martes, 7 de febrero de 2012

San Jerónimo Emiliani - Fiesta Febrero 8


Jerónimo nació en Venecia (Italia) en el año 1486. De joven fue militar y llegó a ser comandante de las fuerzas que defendía la ciudad de Castelnouvo de Quero. Las fuerzas enemigas francesas, muy superiores en número, lograron tomar a Castelnouvo y Jerónimo cayó prisionero, y encarcelado en un calabozo con cadenas en manos y pies. Y éste fue el golpe de gracia para su conversión. Hasta entonces había llevado una vida muy mundana, pero en la soledad de la cárcel se dedicó a meditar en aquellas palabras de Jesús:
"¿De qué le sirve a un hombre ganar todo el mundo, si se pierde a sí mismo?"
Y se propuso dedicar su vida entera y todas sus energías a tratar de conseguir su propia santificación y la salvación de muchos otros. Estando en la tenebrosa prisión, y viendo que humanamente no tenía remedio para aquella aflicción, se dedicó a rezar con toda fe a la Santísima Virgen María para que le consiguiera de Dios su pronta liberación. Y he aquí que de la manera más inesperada son quitadas las cadenas de sus manos y de sus pies, y logra salir sin que los guardianes se le opongan. En el silencio de la cárcel había encontrado la amistad con Dios por medio de la oración y la meditación. Reconociendo que su liberación de la cárcel era un favor especialísimo de la Santísima Virgen, se dirigió ante la imagen de Nuestra Señora en Treviso y a sus pies dejó sus cadenas y sus armas de militar, como recuerdo y agradecimiento y se propuso propagar incansablemente la devoción a la Madre de Dios.

Por aquellos tiempos apareció en Italia una serie de apóstoles formidables que se propusieron, iluminados por el Espíritu Santo, enfervorizar al pueblo en la piedad, y dedicar el mayor número posible de personas a obras de caridad en favor de los necesitados. Algunos de estos santos fueron: Santa Catalina de Génova, San Cayetano, San Camilo de Lelis, San Bernardino de Feltre, San Felipe Neri, San José Calasanz, y Santa Angela de Merici. Un verdadero "sindicato" de apóstoles de la caridad. A ellos se unió San Jerónimo.

En 1531 se propagó por Italia la terrible peste del cólera. Jerónimo vendió todo lo que tenía. Incluso los muebles de su casa, y se dedicó a atender a los enfermos más abandonados. Él mismo tenía que cavarles las sepulturas y llevarlos al cementerio, porque casi nadie se atrevía a acercárseles, por temor al contagio. También él se contagió de la terrible enfermedad, pero por favor de Dios logró curarse. Miles y miles de niños pobres quedaron huérfanos y desamparados, por la muerte de sus padres en la epidemia de cólera. Entonces Jerónimo se dedica a recogerlos y a proporcionarles alimento, vestido, hospedaje y educación, todo totalmente gratis. De casa en casa va pidiendo limosnas para poder ayudar a sus niños huérfanos. Muchos le colaboran. Levanta dos grandes edificios; en uno recibe a los niños y en el otro a las niñas. Y como muchas mujeres ante la absoluta miseria se han dedicado a la prostitución, entonces el santo funda una Casa para mujeres arrepentidas y allí aprenden costura, bordados y otras artes para ganarse la vida honestamente.

Varios de sus amigos y colaboradores deseaban dedicarse por completo a la obra de atender a los niños huérfanos y desamparados, y con ellos fundó el santo una nueva comunidad, en Somasca, cerca de Milán. El nombre de esta congregación religiosa fue de "Servidores de los pobres", pero en recuerdo al sitio donde se efectuó su fundación, ahora se llama la Comunidad de los Padres Somascos. En la actualidad tienen unas 75 casas en el mundo con unos 500 religiosos, y se dedican preferencialmente a educar niños desamparados.

Las gentes decían que la vida de Jerónimo Emiliani estaba toda hecha de caridad. Que de él se podía repetir (en sus debidas proporciones) el elogio que fue hecho de Jesús: 
"Pasó su vida haciendo el bien" (Hech. 10,38).
Nadie que viniera a pedirle un favor quedaba sin ser atendido. Lo llamaban "el paño de lágrimas" de los que sufrían y lloraban. No reparaba en ningún sacrificio con tal de hacer el bien, especialmente a los niños más pobres, para los cuales se sacrificaba hasta el extremo con tal de conseguirles maestros, alimentos y toda clase de ayudas espirituales y materiales. Y Dios premiaba su oración, su caridad y su sacrificio, permitiéndole obrar frecuentes milagros. A muchos enfermos los cuidaba como especializado y amable enfermero, y a varios otros les colocaba las manos sobre su cabeza y los curaba de sus enfermedades. La fama de sus milagros se extendió por todos los alrededores de las ciudades donde trabajaba.

Viajaba por los campos predicando misiones, y en los ratos libres se iba a trabajar con los campesinos y aprovechaba la confianza y el cariño que éstos le tenían, para darles buenos consejos y ponerlos en amistad con Dios. Volvió a propagarse la peste del cólera y San Jerónimo volvió a dedicarse a curar enfermos, a llevarles alimento y vestidos y a enterrar personalmente a los muertos llevándolos sobre sus hombros. Pero se contagió de la violenta enfermedad y en pocos días estuvo agonizante. Era el buen amigo que ofrecía su vida por sus amigos.

Cuando apenas tenía 56 años de edad, murió santamente el 8 de febrero de 1537. Después de muerto hizo numerosos milagros y el Papa Clemente XIII lo declaró santo en 1767. Después el Pontífice Pío XI lo declaró Patrono de los niños huérfanos en 1928.

Fuente - Texto tomado de EWTN:

San Tobías - Fiesta Febrero 7

Tobías significa: "Dios es bueno"
Tobías fue siempre un exacto cumplidor de sus deberes religiosos. Siendo todavía muy joven, cuando sus familiares se apartaron de la verdadera religión y empezaron a adorar al becerro de oro, él en cambio nunca quiso adorar ese ídolo y era el único que en su familia iba en las grandes fiestas a Jerusalén a adorar al verdadero Dios. Y siempre daba la décima parte de lo que ganaba para el templo y para los pobres.

Se casó con una mujer de su propia religión, llamada Ana, y tuvo un hijo al cual le puso también el nombre de Tobías. Cuando el pueblo de Israel fue llevado cautivo a Nínive, Tobías tuvo que ir también allá en destierro, pero allá le concedió Dios la simpatía de los gobernantes y llegó a ocupar un alto puesto en la administración del gobierno. Aprovechó el buen sueldo que tenía para hacer sus buenos ahorros y prestó a un amigo suyo, que vivía en una ciudad lejana, los dineros que había logrado conseguir. Después hubo cambio de gobierno y el nuevo rey, llamado Senaquerib, atacó a Jerusalén, pero por milagro de Dios no pudo tomarla, y volvió lleno de rabia a Nínive y empezó a perseguir a los israelitas que allí había. Quitó el cargo a Tobías y éste quedó en pobreza.

El rey hizo morir a muchos israelitas y prohibió que los sepultaran, pues quería que los dejaran en los campos para que los devoraran los cuervos. Pero Tobías, que era muy piadoso y muy caritativo, se dedicó de noche a sepultar los cadáveres de sus paisanos. Y un día volvió a casa muy cansado de estos trabajos y se sentó junto a una pared y se quedó dormido. Y arriba había un nido de golondrinas y de allá le cayó estiércol caliente en los ojos y quedó ciego. Y así estuvo por 4 años. Como Tobías estaba ciego, su esposa tuvo que emplearse en una fábrica de tejidos, para ganar el sustento. Y un día a ella le regalaron un cabrito. Tobías al oír balar al animalito le dijo a la mujer:
"Cuidado, no sea que te hayas robado ese cabrito. Si es ajeno hay que devolverlo, porque preferimos ser totalmente pobres a tener que quitar a alguien nada".
La esposa al oírle ésto lo insultó y le dijo:
"¿De qué le han servido tantas limosnas que regalaba y tantas oraciones que rezaba? Mire a qué estado tan desdichado ha llegado".
Tobías, lleno de tristeza ante estas palabras, se retiró a llorar y rezaba diciendo:
"Dios mío, todos estos sufrimientos nos llegan por los pecados que hemos cometido, Señor, apiádate de mí, y si he de seguir sufriendo tantas humillaciones, más bien acuérdate de mí, y llévame hacia Ti".
Mientras tanto, allá, en una ciudad lejana, una joven estaba también siendo humillada terriblemente. Se llamaba Sara. Se había casado siete veces, pero cada vez que se casaba, antes de que su esposo se le acercara llegaba el demonio Asmodeo y mataba al hombre. Y un día Sara regañó justamente a una sirvienta, y ésta, para desquitarse, le dijo:
"Que nadie vea hijos tuyos, porque eres una asesina de siete maridos".
Al oír semejante infamia, la joven Sara se fue a la azotea a llorar y hasta le llegó el deseo de suicidarse, pero rechazó este mal pensamiento porque aquello traería muchos sufrimientos a sus padres. Entonces oró a Dios diciendo:
"Señor, Tú sabes que yo he hecho siempre lo mejor posible por tener un buen comportamiento. Oh Señor, si he de seguir escuchando semejantes insultos de la gente, prefiero más bien que me lleves a Ti y me saques de esta vida. Pero si crees que lo mejor es que yo siga viviendo en esta tierra, te suplico que me libres de esta pena tan grande".
Y las dos oraciones llegaron al mismo tiempo al cielo. La de Tobías, que había sido humillado, y la de Sara, que había sido insultada. Y Dios dispuso responder a estas dos plegarias enviándoles un ángel a ayudarlos. En aquel tiempo se acordó Tobías de que el amigo Gabael que vivía en una ciudad lejana le debía dinero que él le había prestado. Y llamó a su hijo Tobías y le dijo:
"Vaya a la plaza y busque un buen hombre que lo quiera acompañar durante el largo y peligroso viaje, y dígale que le pagaremos el sueldo debido durante todo el tiempo que dure el viaje".
Y entonces envió Dios al Ángel San Rafael disfrazado de hombre, el cual se le ofreció a Tobías para acompañarlo en el largo recorrido. Tobías padre lo aceptó porque parecía ser muy buena persona. Antes de que su hijo se despidiera para partir, Tobías le dio estos consejos:
"Tu mejor tesoro será siempre tener temor de ofender a Dios, y alejarte de todo pecado. Te conviene pedir siempre consejo a los que son prudentes y bien instruidos. Debes bendecir a Dios en toda circunstancia. Pídele que sean buenos todos tus comportamientos y que lleguen a buen fin tus proyectos. Te aconsejo que compartas tus alimentos con los hambrientos y tus comodidades con los que no las tienen. Todo cuanto no necesites debes darlo a los pobres. No hagas nunca a nadie lo que no quieres que te hagan a ti. Jamás se te vaya a ocurrir casarte con una mujer que no sea de nuestra santa religión. No pierdas el tiempo, porque la ociosidad es la madre de la miseria. Haz limosnas con generosidad, pero con alegría y sin echar en cara lo que regalas. Recuerda que al dar limosna libra de muchos males. Trata siempre con cariño a tu madre. Recuerda lo mucho que ella ha sufrido por ti. Recuerda que si te esfuerzas por portarte bien, el Señor Dios te concederá muchos éxitos".
Bendecido por su padre emprendió Tobías a la lejana ciudad de Ragués, acompañado por el Ángel Rafael. La mamá lloraba mucho y estaba desconsolada, pero Tobías le decía:
"No te afanes tanto, que Dios, que nos ama y nos protege, hará que nuestro hijo logre ir y volver sin que le suceda nada malo".
Y al llegar al río Tigris, Tobías entró al agua, pero un enorme pez se le lanzó a morderlo. El Ángel le gritó:
"Agarre fuerte al pez y láncelo fuera".
Así lo hizo. Y en seguida Rafael le dijo:
"Ábralo y sáquele la hiel, y el corazón, que nos van a ser muy útiles".
Tobías sacó la hiel y el corazón del pez y los envolvió  y los guardó. Al llegar a la ciudad de Ecbatana, se hospedaron en casa del israelita Raguel, padre de Sara, la joven que había orado con tanta tristeza. Tobías se enamoró de Sara, pero Raguel le contó que el demonio había matado a los otros siete que habían tratado de casarse con ella. Rafael le dijo a Tobías que podía casarse tranquilamente, pues él alejaría al demonio Asmodeo. Se celebraron las bodas muy festivamente y Tobías y Sara rezaron con mucha fe pidiendo a Dios que bendijera su matrimonio. Tobías dijo:
"Señor: Tú sabes que no me caso por satisfacer mis pasiones, sino por formar un hogar donde se honre al verdadero Dios y se practique la verdadera religión".
Y Sara también rezó encomendando a Dios su nuevo hogar. Y el Ángel Rafael ató al demonio Asmodeo y lo llevó a un desierto y no permitió que les hiciera daño a los esposos. Mientras en la familia se celebraban fiestas en honor de los desposados, el Ángel Rafael fue hasta donde vivía Gabael y presentándole el recibo de Tobías, cobró el dinero que le debía y lo trajo. Y con este dinero y con toda la herencia que los papás de Sara le dieron a su hija se dispusieron a regresar a Nínive. Tobías y su esposa Sara volvieron a Nínive, donde los ancianos padres estaban ya muy angustiados por su ausencia. El Ángel le dijo:
"Tan pronto te encuentres con tu padre, refriégale en los ojos la hiel del pescado".
Así lo hizo el joven, y apenas su padre lo abrazó, él le refregó por los ojos la hiel, y se le cayeron unas escamas y recobró la vista y empezó a bendecir a Dios delante de todos. Tobías le dijo a su hijo:

"¿Qué le daremos a este compañero tan bueno que tantos favores nos ha hecho? Démosle la mitad de todo lo que hemos conseguido."

Pero el Ángel les dijo:
"Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre delante de Dios. El Señor me envió a ayudarlos, porque Él ha escuchado todas las oraciones que ustedes le han dirigido. Porque eras aceptable a Dios por eso te permitió sufrimientos para que consiguieras mayores premios. Pero cuando ustedes rezaban angustiados, yo llevaba sus oraciones ante el Trono de Dios".
Y continuó diciendo:
"No sientan nunca vergüenza de contar a todos los favores que Dios les ha hecho. Recuerden que la limosna borra muchos pecados. La oración y el hacer sacrificios hacen inmenso bien. Los que se dedican a pecar son enemigos de la propia felicidad. Pero los que se dedican a repartir limosnas consiguen muchos favores de Dios".
Ellos se arrodillaron para venerar al Ángel, y éste desapareció. Y así la familia de Tobías gozó en adelante de mucha paz y felicidad porque Dios los bendecía mucho y los ayudaba siempre, y ellos siguieron todos siendo fieles a la santa y verdadera religión.

Fuente - Texto tomado de EWTN: