lunes, 1 de julio de 2013

La Virgen María libra a sus devotos de caer en el infierno



Distinta suerte de dos jóvenes libertinos

En el año 1604, en una ciudad de Flandes, vivían dos jóvenes estudiantes, que en vez de dedicarse a los estudios, se lo pasaban en borracheras y deshonestidades. Una de tantas noches, habiendo estado pecando en casa de una mujer de mala vida, uno de ellos llamado Ricardo, se fue a su casa, el otro se quedó más tiempo. Llegado a casa Ricardo, mientras se desvestía para acostarse, se acordó de que no había rezado aún el Ave María a la Virgen, como acostumbraba. Se caía de sueño, por lo que le costó mucho rezar, pero haciendo un esfuerzo rezó, aunque sin devoción y medio dormido.

Luego se acostó; y estando en el primer sueño, sintió llamar fuerte a la puerta, e inmediatamente después, sin que se abriera la puerta, vio ante sí a su compañero, desfigurado y horrible.
"¿Quién eres?", le dijo.
"¿No me reconoces?", le respondió la aparición.
"Pero, ¿cómo estás tan cambiado?  ¡Si pareces un demonio!"
"¡Desgraciado de mí!  ¡Estoy condenado!", gritó el infeliz.
"¿Cómo?"
"Al salir de aquella casa infame un demonio me ahogó. Mi cuerpo está en medio de la calle y mi alma en el infierno. Y has de saber que el mismo castigo estaba preparado para ti, pero la Virgen, por ese pequeño obsequio del Ave María, te ha librado. ¡Feliz tú, si sabes aprovechar este aviso que por mi medio te manda la Madre de Dios!"
Y dicho ésto desapareció.

Ricardo, deshecho en llanto, se arrojó de la cama postrándose en el suelo para dar gracias a María su libertadora. Y estando meditando en cambiar de vida, oyó la campana de los franciscanos que tocaba a maitines. Se dijo:
"Ahí me llama Dios a hacer penitencia"
Marchó inmediatamente al convento a rogar a los padres que lo recibieran. Ellos no querían hacerle caso conociendo su vida tan desordenada; pero él, hecho un mar de lágrimas, les contó cuanto acababa de suceder. Marcharon los padres a aquella calle, y, en verdad, encontraron el cadáver del joven con muestras de haber sido ahogado y negro como un carbón. Entonces lo recibieron. Ricardo, de ahí en adelante se entregó a una vida ejemplar. Fue a las Indias a predicar el Evangelio; de allí pasó al Japón; y tuvo la gracia de morir mártir de Jesucristo, siendo quemado vivo.

Oración de gratitud a María




María, mi Madre muy amada en qué abismo
de males no me encontraría, si no me
hubieras preservado tantas veces,
si con tu piadosa mano no me hubieras
sostenido en cuántos peligros hubiera caído.

Cuántos años hace que estaría en el infierno si Tú
no me hubieras librado con piadosos ruegos.
Mis graves pecados allí me arrojaban;
la divina justicia, ya me había condenado;
los demonios bramaban, queriendo ver
ejecutada la sentencia. Pero Tú acudiste.
Madre, sin que yo te llamara y me salvaste.

Mi amada libertadora, ¿qué te ofrendaré
por tal gracia y tanto amor?
Tú, después, venciste mi dureza,
y me atrajiste a tu amor y a confiar en Ti.
Prosigue, vida y esperanza,
Madre a la que amo más que a mi vida,
prosigue empeñada en librarme del infierno,
y, antes, de los pecados en que puedo caer.

Mi Señora, tan querida, yo te amo.
¿Cómo podrá sufrir tu bondad ver condenado
a un devoto que te ama?
Consígueme que no sea en adelante
ingrato, ni contigo, ni con Dios, que,
por tu amor, tantas gracias me ha otorgado.
María, sé que me perderé si te abandono.
Pero, ¿cómo tendré el valor para dejarte?
Tú, después de Dios, eres
todo el amor que me queda.

No soy capaz de vivir sin amarte.
Yo te quiero de veras, yo te amo
y espero que siempre te amaré,
en el tiempo y en la eternidad,
porque eres la criatura más bella
y santa, más benigna
y amable del mundo.
Amén.

Fuente - Texto tomado del Libro "Las Glorias de María - San Alfonso María de Ligorio - Caballeros de la Virgen - Abril de 2007

Señor Jesús de la Buena Esperanza - Historia de la Devoción y Oraciones



Historia de la Devoción a

Jesús de la Buena Esperanza


La imagen del Señor de la Buena Esperanza, es copia de una antiquísima y muy milagrosa estatua, que la ciudad de Quito se gloría de poseer.

La historia del Señor de la Buena Esperanza se remonta al año 1652, cuando cierto día en Quito (Ecuador) sin guía alguno atravesaba las calles una mula cargada con enorme bulto. Llegó a las gradas de la portería del convento de San Agustín y se echó en el suelo, y ya no pudieron levantarla a pesar de todos los esfuerzos que se hicieron. Abierto el cajón, cuyo peso parecía abrumarla, se encontró dentro la estatua de Jesús de la Buena Esperanza. 

Quisieron conducirla al templo, pero inútilmente; pues aumentaba el peso de la estatua en proporción al número de los que intentaban cargarla. Alguien propuso entonces llevarla no al templo sino a la portería, y el acto se ejecutó con suma facilidad.

La reunión de tan prodigiosas circunstancias no podía dejar de conmover hondamente al católico pueblo de Quito, e innumerables personas acudieron a arrodillarse ante la sagrada imagen. Los milagros y los favores del cielo, obtenidos por intermedio del Señor de la Buena Esperanza, respondieron desde el primer día, a la devota fe del pueblo y se multiplicaron hasta el punto de convertir la portería del convento San Agustín en el más célebre, frecuentado y rico santuario del Ecuador.

Entre los ornamentos con que la piedad de la gente adornó la venerada estatua, mencionamos sólo las sandalias de oro macizo y piedras preciosas, por haber dado lugar a un notabilísimo milagro, que aumentó sobremanera el renombre del Señor de la Buena Esperanza. Y tan notable fue este milagro, que desde entonces su recuerdo está unido a la propia imagen, con la cual se representa.

Un sencillo y piadoso padre de familia (Gabriel Cayancela), vivía en Quito en total miseria, y ya sin auxilio humano, recurrió una tarde al Señor de la Buena Esperanza para suplicarle por su situación, haciendo su oración estaba cuando el sacristán le advierte que salga porque va a cerrar la iglesia. Sale pronunciando palabras que muestran al sacristán lo horrible de su situación, y prometiendo en su interior volver muy temprano a continuar sus plegarias. 

Todavía no amanecía, y a la puerta de la casa de Gabriel se encontraba el cadáver de una señora asesinada la noche antes, y poco después el pobre sale de su casa, sin ver el charco de sangre lo pisa y todo ensangrentado llega al templo y continúa solitario y fervoroso su oración. En lo profundo de su oración se encontraba cuando, de repente, un milagro viene a llenar de gozo su corazón atribulado.

El Señor de la Buena Esperanza deja caer en las manos del suplicante e infeliz padre de familia una de las ricas sandalias. Sin pensar más que en su necesidad, va a venderla a una joyería. Era demasiado conocida la rica alhaja y el joyero hizo aprehender como ladrón sacrílego al vendedor.

Imposible es describir la indignación pública contra el que aparecía como infame profanador de tan venerada imagen, indignación que no conoció límites cuando, según todas las apariencias, se vio que el ladrón era al mismo tiempo vil asesino.

Rápidamente se sustentaron las acusaciones y fue condenado a muerte. Como último favor pidió y obtuvo el ser conducido ante la milagrosa imagen. Allí en sentidísimo lenguaje, dijo al Señor que su prodigioso don se había convertido en regalo de muerte; que iba al patíbulo, por haber recibido de Él, los medios para salir de su miseria. Entre conmovido e indignado el pueblo escuchaba tales palabras, cuando Jesús de la Buena Esperanza tiende hacia el reo el pie que conservaba con sandalia, y deja caer ésta en sus manos.

La entusiasta admiración de la multitud, al grito unísono de milagro, dio libertad al condenado. La autoridad le compró al peso de oro, aquella sandalia y fue enorme la cantidad de monedas que resistió el platillo de la balanza, antes de inclinar el otro en que la sandalia se encontraba. Salió el pobre de su necesidad y el milagro quedó para siempre representado en el Señor de la Buena Esperanza, que desde entonces fue el recurso de particulares y corporaciones en el Ecuador.



Visita a
Jesús de la Buena Esperanza


Oh Jesús de la Buena Esperanza, Redentor de mi alma, Señor de cielos y tierra, vengo a Ti atraído por tu paternal amor. ¿Quién sino Tú podrá curar mis dolencias? Me acerco a tu santo templo como a la fuente de tus bondades. Favoréceme con tus auxilios, purifícame con tu mirada como lo hiciste con tu apóstol Pedro, sáname de las mortales heridas que el pecado ha dejado en mi alma. Yo bien sé que todos los que han solicitado ante tu imagen tus divinos favores han sido socorridos y que no hay quién no haya experimentado tus consuelos, ni salido de tu presencia sin esperanzas.

Lleno de la mayor confianza te pido por la Santa Iglesia hoy perseguida y calumniada, por el Papa, por los obispos, por los sacerdotes, por los pobres y por la dificultad en que actualmente me encuentro y que Tú sabes cuál es. Rendidamente la coloco en tus manos misericordiosas para que la bendigas y la santifiques. Estoy dispuesto a aceptar ante todo lo que dispongas porque eso será lo mejor para mí. Si lo que te pido no ha de ser para bien de mi alma, dame entonces la gracia de entenderlo así y aceptarlo gustosamente. Sé, pues, mi sostén, mi guía, mi bien, mi esperanza. Amén.

Oración a
Jesús de la Buena Esperanza

Oh Jesús Nazareno brazo fuerte y protector mio,

no me abandones en tan apurado trance,
Padre mío, protege a esta alma pobre y abandonada.

No desoigas Jesús mío las súplicas de este corazón triste y afligido,
lleno de amor por Ti que eres mi padre y protector,
mis súplicas llenas de amor no pueden menos que llegar a Ti,
que eres el brazo fuerte y protector,
que todo lo puedes.

Jesús mío, Jesús de mi alma, Jesús crucificado,
espejo de luz, ven a mí con tu corona de espinas,
con tu costado abierto, con tu soga en la garganta y la cintura.

Jesús mío, que tus ojos vean y tus oídos escuchen
el favor tan especial que te pido en ésta oración.

Amén.