piadoso padre de familia (Gabriel Cayancela), vivía en Quito en total miseria, y ya sin auxilio humano, recurrió una tarde al Señor de la Buena Esperanza para suplicarle por su situación, haciendo su oración estaba cuando el sacristán le advierte que salga porque va a cerrar la iglesia. Sale pronunciando palabras que muestran al sacristán lo horrible de su situación, y prometiendo en su interior volver muy temprano a continuar sus plegarias. 

Todavía no amanecía, y a la puerta de la casa de Gabriel se encontraba el cadáver de una señora asesinada la noche antes, y poco después el pobre sale de su casa, sin ver el charco de sangre lo pisa y todo ensangrentado llega al templo y continúa solitario y fervoroso su oración. En lo profundo de su oración se encontraba cuando, de repente, un milagro viene a llenar de gozo su corazón atribulado.

El Señor de la Buena Esperanza deja caer en las manos del suplicante e infeliz padre de familia una de las ricas sandalias. Sin pensar más que en su necesidad, va a venderla a una joyería. Era demasiado conocida la rica alhaja y el joyero hizo aprehender como ladrón sacrílego al vendedor.

Imposible es describir la indignación pública contra el que aparecía como infame profanador de tan venerada imagen, indignación que no conoció límites cuando, según todas las apariencias, se vio que el ladrón era al mismo tiempo vil asesino.

Rápidamente se sustentaron las acusaciones y fue condenado a muerte. Como último favor pidió y obtuvo el ser conducido ante la milagrosa imagen. Allí en sentidísimo lenguaje, dijo al Señor que su prodigioso don se había convertido en regalo de muerte; que iba al patíbulo, por haber recibido de Él, los medios para salir de su miseria. Entre conmovido e indignado el pueblo escuchaba tales palabras, cuando Jesús de la Buena Esperanza tiende hacia el reo el pie que conservaba con sandalia, y deja caer ésta en sus manos.

La entusiasta admiración de la multitud, al grito unísono de milagro, dio libertad al condenado. La autoridad le compró al peso de oro, aquella sandalia y fue enorme la cantidad de monedas que resistió el platillo de la balanza, antes de inclinar el otro en que la sandalia se encontraba. Salió el pobre de su necesidad y el milagro quedó para siempre representado en el Señor de la Buena Esperanza, que desde entonces fue el recurso de particulares y corporaciones en el Ecuador.



Visita a
Jesús de la Buena Esperanza


Oh Jesús de la Buena Esperanza,
Redentor de mi alma,
Señor de cielos y tierra,
vengo a Ti atraído
por tu paternal amor.
¿Quién sino Tú
podrá curar mis dolencias?
Me acerco a tu santo templo
como a la fuente de tus bondades.
Favoréceme con tus auxilios,
purifícame con tu mirada
como lo hiciste con tu apóstol Pedro,
sáname de las mortales heridas
que el pecado ha dejado en mi alma.
Yo bien sé que todos
los que han solicitado
ante tu imagen tus divinos favores
han sido socorridos y que no hay quién
no haya experimentado tus consuelos,
ni salido de tu presencia sin esperanzas.

Lleno de la mayor confianza
te pido por la Santa Iglesia
hoy perseguida y calumniada,
por el Papa, por los obispos,
por los sacerdotes, por los pobres
y por la dificultad
en que actualmente me encuentro
y que Tú sabes cuál es.
Rendidamente la coloco
en tus manos misericordiosas
para que la bendigas y la santifiques.
Estoy dispuesto a aceptar
ante todo lo que dispongas
porque eso será lo mejor para mí.
Si lo que te pido no ha de ser
para bien de mi alma,
dame entonces la gracia
de entenderlo así
y aceptarlo gustosamente.
Sé, pues, mi sostén,
mi guía, mi bien, mi esperanza.
Amén.


Oración a
Jesús de la Buena Esperanza


Oh Jesús Nazareno
brazo fuerte y protector mio,
no me abandones en tan apurado trance,
Padre mío, protege a esta alma
pobre y abandonada.
No desoigas Jesús mío
las súplicas de este corazón
triste y afligido,
lleno de amor por Ti
que eres mi padre y protector,
mis súplicas llenas de amor
no pueden menos que llegar a Ti,
que eres el brazo fuerte y protector,
que todo lo puedes.
Jesús mío, Jesús de mi alma, 
Jesús crucificado,
espejo de luz, ven a mí
con tu corona de espinas,
con tu costado abierto,
con tu soga
en la garganta y la cintura.
Jesús mío, que tus ojos vean
y tus oídos escuchen
el favor tan especial
que te pido en ésta oración.
Amén.