domingo, 10 de julio de 2011

San Benito de Nursia - Fiesta Julio 11


San Benito por gracia fue un hombre de vida honorable, que desde su infancia tuvo cordura de anciano. En efecto, adelantándose por sus costumbres a la edad, no entregó su espíritu a placer sensual alguno, sino que estando aún en esta tierra y pudiendo gozar libremente de las cosas temporales, despreció el mundo con sus flores, cual si estuviera marchito. Nació en el seno de una familia libre, en la región de Nursia, y fue enviado a Roma a cursar los estudios de las ciencias liberales. Pero al ver que muchos iban por los caminos escabrosos del vicio, retiró su pie, que apenas había pisado el umbral del mundo, temeroso de que por alcanzar algo del saber mundano, cayera también él en tan terrible precipicio. Despreció, pues, el estudio de las letras y abandonó la casa y los bienes de su padre. Y deseando agradar únicamente a Dios, buscó el hábito de la vida monástica.


Cómo venció una tentación de la carne

Un día, estando a solas, se presentó el tentador. Un ave pequeña y negra, llamada vulgarmente mirlo, empezó a revolotear alrededor de su rostro, de tal manera que hubiera podido atraparla con la mano si el santo varón hubiera querido apresarla. Pero hizo la señal de la cruz y el ave se alejó. No bien se hubo marchado el ave, le sobrevino una tentación carnal tan violenta, cual nunca la había experimentado el santo varón.

El maligno espíritu representó ante los ojos de su alma cierta mujer que había visto antaño y el recuerdo de su hermosura inflamó de tal manera el ánimo del siervo de Dios, que apenas cabía en su pecho la llama del amor. Vencido por la pasión, estaba ya casi decidido a dejar la soledad. Pero tocado súbitamente por la gracia divina volvió en sí, y viendo un espeso matorral de zarzas y ortigas que allí cerca crecía, se despojó del vestido y desnudo se echó en aquellos aguijones de espinas y punzantes ortigas, y habiéndose revolcado en ellas durante largo rato, salió con todo el cuerpo herido. Pero de esta manera por las heridas de la piel del cuerpo curó la herida del alma, porque trocó el deleite en dolor, y el ardor que tan vivamente sentía por fuera extinguió el fuego que ilícitamente le abrasaba por dentro. Así, venció el pecado, mudando el incendio.

Desde entonces, según el mismo solía contar a sus discípulos, la tentación voluptuosa quedó en él tan amortiguada, que nunca más volvió a sentir en sí mismo nada semejante.

Después de esto, muchos empezaron a dejar el mundo para ponerse bajo su dirección, puesto que, libre del engaño de la tentación, fue tenido ya con razón por maestro de virtudes. Por eso manda Moisés que los levitas sirvan en el templo a partir de los veinticinco años cumplidos, pero sólo a partir de los cincuenta les permitan custodiar los vasos sagrados.

Explicación del Papa San Gregorio Magno

Es evidente, que en la juventud arde con más fuerza la tentación de la carne, pero a partir de los cincuenta años el calor del cuerpo se enfría. Los vasos sagrados son las almas de los fieles. Por eso conviene que los elegidos, mientras son aún tentados, estén sometidos a un servicio y se fatiguen con trabajos, pero cuando ya el alma ha llegado a la edad tranquila y ha cesado el calor de la tentación, sean custodios de los vasos sagrados, porque entonces son constituidos maestros de las almas.

Regla de San Benito

La Regla de los Monjes escrita por San Benito hacia el final de su vida, ha sido norma y guía espiritual de muchas comunidades monásticas durante más de 1500 años.

Los instrumentos de las buenas obras
  1. Primero, amar al Señor Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.
  2. Después, al prójimo como a sí mismo.
  3. Luego, no matar.
  4. No cometer adulterio.
  5. No hurtar.
  6. No codiciar.
  7. No levantar falso testimonio.
  8. Honrar a todos los hombres.
  9. No hacer a otro lo que uno no quiere para sí.
  10. Negarse a sí mismo para seguir a Cristo.
  11. Castigar el cuerpo.
  12. No entregarse a los deleites.
  13. Amar el ayuno.
  14. Alegrar a los pobres.
  15. Vestir al desnudo.
  16. Visitar al enfermo.
  17. Sepultar al muerto.
  18. Socorrer al atribulado.
  19. Consolar al afligido.
  20. Hacerse extraño al proceder del mundo.
  21. No anteponer nada al amor de Cristo.
  22. No ceder a la ira.
  23. No guardar rencor.
  24. No tener dolo en el corazón.
  25. No dar paz falsa.
  26. No abandonar la caridad.
  27. No jurar, no sea que acaso perjure.
  28. Decir la verdad con el corazón y con la boca.
  29. No devolver mal por mal.
  30. No hacer injurias, sino soportar pacientemente las que le hicieren.
  31. Amar a los enemigos.
  32. No maldecir a los que lo maldicen, sino más bien bendecirlos.
  33. Sufrir persecución por la justicia.
  34. No ser soberbio.
  35. Ni aficionado al vino.
  36. Ni glotón.
  37. Ni dormilón.
  38. Ni perezoso.
  39. Ni murmurador.
  40. Ni detractor.
  41. Poner su esperanza en Dios.
  42. Cuando viere en sí algo bueno, atribúyalo a Dios, no a sí mismo.
  43. En cambio, sepa que el mal siempre lo ha hecho él, e impúteselo a sí mismo.
  44. Temer el día del juicio.
  45. Sentir terror del infierno.
  46. Desear la vida eterna con la mayor avidez espiritual.
  47. Tener la muerte presente ante los ojos cada día.
  48. Velar a toda hora sobre las acciones de su vida.
  49. Saber de cierto que, en todo lugar, Dios lo está mirando.
  50. Estrellar inmediatamente contra Cristo los malos pensamientos que vienen a su corazón, y manifestarlos al anciano espiritual.
  51. Guardar su boca de conversación mala o perversa.
  52. No amar hablar mucho.
  53. No hablar palabras vanas o que mueven a risa.
  54. No amar la risa excesiva o destemplada.
  55. Oír con gusto las lecturas santas.
  56. Darse frecuentemente a la oración.
  57. Confesar diariamente a Dios en la oración, con lágrimas y gemidos, las culpas pasadas.
  58. Enmendarse en adelante de esas mismas faltas.
  59. No ceder a los deseos de la carne.
  60. Odiar la propia voluntad.
  61. Obedecer en todo los preceptos del abad, aún cuando él -lo que no suceda- obre de otro modo, acordándose de aquel precepto del Señor: "Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen".
  62. No querer ser llamado santo antes de serlo, sino serlo primero para que lo digan con verdad.
  63. Poner por obra diariamente los preceptos de Dios.
  64. Amar la castidad.
  65. No odiar a nadie.
  66. No tener celos.
  67. No tener envidia.
  68. No amar la contienda.
  69. Huir la vanagloria.
  70. Venerar a los ancianos.
  71. Amar a los más jóvenes.
  72. Orar por los enemigos en el amor de Cristo.
  73. Reconciliarse antes de la puesta del sol con quien se haya tenido alguna discordia.
  74. Y no desesperar nunca de la misericordia de Dios.
  75. Estos son los instrumentos del arte espiritual.
  76. Si los usamos día y noche, sin cesar, y los devolvemos el día del juicio, el Señor nos recompensará con aquel premio que Él mismo prometió.
  77. "Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni llegó al corazón del hombre lo que Dios ha preparado a los que lo aman".
  78. El taller, empero, donde debemos practicar con diligencia todas estas cosas, es el recinto del monasterio y la estabilidad en la comunidad.
Texto tomado de San Benito de Luján:

San Cristóbal - Mártir - Siglo III - Fiesta Julio 10

Cristóbal significa "el que carga o portador de Cristo"


Su martirio es colocado en la persecución de Decio, entre los años 249 y 251. Cristóbal es conocido como "Mártir de Cristo", bajo el reinado del emperador Decio. Dan fe las numerosas reliquias desperdigadas por el orbe cristiano, veneradas desde tiempos muy remotos. Algunas fueron llevadas a España, al parecer poco después del martirio. Un brazo se conserva en Compostela, una mandíbula en Astorga, y poseen varias otras: Toledo y Valencia.

Según la tradición, fue Cristóbal el primogénito y unigénito de un rey cananeo, y nació en Sidón o en Tiro. Antes de ser bautizado se llamaba Relicto. Tenía gran porte, verdadero gigante por su estatura, de cabellera rubia, ojos claros y mirada penetrante; y despertaba en todos excepcional simpatía. Mientras fue pagano, pensó sólo en aventuras. Su sed de gloria le impulsó a poner su espada al servicio de un gran rey. Dejó su patria, se puso en camino y fue a parar a las huestes de Giordano, emperador de Roma. Relicto era ducho en las armas; y tal valor mostraba y tanta destreza en el combate, que el emperador quería tenerlo junto a sí en los momentos de peligro.

Pero un día Relicto oyó hablar de Cristo, como el más poderoso de los reyes. Y comenzó a preguntar:
"¿Dónde he de encontrar a ese Cristo, Monarca más poderoso que todos los otros?"
La Divina Providencia le deparó un buen maestro; un ermitaño cristiano, por el cual se dejó instruir en el conocimiento de los misterios de la fe verdadera. No tardó en abandonar la milicia terrena y adscribirse al servicio del "Rey Inmortal de los siglos".

Y pregunta entonces Relicto al ermitaño:
"¿Cómo he de servir a mi nuevo Señor?"
Le responde éste:
"Con la oración y el ayuno".
"No sé rezar".
"Ayuna, pues".
"¿No ves mi corpulenta estatura? He de comer más que los otros para sostenerme".
"Sírvele entonces con tu estatura y tu fuerza. Ayuda a vadear el río a los caminantes que lo necesiten".
Obedeció exactamente al ermitaño. Su cuerpo gigantesco empezó a transportar sobre sus hombros a los que no se atrevían a vadear la corriente. Y así una temporada; hasta que un día vio un niño en la ribera; y habiéndole preguntado qué deseaba, el pequeño le respondió que le pasase a la otra orilla. Tomóle Relicto y se lo puso al hombro, creyendo que el peso sería insignificante. Se equivocó. Cuenta uno de sus biógrafos que "Cristóbal entró animoso al río con su báculo (una recia y alta vara con la que solía ir a todas partes), como jugueteando con las ondas; pero a los pocos instantes conoció que el alto bajel se iba a pique, arrebatado de la furia de las aguas. Crecían éstas; hinchábanse las olas, procuraba él cortarlas valientemente, haciendo pie firme en la arena; pero nada le valía, porque el Niño que llevaba en sus hombros le abrumaba tanto con el peso, que si Él mismo no le diera la mano, en ellas hubiera hallado su sepultura. Rendido, sudando y gimiendo, salió a la orilla y admirado puso al Niño en la arena y le dijo:
"¿Quién eres Niño? En gran peligro me has puesto. Jamás me vi en riesgo de perder la vida, sino hoy, que te llevé sobre mi espalda. Las coléricas aguas aumentaban su enojo, y Tú ibas multiplicando tu peso. No pesabas tanto al principio. ¿Quién eres Niño, que tan en la mano tienes hacerte ligero o pesado? Creo que más pesas Tú que el Mundo".
Y entonces oyó Relicto la respuesta, en la cual se le señalaba, precisamente, el nombre que habría de adoptar en el Bautismo:
"Te llamarás Cristóforo, porque has llevado a Cristo sobre tus hombros. No te admires de que Yo te pese más que el mundo, aunque me veas tan niño; porque, realmente, peso Yo más que el mundo entero. Yo Soy de este mundo, que dices, el único Creador; y así, no sólo al mundo, sino al Creador del mundo, has tenido sobre ti. Bien puedes gloriarte con el peso: Yo Soy ese Señor que buscas: Hallaste ya lo que deseas y a quien has servido tanto en esas obras piadosas. Y aunque sobra mi palabra para crédito de mi verdad, pues sólo porque Yo lo digo tiene su firmeza la fe, ejecutaré un prodigio para que conozcas la grandeza de este Niño pequeño. Vuélvete a tu casa, no tienes ya que temer las olas. Fija en la tierra ese árido tronco que te sirve de báculo, que mañana lo verás, no sólo florido, sino coronado de frutos".
En efecto, a la mañana siguiente la estaca seca plantada en el suelo se había trocado en esbelta palmera, con incontables frutos. Otra vez, según la tradición, se realizó el mismo prodigio, y entonces, instantáneamente, y ante los ojos de todo el pueblo, a petición del Santo, que lo impetró de Dios para ofrecer un testimonio de la verdad que estaba predicando.


Fue después del episodio del divino Niño cuando Relicto recibió el Bautismo, que le administró el Patriarca Babilas en su Basílica de Antioquía. Desde aquel momento, se llamó ya siempre CRISTÓFORO, es decir, PORTADOR DE CRISTO.


De cuatro maneras -dice un escritor tan leído como es Tihamer Toth- llevó Cristóbal a Cristo: sobre sus hombros; en los labios, por la confesión y predicación de su nombre; en el corazón, por el amor; y en todo el cuerpo, por el martirio.


Provisto él de su gran bastón en la mano, y caminando majestuosamente, no cesó de evangelizar a las gentes de Samos, maravilladas de su elocuencia. Por aquel entonces salió un edicto de persecución del emperador Decio, mandando que fuesen ofrecidos sacrificios a los dioses paganos y amenazando con las más graves penas a cuantos se resistiesen a ofrecerlos. Dagón, prefecto de la Licia, se afanó en cumplir rigurosamente el decreto. Y así, después de ordenar a sus soldados la profanación de todas las iglesias o lugares donde era adorado el Dios Verdadero, les incitó a que se lanzasen como lobos rapaces sobre todos los cristianos que no quisiesen enseguida claudicar. Nuestro Santo fue uno de los primeros en incurrir en esas iras.


Al ver que se aproximaba su hora, imploró el auxilio divino, postrándose en el suelo. Jesucristo se le apareció y, levantándolo, alentó sobre él, dándole el espíritu de sabiduría, y le dijo:
"No temas, que estoy contigo".
Cristóbal, al saber, primero, y ver, después, cómo eran torturados los que confesaban públicamente la fe de Cristo, en vez de desfallecer, en medio de una multitud inmensa clamó:
"También yo soy cristiano y tampoco quiero sacrificar a los falsos dioses".
Inmediatamente fue detenido y conducido hacia el tribunal del prefecto.


En diálogo con Dagón se mostró Cristóbal investido de una serenidad imponente, proclamando su fe con palabras de profundidad celestial y manteniéndose inconmovible lo mismo ante las promesas seductoras que ante las más feroces amenazas.


Prolija resultaría también la reseña de los tormentos a que fue sometido. Flagelación con varillas de hierro, durante la cual no cesaba Cristóbal de cantar himnos a Dios. Prueba de un casco de hierro al rojo vivo sobre su cabeza, de la cual sale indemne. Parrilla enorme sobre la que es tendido para que sea quemado en fuego lento, y que es derretida por las llamas, mientras éstas respetan su cuerpo. Saetas innumerables arrojadas sobre Cristóbal atado a un árbol, sin que ni una sola dé en el blanco, pero sí una en un ojo del prefecto... Y entonces, la voz del Mártir, que resuena vibrante:
"El Señor prepara ya mi corona... Cuando la espada separe mi cabeza de mi cuerpo, unge tu ojo con mi sangre, mezclada con el polvo, y al punto quedarás sano. Entonces reconocerás Quién te creó y Quién te ha curado".
A la mañana siguiente Cristóbal es decapitado, y el prefecto hace lo que le indicara. Al punto recobra la visión, abraza la verdadera fe, ordena a sus súbditos que adoren a Cristo y abandonen el culto de los falsos dioses.


Fuente - texto tomado de la Biblioteca Electrónica Cristiana:
http://multimedios.org/docs/d001358/

Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo 13, 1-23


1. En aquel día, saliendo Jesús de casa, fue y sentóse a la orilla del mar.

2. Y se juntó alrededor de Él un concurso tan grande de gentes, que le fue preciso entrar en una barca, y tomar asiento en ella; y todo el pueblo estaba en la ribera. 

3. Al cual habló de muchas cosas por medio de parábolas, diciendo:
"Salió una vez cierto sembrador a sembrar.

4. Y al esparcir los granos, algunos cayeron cerca del camino; y vinieron las aves del cielo y se los comieron.

5. Otros cayeron en pedregales, donde había poca tierra, y luego brotaron, por estar muy someros en la tierra.

6. Mas nacido el sol se quemaron y se secaron, porque casi no tenían raíces.


7. Otros granos cayeron entre espinas, y crecieron las espinas y los sofocaron.


8. Otros, en fin, cayeron en buena tierra, y dieron fruto, donde ciento por uno, donde sesenta, y donde treinta.


9. Quien tenga oídos para entender, entienda".
10. Acercándose después sus discípulos, le preguntaban:
"¿Por qué causa les hablas por parábolas?"
11. El cual les respondió:
"Porque a vosotros se os ha dado el privilegio de conocer los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no se les ha dado.

12. Siendo cierto que al que tiene lo que debe tener, dársele ha aún más, y estará sobrado; mas al que no tiene lo que debe tener, le quitarán aún lo que tiene.

13. Por eso les hablo con parábolas; porque ellos viendo no miran, no consideran; y oyendo no escuchan ni entienden.

14. Con que viene a cumplirse en ellos la profecía de Isaías que dice:
"Oiréis con vuestros oídos, y no entenderéis; y por más que miréis con vuestros ojos, no veréis.
15. Porque ha endurecido este pueblo su corazón, y ha cerrado sus oídos, y tapado sus ojos a fin de no ver con ellos, ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón, por miedo de que, convirtiéndose, Yo le dé la salud.

16. Dichosos vuestros ojos porque ven, y dichosos vuestros oídos porque oyen.

17. Pues en verdad os digo que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que vosotros estáis viendo, y no lo vieron, y oír lo que oís, y no lo oyeron.


18. Escuchad ahora la parábola del sembrador:


19. Cualquiera que oye la palabra del reino de Dios o del Evangelio, y no para en ella su atención, viene el mal espíritu y le arrebata aquello que se había sembrado en su corazón: éste es el sembrado junto al camino.


20. El sembrado en tierra pedregosa es aquel que oye la palabra de Dios y por el pronto la recibe con gozo.


21. Mas no tiene interiormente raíz, sino que dura poco; y en sobreviniendo la tribulación y persecución por causa de la palabra o del Evangelio, luego le sirve ésta de escándalo.


22. El sembrado entre espinas es el que oye la palabra de Dios, mas los cuidados de este siglo y el embeleso de las riquezas la sofocan y queda infructuosa.


23. Al contrario, el sembrado en buena tierra es el que oye la palabra de Dios y la medita, y produce fruto, parte ciento por uno, parte sesenta, y parte treinta".
Palabra de Dios
Gloria a Ti, Señor Jesús